COLUMNAS: Correo de Europa
Si son falsas, no son noticias
En diciembre de 2016 —un mes después de que Donald Trump hubiera ganado las elecciones y uno antes de que asumiera la presidencia—, The Washington Post reveló que el gobierno de Rusia había hackeado los correos del Partido Demócrata para filtrarlos a Wikileaks con el fin de perjudicar la candidatura de Hillary Clinton. El presidente de Estados Unidos se ha pasado prácticamente el primer año de mandato denunciando que las informaciones sobre la injerencia rusa en las elecciones son “noticias falsas” que buscan deslegitimar su elección e impedir desarrollar su programa de gobierno.
En el mes de mayo de 2017, el candidato a la presidencia de Francia, Emmanuel Macron, acusó a Rusia de estar detrás de las “noticias falsas” sobre una supuesta evasión fiscal, que buscaba desprestigiar al candidato y favorecer a la ultraderechista Le Pen. En noviembre del mismo año, diferentes medios rusos fueron señalados como responsables de la difusión de “noticias falsas” a favor del referéndum de independencia de Cataluña.
Como si de un fenómeno nuevo se tratara, “fake news” se ha convertido en una de las expresiones de moda asumiendo que, en efecto, existen. Una noticia es una información de actualidad. Es una construcción de la realidad que realizan los medios de comunicación. De entre los millones de hechos que ocurren cada día, los medios seleccionan aquellos que reúnen las características para convertirse en noticia. Deben ser actuales, novedosos, de interés público y veraces. Si se entiende por “veraz” que ‘profesa la verdad’, no es posible hablar en modo alguno de “noticia falsa”. Si es falso, es contrario a la verdad. Si es contrario a la verdad, no es veraz, que es uno de los requisitos que se deben cumplir para que un hecho se convierta en noticia. En consecuencia, las noticias sólo pueden ser ciertas. Si no lo son, serán cualquier otra cosa, pero no noticias. Podrán estar sesgadas, descompensadas, por falta de celo profesional o por buscar un objetivo distinto al de informar. Pero seguirán siendo noticias: mejor o peor difundidas. Que una información tenga la apariencia de noticia y sea difundida por un medio de comunicación no la convierte en noticia. Si es mentira, no es noticia: tenga o no titular, la difunda o no un medio.
Las “noticias falsas” también se han convertido en objeto de preocupación de diversos organismos e instituciones. El gobierno español ha incluido en la Estrategia de Seguridad Nacional la creación de un centro de operaciones para combatir la “desinformación en internet”. Resulta llamativo, si no preocupante, que el Ejecutivo español asuma que “desinformación” y “noticias falsas” son lo mismo. La desinformación se puede producir por exceso de datos, por defecto, por datos manipulados o, simplemente, por datos falsos. Con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2018, el papa Francisco reflexionará sobre las “noticias falsas”, que define como “informaciones infundadas que contribuyen a generar y alimentar una fuerte polarización de las opiniones”. El título del mensaje —que contribuye a la confusión conceptual y terminológica— será La verdad os hará libres (Jn 8, 32). Noticias falsas y periodismo de paz.
En Italia sí parecen haber entendido de qué manera hacer frente a este fenómeno. El Ministerio de Educación y la Cámara de Diputados han puesto en marcha en los colegios y en las universidades el proyecto Basta Bufale (basta de engaños). Se trata de que los estudiantes adquieran habilidades, técnicas y herramientas para detectar las informaciones falsas y/o manipuladas. Además de recordar el extraordinario poder de las redes sociales, el decálogo recoge, entre otros, estos principios: comparte sólo noticias que hayas verificado; usa las herramientas de internet para comprobar las noticias; pregunta y busca las fuentes y las evidencias de la información; pide ayuda a expertos.
Es decir, desarrollar el pensamiento crítico. Lamentablemente, no es habitual encontrar en los planes de estudio de las enseñanzas medias y superiores esta asignatura que faculta para ejercer la crítica de forma sólida y razonada; para elaborar, analizar y evaluar los argumentos; para saber cuestionar lo que se lee, se escucha o se ve con criterios —no de forma gratuita e infundada—. Parece que se asume que es, sin más, una consecuencia de estudiar cualquier otro contenido. Que cuanto más se sabe de algo, más capacidad crítica se adquiere. Se ignora que el pensamiento crítico tiene un cuerpo curricular propio: unas pautas, unas técnicas y unos conocimientos que deben ser abordados como cualquier otra asignatura. Y que es transversal: a los estudios y a la vida. EP
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Julio César Herrero es profesor universitario, periodista y director del Centro de Estudios Superiores de Comunicación y Marketing Político.