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COLUMNAS: Taberna

El detective sibarita

Fernando Clavijo M. | 01.02.2018
COLUMNAS: Taberna

Dado el clima de intriga internacional, elecciones intervenidas y amenaza de conflicto nuclear, me permito recomendar una vuelta a la novela negra. Dos autores que pueden leerse con un martini shaken, con un poco más de fundamento culinario que Ian Fleming.

El primero es Andrea Camilleri, creador del comisionado siciliano Salvo Montalbano, que navega entre la legalidad y la mafia con mucho tacto, siempre alimentándose con admirable sencillez. En El ladrón de meriendas, por ejemplo, acepta una invitación a comer pasta alla Norma, con berenjenas fritas y ricotta salata, aunque la mayoría de sus platillos son servidos por Adelina, su cocinera. Este platillo en particular puede encontrarse en el compendio de recetas de Stefania Campo, I segreti della tavola di Montalbano, con el nombre pasta ‘ncasciata, descrito como magliette di maccheroncino al horno con salami, carne molida, salsa de tomate, vino, berenjena frita y peccorino.

El propio nombre que Camilleri da a su héroe, Montalbano, nos indica el homenaje al gran Manuel Vázquez Montalbán, creador a su vez del original detective sibarita Pepe Carvalho. Este héroe resuelve crímenes en la Barcelona de la posguerra, y se atiende de lo lindo. Como ejemplo, he aquí un intercambio entre Carvalho y su fiel Biscuter, en el que le solicita desayuno (de La Rosa de Alejandría): “¿Le recaliento las crepes de pie de cerdo y alioli que sobraron de ayer?”. “Prefiero un bocadillo de pescado frito, frío, con pimiento y berenjena. El pan con tomate”.

A través de más de una veintena de libros, Vázquez Montalbán usa a Pepe Carvalho para describir la caída del comunismo en el que el detective milita contra Franco, la transición y el fin de la influencia de Felipe González que al final lo lleva a convertirse en agente de la cia.

La agencia de espionaje de Langley tiene su propio legado culinario. El libro Spies, Black Ties & Mango Pies recopila anécdotas y recetas de familias de la cia por todo el mundo. Tiene el bonito detalle de haber sido conformado por el Family Advisory Board de la agencia, y estructurado geográficamente. Como ejemplo notable está la contribución de Bárbara Bush, que comparte una receta de cuando su marido estuvo en China: paquetitos de lechuga rellenos de bambú, hongos, castañas de agua y cerdo molido.

Sabemos de sobra que el menú de Donald Trump no es tan variado como el de George Bush, quien famosamente detestaba el brócoli. La dieta del actual ocupante de Washington D. C. se compone de hamburguesas, salchichas y refrescos, curiosamente parecida a la de uno de sus críticos más apegados a la contrainteligencia, Edward Snowden (cuyo refrigerador sólo alberga celulares). Ambos comen como adolescentes.

Cuando yo era adolescente, en la época de Ronald Reagan, también comía hamburguesas en D. C., armado de exactamente un dólar en un diner cercano a nuestro colegio en Macomb St., a la altura del metro Woodley Park Zoo. Las estaciones de metro de D. C. tienen la profundidad y el concreto de un búnker nuclear, y los vagones son cómodos, alfombrados, como para pasar un buen rato. Puede obedecer a la cercanía del Potomac, pero el efecto es que, junto con los edificios embetunados que conforman la Casa Blanca y el National Mall (que aún no es un centro comercial), el discurso arquitectónico oficial de esa capital es tan imponente como anticuado.

Pienso en un Trump caminando, uniformado de impermeable —como detective— al igual que tantos funcionarios por las calles cercanas a la estación de metro Farragut West, entre edificios de miedo que incluyen desde el FBI hasta el Banco Mundial, y sobre qué irá cavilando. Su relación con Putin y el deseo de reanudar expediciones a la Luna me hacen suponer que este señor extraña la Guerra Fría. Iré más lejos: creo que el hueco narrativo que el fin de la Guerra Fría ha dejado en el imaginario de los Estados Unidos se evidencia con el resurgimiento de los superhéroes, muestra colorida de una visión sombría y maniquea tanto de la geopolítica como de la ética.

A veces parecería que estamos volviendo a ese mundo preglobalizado. Con el brexit, una Europa que se separa, la invasión de Crimea, el duelo con Corea del Norte… pero no. Otra afición típica de la posguerra, el psicoanálisis, reinventa al superhéroe más dinámico de estos tiempos, Batman, quien ha evolucionado de víctima a psicópata. En su más reciente cómic, Batman: White Knight, Sean Murphy retrata con ilustraciones feroces a un Guasón rehabilitado, que se arropa de la ley para acusar a la policía de Ciudad Gótica de permitir la brutalidad a través del murciélago enmascarado, invirtiendo completamente los roles y retomando la responsabilidad de la crítica social dentro del trabajo de perseguir a los malos.

Pero para volver al tema de la alimentación, sólo hay que ver el tamaño de los bíceps del propio Batman: son más grandes que su cabeza.  EP

 

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Fernando Clavijo M.  es consultor independiente y autor del libro cinegético Marismas de Sinaloa.

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