#Norteando: Los primeros 100 días de Trump
A punto de cumplir cien días, la característica más sobresaliente de la gestión de Donald Trump es la ignorancia brutal con la cual realiza sus funciones.
La mejor evidencia de su falta de preparación viene de una entrevista con Reuters, en la que el flamante mandatorio confesó: “Pensé que sería más fácil” ser el presidente. Pues no, definitivamente no es fácil encabezar el gobierno estadounidense. Las exigencias del puesto acabaron con varios hombres mucho más grandes y capaces que Trump, incluso Franklin Roosevelt, Woodrow Wilson y Lyndon Baines Johnson. La única sorpresa aquí es que fue una sorpresa para Trump.
No es la primera vez que brilla por su falta de conocimiento. Disculpándose por las demoras en su reforma al sistema de salud pública, un tema famosamente complejo, Trump dijo: “Nadie sabía que la salud era tan complicada”. De la misma manera casual, él ha confesado que no sabe mucho sobre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y lo mucho que ha brindado esta alianza a la seguridad estadounidense y europea durante los últimos 65 años; ni sobre el llamado Brexit, un cambio histórico en la postura del aliado de EU más importante; ni sobre la relación entre China y Corea del Norte, la clave de uno de los desafíos más importantes de la seguridad internacional; ni sobre los beneficios del TLCAN, que anualmente regula 1.2 billones de dólares de comercio.
En el entorno doméstico, esta ignorancia —que se ha agravado por el circo de asesores igualmente ineptos— implica que Trump va a batallar muchísimo para sacar adelante cualquier reforma histórica. Tal logro requiere un presidente metido en los detalles legislativos y capaz de mostrar persistencia y firmeza. Por eso ha fracasado ya tres veces en el intento de cancelar el llamado Obamacare, ha postergado los planes de iniciar la construcción del muro fronterizo y se ha visto obligado a recortar su ambición para una reforma fiscal.
Para los que reprueban los objetivos de Trump, su falta de capacidad puede ser una ventaja; mejor un monstruo bobo que un genio malvado.
Pero en el ámbito internacional, esta ignorancia es un grave peligro. Para empezar, lo convierte en el hombre más manipulable del mundo, ya que no tiene ideas o conocimiento propio, cualquier líder extranjero le puede llenar el vacío durante cualquier conversación de diez minutos, y así provocar cambios drásticos en la política extranjera de Estados Unidos.
Por eso, Trump fue un duro opositor de una acción militar en Siria, hasta que de repente mandó lanzar 57 misiles contra las fuerzas de al-Ásad, aparentemente, después de que su hija le enseñó fotos de niños muertos en un ataque químico. Trump fue un férreo enemigo del TLCAN, hasta que una conversación con Peña Nieto y Justin Trudeau lo convenció de que no. Sobran ejemplos de otros cambios igualmente dramáticos de postura.
Un poco de flexibilidad no está mal en un líder político, pero genera inestabilidad que las posiciones del presidente estadounidense puedan transformarse así de fácil, lo cual aumenta las posibilidades de conflicto en todo el mundo. Los líderes surcoreanos, por ejemplo, tendrían motivos para cuestionar si el apoyo del presidente Trump es tan certero como ha sido desde los tiempos de Truman, lo cual podría llevarlos a contemplar una guerra armamentista con sus pares en Corea del Norte, lo cual fácilmente puede ocasionar una guerra verdadera.
Peor aún, para llenar el vacío donde debería haber una ideología coherente construida con base en una consideración seria de los desafíos actuales, Trump recurre a una hostilidad irreflexiva y a la mendacidad que siempre lo han caracterizado. Es más fácil insultar —hasta aliados importantes como Ángela Merkel de Alemania— que hacer la tarea necesaria para llegar a entender una situación. Es más simple inventar otra realidad —como el falso reporte de que iba un portaaviones a la costa coreana cuando en realidad iba para otro lado— que encontrar una fórmula para solucionar la crisis coreana. Más que personalmente desagradables, estos hábitos también lo hacen un hombre menos confiable.
Pero debajo de todo esto, está el hecho innegable de que el partido republicano cuenta mentiras sobre los efectos de sus propuestas y las necesidades del país, un hábito que lleva décadas creciendo y que llegó a su apogeo en la época de Obama. El Partido Republicano ha rechazado soluciones imperfectas a favor de creencias absolutistas, ideas simplistas, hasta mentiras zafadas. Para ellos, la solución para que el gobierno recaude más dinero es recortar los impuestos. Para ellos, la solución final a rivalidades que han perdurado milenios en el Medio Oriente es invadir uno de los países más grandes e instalar un gobierno. Para ellos, Obama no es un adversario político con prioridades equivocadas, sino un traidor y un musulmán extranjero.
Desde los tiempos del senador McCarthy, los republicanos vienen creando un pantano que incuba la ignorancia como una filosofía de éxito electoral. Trump es la culminación de este fenómeno y estamos viendo que resulta poco viable construir una filosofía para gobernar fundada en la fantasía.