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SOMOS LO QUE DECIMOS:  1 + 1 = 1 Aludir al amor

Ricardo Ancira | 01.02.2018
SOMOS LO QUE DECIMOS:  1 + 1 = 1 Aludir al amor

Amenudo se soslaya la esencia instintiva de lo que llamamos amor. No es sólo romanticismo o fuente de placer. Está soterrado, aunque no se perciba, el deseo de trascendencia, de reencarnar —incluso en vida— en otro ser. Ligeras diferencias hay entre una mamá apapachando a su bebé con la conducta de hembras de otras especies.

Desde la prehistoria, los varones han sido atraídos por las caderas, las piernas y los pechos de las mujeres; ellas, por la musculatura. Sexo y supervivencia se enlazan: reproducción, amamantamiento, protección y migración.

No es fácil definir el amor. El diccionario poco ayuda. O se pone filosófico (“sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”) o sensual: “sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”, según las dos primeras acepciones. Dada la dificultad de definir el término, todas las culturas recurren a las metáforas.

Al amor erótico igual se lo asocia, entonces, con un músculo que con temperatura, atracción, ingesta, posesión y con la propia existencia.

Un corazón palpita en muchas canciones, destacadamente las mexicanas: lo mismo late más rápido que se parte/rompe, se desangra… En las producciones líricas con ambiciones más elevadas también está presente. No siempre se consigue esquivar la sensiblería. La palabra corazón procede de la voz latina cor, de ahí los sustantivos cordial y concordia.

El amor es cálido, opuesto a la frialdad. Hay cierta lógica: cuando experimenta una sensación intensa, el cuerpo se calienta, al tiempo que —como se acaba de decir— se acelera el pulso. El acto sexual produce sudor, lo que explica, incluso justifica, los adjetivos ardiente, caliente, fogoso(a), o los verbos arder, derretirse, fundirse…

Según médicos y sexólogos, las feromonas son las secreciones responsables de disparar la atracción entre las personas. Desde hace siglos, los perfumeros han intentado infructuosamente replicarlas en sus laboratorios. El nombre de una vieja fragancia mexicana, Siete Machos, chacoteaba con esa pretensión. Las hembras animales secretan también hormonas pero sólo en momentos acotados; nuestros humoristas chocarreros sitúan después de la luna de miel una condición semejante en las mujeres.

En el amor carnal ellas son comestibles (comer a besos), a veces son tunas espinosas o panales o duraznos de corazón colorado. También son plantas de ornato: “Si la vida es un jardín, / las mujeres son las flores, / el hombre es el jardinero / que corta de las mejores. / Yo no tengo preferencia / por ninguna de las flores, / me gusta cortar de todas, / me gusta ser mil amores”. Es por eso que, siguiendo la metáfora sexista, cuando una mujer es desflorada pierde parte de su atractivo.

Los verbos chingar, joder y similares representan una paradoja. Si bien en sentido estricto se refieren a una acción placentera, figuradamente se aplican a situaciones incomodas, desagradables. Esta aparente contradicción la explica el hecho de que la penetración sexual, en el imaginario de muchos pueblos, degrada al penetrado. Esto está emparentado con la machista concepción de que la sexualidad implica posesión: “fue mía” es una jactancia; “serás mía”, casi una admonición.

En el primer amor se atesora todo contacto, se planea un porvenir. Un viejo amor ni se olvida ni se deja.

En México, el verbo coger prácticamente no se utiliza con el sentido de “tomar”; es una manera soez de referirse a las relaciones sexuales. Los mexicanos hemos de ser los únicos seres humanos que rechazamos categóricamente una felación o un cunnilingus; por ello, nuestro “¡no mames!” significa ‘¡no molestes/exageres!’ Otra paradoja: amar es positivo; ser o tener amante, reprobable. El celibato va contra natura; intento de castración simbólica.

Hay sexos patéticos: el coito como gimnasia rítmica de la pornografía y el que versificó Sor Juana: ¿es culpable la que peca por la paga o el que paga por pecar?

“Mi vida/alma” son apelativos comunes entre los enamorados. El ser amado sería, pues, etéreo, por lo menos al comienzo de la relación. A menudo, si ésta persiste, la simbiosis se incrementa, por eso se habla de amores de oro (como los quincuagésimos aniversarios de boda). El amor eterno, monógamo, asimilado a la existencia, no es exclusivo de los seres humanos; generalmente rige también la vida sexual de lobos, cisnes, castores, pingüinos…

Pocas estampas enternecen más que el pausado andar de dos ancianos con los dedos entrelazados, igual que, años atrás, habían estado sus cuerpos.  EP

 

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Profesor de Literatura Francesa en la FFyL y de Español Superior en el CEPE de la UNAM, Ricardo Ancira obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001 por “...y Dios creó los USATM”. Es autor del libro de relatos Agosto tiene la culpa (El tapiz del unicornio, 2015).

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