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#Norteando: Más allá de Hollywood

Patrick Corcoran | 23.11.2017
#Norteando: Más allá de Hollywood

Lo que empezó hace unos años como una pequeña ondulación en la altamar ahora está cayendo sobre la sociedad estadounidense como un tsunami, y cada día se agrega otro nombre a la lista de hombres reconocidos sobre los cuales han surgido acusaciones de conducta sexual indebida.

Los casos tienen muchas variaciones; algunos se tratan de presuntas violaciones, otros de simple acoso, otros de abusos en medio de estos dos extremos. Algunos de los acusados son liberales prominentes, otros conservadores. Algunos presuntamente victimizaban a mujeres, otros a niñas o a adolescentes, otros a hombres y niños. Los miembros de esta lista penosa representan una multitud de industrias distintas; ahora incluye magnates de los medios (como Harvey Weinstein y Roger Ailes); comediantes famosos (Bill Cosby y Louis C.K.); actores premiados (Kevin Spacey) y no tan premiados (Steven Seagal); profesionales deportivos (Larry Nassar, doctor durante décadas para el equipo estadounidense de gimnasia); intelectuales y periodistas (Leon Wieseltier y Mark Halperin); y políticos (Al Franken, senador de Minnesota, Roy Moore, candidato al senado en Alabama, y, por supuesto, Donald Trump).

Lo que comparten todos estos casos dispersos es que el presunto abusador goza de muchísimo poder, y explota la debilidad de los que no lo tienen. Todas las víctimas eran jóvenes, casi siempre con esperanzas para sobresalir en la industria donde el agresor era un peso pesado. En sus versiones, también se repiten algunos temas una y otra vez: que no hablaban antes porque nadie les iba a creer, y el responsable tenía la capacidad de destruir su futuro.

 Pero el entorno ha cambiado. El crescendo de atención sobre el abuso sexual ha fomentado una mayor aceptación para los denunciantes, y menos paciencia popular para los agresores. Y el ritmo de esta historia va acelerando: algunas de las acusaciones mencionadas arriba son viejas, pero la mayoría han salido en los dos meses desde el primer reporte sobre Weinstein. Lo más probable es que al momento de leer usted estas palabras, se hayan sumado varios nombres más a la lista. Además, parece que la epidemia está llegando a otros países: los suizos Sepp Blatter, otrora zar de FIFA, y Tariq Ramadan, famoso académico islamista, también enfrentan una serie de acusaciones.

A primera vista, estas noticias son profundamente decepcionantes. Los que ayer merecían admiración, se han destapado como unos viles criminales, y al parecer, la clase líder de la sociedad estadounidense es poco más que una bola de abusadores. ¡Por dios, tres de los últimos cinco presidentes estadounidenses no saben comportarse con el género opuesto! Por lo mismo, puede parecer que la sociedad se está pudriendo.

Esta reacción, por más entendible que sea, es equivocada. En las palabras del comentarista David Frum: “El abuso de los débiles por parte de los fuertes es el tema más antiguo en la historia humana.”

Lo que es nuevo es que se le está poniendo un alto a un sector que siempre —hace una generación o dos o seis— ha actuado con impunidad total. La sociedad está reclamando un nuevo estándar de comportamiento, y balconeando a los que no lo siguen. Esto no significa una putrefacción, sino el doloroso proceso de sanar una herida bastante profunda. 

Relacionado con lo anterior, estos episodios nos enseñan que siempre hay un patrón de abuso; no existe un santo que un día de repente decida vivir fuera de la ley, y los abusadores buscan crear un ambiente propicio para repetir sus agresiones las veces que les plazca. Y claro, cuando los depredadores operan desde puestos de mucha influencia, vuelven más complicado enfrentarlos. Pero una multitud de víctimas también ofrece una fórmula para tumbar gente como Weinstein: por más poderoso que sea, cuando docenas de víctimas públicamente confirman un patrón de depredación, resulta absurdo negar la realidad.

Falta mucho para terminar esta evolución social. Es curioso que quizá el sector que menos progreso ha logrado es el de la política. Aun siendo un agresor serial confesado, Trump ganó la presidencia. Roy Moore probablemente ganará un curul en el senado. La gente que trabaja en el Capitolio habla en voz baja sobre los patanes que aprovechan de su poder para satisfacer sus deseos, aunque no sean sólo rumores. Pero por lo pronto, las cosas siguen iguales: en Washington, no se ha desatado la inundación de acusaciones que hemos visto en Hollywood.

Una explicación obvia es que las víctimas en el entorno político reciben mucha presión para no dañar a sus propios partidos, lo cual sería el resultado inevitable de hacer públicas sus experiencias, así que optan por el silencio. Es una situación perversa, en la que la lealtad hacia el partido se ha priorizado por encima de la moralidad y la decencia común. Y esto refleja a una clase política que es una lacra para la sociedad.

 

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