#PoliedroDigital: Lo Latinoamericano de la literatura
Un autor o una obra no se hacen solos. Ambos son el resultado de una tradición que les precede. La historia de la literatura latinoamericana es un claro resultado de esto. Un tema angular que muestra la herencia de tales tradiciones tiene que ver en cómo se ha pensado lo latinoamericano. La preocupación de encontrar una forma en la que esta “esencia” tiene o tendría que ser representada a través de la palabra escrita, ya sea en forma de poesía, ensayo, novela o tratados filosóficos, si bien es diversa y tratada desde perspectivas particulares o desde géneros literarios diferentes, atraviesa todo el pensamiento intelectual de América Latina.
Sin embargo, es de vital importancia mencionar aquí que estos géneros nunca podrían ser explicados como categorías completamente cerradas. Hacer esto sólo haría estéril o incompleta una “realidad” que muchas veces se rehúsa a ser encerrada en conceptos, o por el contrario, delimitar la palabra a su signo anularía su facultad de crear los ecos que construyen nuevos mundos. Si algo nos ha enseñado la literatura latinoamericana es justamente esto: su capacidad extraordinaria por resignificar su realidad y su lenguaje y por ende, los géneros que la constriñen.
La literatura, entonces, en sus múltiples expresiones, es una disciplina capaz de enunciar verdades, capaz de develar formas y contenidos inimaginables de quien escribe, de lo que escribe, desde dónde lo está escribiendo y el público a quien está dirigido. Todo esto es posible porque cuenta con el extraordinario recurso de la ficción, que, a través del uso de figuras retóricas y de la construcción de un universo diegético particular, habla sí, de su adentro —o sea, de su estructura narrativa— pero más importantemente de su afuera: de los nuevos modos de configurar el mundo y el lenguaje, de su contexto histórico-cultural y su relación con otros: señala, pues, un pensamiento que rebasan las configuraciones de cualquier libro.
Por ello, la literatura, y más específicamente, la literatura latinoamericana —que va siempre de la mano con su filosofía—, parecería estar siempre un paso delante de los análisis más duros. Parecería dar cuenta (y antes que otras disciplinas) de los cambios y las problemáticas de un mundo que muchos años después se tratarían de explicar, por ejemplo, —y creemos, nunca con tanta perspicacia— con la sociología o la historia. Esta, nos parece, es la potencia latente y muchas veces malentendida de nuestra literatura latinoamericana.
Como ejemplos tenemos a las vanguardias de los años veinte en América Latina con autores como Arqueles Vela en el movimiento estridentista, Macedonio Fernández con la vanguardia ultraísta, Oswald de Andrade con el movimiento antropofágico o Vicente Huidobro con el Creacionismo, por mencionar sólo algunos. Por otro lado, y explicando otras problemáticas, podemos mencionar a Arguedas con su literatura indigenista, que ya desde los años treinta mostraba ciertas características de lo que Fernando Ortiz nombraría como “transculturación” una década después. Podríamos mencionar también a Julio Ramón Ribeyro y su literatura que da cuenta del Perú en los años cincuenta.
Una cosa, sin embargo, queda clara: todos estos autores tienen una posición específica de lo que es América y cómo tiene que ser pensada, o para ponerlo en términos literarios, en cómo, desde dónde y con qué lenguaje tiene que ser narrada. Es así que esta tradición literaria, de mano de la europea, dará pie a una nueva generación de escritores que se les denominará como “El Boom latinoamericano” y que seguirán reflexionando sobre su “latinoamericaneidad” desde temas y formas muy diversas unos años después.