Este hombre anaranjado...
“El peor abanderado de un partido importante en la historia moderna estadounidense” dice el New York Times.
El debate entre Hillary Clinton y Donald Trump la semana pasada dejó en claro lo profundamente inadecuado que sería éste último como residente de la Casa Blanca. Durante 90 minutos de combate retórico, este hombre anaranjado ofreció una ilustración de todos sus mayores defectos, y actuó como si fuera su único objetivo convencernos de que es, en las palabras de The New York Times, “el peor abanderado de un partido importante en la historia moderna estadounidense”.
¿A qué me refiero precisamente?
Para empezar, fue bastante grosero. Interrumpió a Hillary en docenas de ocasiones, con la insistencia de un niño cuya madre está hablando por teléfono. Hizo lo mismo con el moderador, Lester Holt. Insistía casi a gritos que ambos estaban equivocados, aunque en casi todo momento no fue cierto, y sus contrincantes sí tuvieron la razón. La política no es un deporte para los débiles, y él que va atrás en las encuestas suele ser un poco más agresivo a la hora de los debates. Pero hay cierto nivel de decorum que se espera del presidente, y jamás se había visto un candidato tan fuera de las normas históricas.
Como siempre, Trump demostró una ignorancia espeluznante. Por ejemplo, cuando se le preguntó sobre el posible cambio en la política nuclear, de una política declarada de nunca iniciar un intercambio nuclear (cosa que Obama está considerando y que cambiaría la estrategia nuclear de forma fundamental), Trump respondió con incoherencias:
Pues tengo que decir que, más allá que todo lo que dice la Secretaria Clinton sobre lo nuclear con Rusia, ella es muy casual en cómo habla de países distintos. Pero Rusia ha incrementado su--ellos tienen una capacidad mucho más nueva que nosotros. No hemos actualizado de este punto vista.
Estaba viendo la otra noche. Estaba viendo los B-52s (aviones bombarderos), que tienen tantos años que tu padre, tu abuelo pudo haberlos piloteado. No estamos, no estamos a la altura de los demás países. Yo quisiera que todos lo termináramos, que lo quitáramos no más. Pero yo no haría un primer ataque.
Creo que una vez suceda la alternativa nuclear, se acabó todo. Al mismo tiempo, hay que estar preparado. No puedo quitar nada de la mesa.
Léalo una vez, léalo diez veces; no importa, no va a tener sentido. Fue claro que jamás lo había considerado previamente. La seguridad de la raza humana está de cierta forma en las manos de los líderes que poseen armas nucleares, así que su ignorancia del tema no tiene excusa, y representa un peligro mundial.
Trump habló con una mendacidad que le caracteriza desde hace décadas. Hay docenas de ejemplos, pero dos sobresalen: Primero, insistió que nunca había dicho que el cambio climático fue un invento, ni había culpado a los chinos por diseminar tal invento. En un tuit infame que sigue sin borrarse, Trump lanzó ambas acusaciones. Además, acusó a Hillary de ser la fuente original de los rumores que Obama no nació en los Estados Unidos, una vil forma de quitarle legitimidad al primer presidente afroamericano. Es una idiotez; Trump hizo su carrera política en base de esa mentira sobre los orígenes de Obama, una mentira que propagaba durante cinco años, y las supuestas conexiones con la campaña de Hillary en 2008 son espurias.
Más allá de su deshonestidad, su ignorancia, y su falta de cortesía común, Trump se portó de una forma bastante errática. Entre peor le iba, más visible se ponía su enojo. Su voz subía de volumen. Casi gritaba que tenía el mejor temperamento, cosa que provocaba una risa burlona del público. Si el estrés de un debate no le deja mantener la calma, ¿Qué le provocaría el estrés de la presidencia? Da miedo contemplar la respuesta.
Encima de todo, el debate dejó en claro el lado más cruel de Trump. Antes del evento, Trump amenazó con invitar a Gennifer Flowers, supuesta ex-amante de hace casi 30 años de Bill Clinton, a asistir el debate, con el único propósito de molestar a su rival. (Siempre no asistió la mujer mencionada) Luego, Hillary mencionó cómo Trump había llamado Miss Piggy y Miss Housekeeping a Alicia Machado después de que ella ganó la corona de Miss Universo, y Trump simplemente perdió la cabeza. Después de negarlo en el momento, Trump ha salido en varias ocasiones para defenderse del ataque, diciendo que ella sí subió de peso, como si eso justificara sus ataques.
Tal crueldad misógina es solamente hipócrita (ya que Trump no es nada esbelto) y moralmente ofensiva, pero en un país donde la mayor parte del electorado son mujeres, es estúpida también. Otro ejemplo más de que no debe estar ni a millas de la presidencia.