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#Norteando: Trolleo

Patrick Corcoran | 14.06.2017
#Norteando: Trolleo

La decisión de Donald Trump de sacar a su país del Acuerdo de París no fue tomada con base en un análisis detallado de los costos económicos o de su escepticismo sobre la realidad del cambio climático. Fue una decisión que se debe al rencor, cosa que se ha convertido en el oxígeno del movimiento conservador estadounidense en 2017.

Las supuestas razones detrás de la decisión de Trump incluyen la necesidad de proteger a los que trabajan en las minas de carbón, las aportaciones exageradas al llamado Fondo Verde para el Clima (GCF, por sus siglas en inglés) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y la falta de obligaciones impuestas a China e India. Pero estas justificaciones son falsas o idiotas. Con o sin el Acuerdo de París, la extracción de carbón es una industria moribunda que emplea menos personas que, por ejemplo, Arby’s, una cadena mediana de sándwiches; las aportaciones requeridas para el Fondo Verde apenas alcanzan 3 mil millones de dólares, una cifra más que trivial para un gobierno cuyo presupuesto anual es de 4 trillones de dólares.

Pero si las explicaciones son falsas, lo que sí es real es el deseo del presidente de ofender a sus opositores domésticos y rivales internaciones. Hay reportes desde la Casa Blanca acerca de que lo que realmente inclinó la balanza contra el pacto fue la recepción fría que le dieron a Trump los líderes del G7, sobre todo el flamante presidente francés Emmanuel Macron, quien presumió de haber resistido los intentos absurdos de Trump de manifestar su superioridad a través de un apretón de manos. Evidentemente, Trump no pudo basar su decisión en la amenaza al futuro de la civilización humana; la decisión fue otro frente en una patética batalla para imponerse ante sus pares.

Cabe agregar que la gran mayoría de los comentaristas de lo que se llama la derecha en Estados Unidos estaban más que listos para seguir a su líder. La defensa más común de la salida no es que Trump tomó la decisión correcta, sino que la consternación de los liberales es exagerada, cosa que realmente no es una defensa.

 Lo que refleja esta decisión es una evolución maligna del Partido Republicano. Históricamente, su razón de ser han sido los mercados libres y el gobierno limitado. Ahora, en cambio, la esencia del partido no es ideológica, sino que se dedica principalmente al trolleo de sus adversarios. Cualquier acción que provoque el enfado de los liberales representa un éxito, incluso acciones que son contraproducentes desde el punto de vista conservador. Por eso Trump ha tenido tanto éxito entre los votantes republicanos a pesar de violar una tras otra preferencia conservadora: nadie sabe provocar rabia entre los liberales mejor que Trump.

Esta mala fe con la cual los conservadores estadounidenses abarcan sus funciones ha hecho incoherente el debate político del país. La tendencia ha culminado con Trump, pero lleva años creciendo, y sobran los ejemplos. Un es el llamado Obamacare, aprobado durante la gestión de Obama. El origen de esta reforma es republicano. El concepto del sistema tiene su origen en un fundamento conservador y fue implementado por primera vez a nivel estatal por un gobernador republicano. Sin embargo, cuando Obama logró aprobar esta ley en 2010, en lugar de verlo como el triunfo ideológico que era —vaya cosa, un presidente demócrata hizo su reforma más importante con base en ideas conservadoras— los republicanos empezaron a pintar la reforma como un primer paso hacia un apocalipsis socialista.  

Lo mismo pasó con las propuestas para establecer un sistema de topes y canjes para frenar las emisiones de carbón, denominado cap and trade en inglés. Hace una década, fue una idea popular en círculos republicanos; deja el trabajo de reducir las emisiones al mercado libre, como cualquier descendiente de Milton Friedman debe favorecer. Pero cuando algunos demócratas empezaron a contemplar la conveniencia del tope y canje, la propuesta también se volvió un anatema para los republicanos. 

Lo que llama la atención de todos estos ejemplos —que sobran, repito— es la ausencia de cualquier objetivo positivo. Para el Partido Republicano actual, hacer enojar a sus adversarios no es un efecto secundario, ni una táctica; es un fin en sí mismo. Y es imposible hacer política así; la negociación no tiene sentido si uno de los lados tiene por objetivo no llegar a un acuerdo.

La hipocresía y el cinismo son ingredientes desafortunados pero inevitables en cualquier sistema democrático. Pero la postura actual de los republicanos casi no tiene límites ideológicos ni filosóficos, lo cual es muy peligroso.

Es decir, si la meta básica es enfadar a los adversarios, y a los liberales no les gustan las guerras estúpidas, pues una invasión innecesaria ya tiene otro argumento muy fuerte a su favor. Si los liberales se ponen histéricos pensando en las consecuencias de un default de deuda estadounidense, quizá Trump se convenza de que no está tan mal.

Dicho de otra manera, si tu enemigo es la prudencia, vuelve más atractiva la imprudencia. Esto está llevando el país al borde de un abismo.

 

*Crédido de la imagen principal: Saludo entre Trump y Macron en la cumbre de la OTAN (Reuters), tomada de El Confidencial

 

 

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