Ayuujk: Cuchillos. Las palabras y el mundo
Nombrar el mundo y lo que en él habita, una tarea asignada a las lenguas: nombrar los objetos y los procesos, las ideas, las abstracciones. “Los objetos tienen un nombre, un equivalente en la lengua”, podríamos asegurar. Tenemos la idea de que los elementos de la lengua reflejan de algún modo los elementos de lo que, por esta vez, llamaremos realidad. Pero esta relación es más complicada, la lengua dista de ser simplemente el espejo lingüístico del mundo.
Del complejo sistema que es una lengua, el inventario léxico se encarga de establecer una relación con el mundo, pero es una relación mediada por el velo de una categorización. Las palabras no tocan realmente la realidad a pesar de que sirvan para nombrarla. Una palabra elegida al azar, por ejemplo, el siempre sonoro “cuchillo” no establece una relación restrictiva con un cuchillo determinado en el mundo. De ser así, habría tantos elementos léxicos distintos como chuchillos existentes. Si la relación entre las palabras y los objetos del mundo fuera uno a uno, tendríamos tantas palabras como objetos sin hablar de referentes más complejos como los procesos y las ideas.
Imaginemos el escenario planteado, una palabra por cada objeto, una palabra distinta para cada uno de los cuchillos que alguien tiene en la cocina. No habría ni siquiera memoria suficiente para albergar todos los elementos léxicos necesarios, los objetos en el mundo son potencialmente infinitos. ¿Un millón de cuchillos en el mundo, un millón de palabras para cada uno? La generación de nuevos elementos léxicos dependería de la aparición de nuevos cuchillos concretos, a cada nuevo cuchillo se le tendría que asignar una palabra para nombrarlo. La comunicación se haría prácticamente imposible con las personas que no conocieran los mismos cuchillos que el emisor pues no habría manera de saber a qué se refiere alguien si no conoce ese objeto en particular. La palabra “cuchillo” quedaría para siempre relacionada con un solo cuchillo en el mundo, uno en específico. Queda además otro problema que ni siquiera me atrevo a enunciar: ¿cómo saber que un objeto es distinto del otro? Si estamos ante un librero lleno de libros ¿cómo sabemos que un libro en específico es un objeto distinto al librero? Dejémoslo enunciado, pero sin discutir y continuemos con las palabras.
Si las palabras se relacionaran directamente con cada uno de los objetos del mundo la existencia de las lenguas mismas sería inútil, no podríamos compartir una serie de supuestos para establecer comunicación entre los hablantes de una misma lengua y mucho menos hacer literatura. Sólo podríamos nombrar los cuchillos que conocemos, no podríamos saber el nombre del cuchillo utilizado por cierto personaje literario para cometer un crímen porque el texto se referiría a un “palitroche” y no sabríamos si eso es siquiera semejante al cuchillo que guardamos en una caja oscura en la cocina. No podríamos entender la imaginación ni la fantasía.
Cuando utilizamos la palabra “cuchillo” lo hacemos sobre el terreno de un pacto establecido: podemos usarlo para referir a todos los elementos de un conjunto, a cualquier elemento del conjunto “cuchillo”. En realidad, las palabras establecen relaciones con conjuntos y no una relación uno a uno con objetos. Los elementos léxicos de las lenguas categorizan el mundo al nombrarlo; no están nombrando objetos de un mundo caótico, nombran un mundo ordenado en conjuntos y los conjuntos son categorías, abstracciones. La membrana que forman estos conjuntos media la relación entre el mundo y las palabras que en realidad nunca se tocan directamente, sin esa mediación. Cuando en una conversación en particular la palabra “cuchillo” refiere directamente a uno específico, se reconoce a este objeto como parte del conjunto de los cuchillos, de los que podemos nombrar de ese modo.
Adquirir las palabras de una lengua determinada en la infancia significa no sólo establecer la relación de las palabras y los objetos concretos sino la relación con el conjunto. La relación entre las palabras y los conjuntos a los que pueden referirse cambian de lengua a lengua. En una lengua como el castellano la palabra “carne” puede referirse a la carne del platillo que alguien acaba de preparar como a la carne humana de cierto individuo en vida. Ambos tipos de carne forman parte del mismo conjunto. La palabra “ne’kx” en la lengua mixe, puede referirse a la carne humana de individos concretos pero nunca a la carne del guiso que se acaba de preparar, en cuyo caso se utiliza “tsu’utsy”. Los mismos referentes hace un solo conjunto en castellano pero hacen dos en mixe. Aprender nuevas lenguas se trata entonces, al menos en el nivel léxico, de establecer nuevos pactos, de crear nuevos conjuntos, desgarrar en dos o más lo que en nuestra lengua materna era sólo uno. Degarrar (con un cuchillo) y volver a ordenar el mundo y las palabras.