Identidades subterráneas: El celular como espacio de libertad
En un salón de clases observo a un adolescente jugando Pong en una diminuta pantalla y por un segundo recorre mi mente el avance tecnológico que llevó a que dicho videojuego pasara de una inmensa computadora al minúsculo reloj inteligente. Cuando se creó, en 1972, este juego electrónico requería de una computadora especializada de casi un metro cuadrado de superficie; posteriormente apareció como el entretenimiento estelar de las primeras consolas caseras de Atari. Cuarenta y seis años después de la creación del juego, este joven, alumno de una clase que he impartido a nivel secundaria, lo tiene como una de las apps menos pesadas de su smartwatch, y lo controla a través de la touchscreen. Le pido que no juegue Pong y se concentre en lo que estamos viendo, a lo que responde: “¿A poco conoces Pong?”. De inmediato hay una conexión intergeneracional, pues, aunque yo lo jugué en las consolas de Atari y en las primeras computadoras personales de la década de 1980, utilizando joysticks o teclados como controles, el juego luce exactamente igual.
No es la única vez que debo solicitar a los alumnos de esa clase que se aparten de sus pantallas móviles: en una esquina, dos chicas consultan en su celular la ropa de moda más actual para adolescentes en una tienda en línea; otros se toman una selfie que alteran al momento, añadiéndose orejas de conejo, nariz de roedor, o distorsionando la imagen de manera chusca para subirla de inmediato a la red social Snapchat y que los demás compañeros de clase puedan ver su creación al momento. Una minoría saca sus celulares para investigar más sobre los temas vistos en clase; en esos momentos, coartar el uso de dichos aparatos sería absurdo. Al fondo, un estudiante esconde su teléfono bajo la mesa, pues resulta que está viendo a través de YouTube la película Ted 2, que, por la temática y el uso del lenguaje, imagino que sus padres jamás le dejarían ver en casa.
Aunque la regulación de la escuela prohíbe a los alumnos utilizar el celular en clase, el uso masivo dificulta el control del dispositivo; apenas uno se distrae y ya puede ser víctima de un retrato a ser convertido en el meme de la semana circulando en las redes de aquéllos. Al intentar quitar el teléfono móvil a los estudiantes, éstos se defienden con múltiples excusas, lo esconden o emplean mil maniobras. No dejarán que su pequeño exocerebro caiga en manos de la autoridad sin presentar una fiera resistencia.
Los celulares y relojes inteligentes, además de ser un centro de entretenimiento, medio de comunicación y enciclopedia móvil, se han convertido en un espacio de libertad y expresión personal, con un rol equiparable al de otros dos equipos portátiles inventados a lo largo del siglo xx: el transistor de pilas y el walkman.
El transistor portátil causó sensación en la década de 1950 y, al mismo tiempo, proveyó a la juventud de un medio fuera del control de sus padres en el que podían escuchar las estaciones de radio que quisieran, sin tener que ceñirse a la decisión de los patriarcas en la radio hogareña. En buena medida, el auge del rock and roll, la cultura del rock de los años sesenta y la Revolución sexual no podrían explicarse sin el transistor portátil.
Tres décadas después, cuando el sistema de payolas de las grandes disqueras funcionaba a la perfección, las estaciones de radio más alternativas parecían de pronto tener una agenda fijada más por el mercado que por la exploración cultural. En ese contexto, el invento del walkman, aunado a la posibilidad de grabar en casetes, proporcionó un nuevo espacio de libertad para escapar de la programación dictada por las empresas musicales. El auge del rock indie a nivel global le debió mucho a ello, así como el rock mexicano, que, pese a ser ignorado por la mayor parte de los medios, alcanzaba a su audiencia a través de los demos grabados en casete.
Otras tres décadas después, el smart-
phone y el smartwatch se han convertido en un equivalente: representan un medio alejado del control parental que ha permitido el auge de distintos blogueros y de formatos de comunicación, entre ellos los videos efímeros en vivo que se pueden transmitir a través de ellos. Estos dispositivos llegaron para quedarse y tratar de contrarrestar su uso o prohibirlo resulta casi inútil. Recientemente elaboré una tarea para mis alumnos utilizando una plataforma digital, de tal forma que éstos tuvieran que contestar el cuestionario en sus teléfonos móviles o en una computadora. Incluí videos, imágenes y, sobre todo, preguntas de opción múltiple cuyas respuestas no se podían hallar en un segundo utilizando internet, sino que requerían investigación. El porcentaje de tareas recibidas a tiempo fue inmensamente mayor a lo usual: el acostumbrado cuarenta por ciento se elevó a ochenta. Esto me hace pensar que el uso de dichos aparatos se debe fomentar con cierta guía, de modo que maximicen el potencial de cada persona. EP
————————
Bruno Bartra es escritor, sociólogo y DJ. Ejerce desde el 2000 el periodismo en medios como Reforma y Replicante. Es miembro fundador del grupo musical La Internacional Sonora Balkanera. Twitter <@brunobartra>.