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#PoliedroDigital: Mujeres en la Caravana Migrante

Andrea Sánchez Grobet | 16.11.2018
#PoliedroDigital: Mujeres en la Caravana Migrante
Durante varios años, “Poliedro” fue la sección principal de las centrales de la revista Este País. Con el propósito de honrar a esa tradición impresa y renacer como EP en línea, hemos nombrado “Poliedro Digital” al blog semanal de la Redacción que, al tener diversos colaboradores, es como ese cuerpo geométrico de “muchas caras”.

El jueves 6 de octubre tuvimos la oportunidad de ir a al Estadio “Palillo” Martínez en donde se encontraba una parte importante de la caravana —casi 4,500 personas, según una de las organizadoras de los voluntarios—. Ahí, platicamos con mujeres, niñas y niños, quienes nos compartieron algunas de sus experiencias y preocupaciones en este gran recorrido que habían hecho.

Aunque pidieron que los detalles de la junta de mujeres no fuesen compartidos, sí podemos decir que nos inspiró de muchas maneras la fortaleza que ellas llevaban consigo. Desde un locus privilegiado en la cual nos posicionamos irremediablemente —por ser mujeres de clase media universitaria— no nos atreveríamos jamás a hablar por ellas, como muchos de los medios actuales no han dudado en hacer. Por el contrario, quisiéramos hacer una breve nota sobre lo que creemos que son los problemas más importantes a considerar en este éxodo de refugiados que pisó tierra mexicana el 19 de octubre de este año y que una parte de ella se encuentra actualmente en Tijuana.

Lo que sí podemos decir es que las mujeres, los niños y las niñas no sólo han sido un grupo históricamente negado, en las que las categorías de raza, género y clase —pero también de edad, etnia y religión— los atraviesan y los forman como cuerpos que sufren y encarnan diferentes tipos de violencia; sino que se ha olvidado (o más bien escondido) que son justamente estos cuerpos quienes han mostrado a lo largo de la historia la inmensa capacidad de lucha y de resistencia.

Pero si quisiéramos comprender las razones de una de las mayores crisis humanitarias, un análisis exclusivamente político se descubre insuficiente. Ver los acontecimientos desde una perspectiva unilineal y particular es el resultado de la lucha de lo que desde hace varios años se ha posicionado como la visión hegemónica de la Historia. Una en la cual la perspectiva de la dominación y el control por los recursos (humanos y naturales) se esconde en los estudios exclusivamente nacionalistas y contemporáneos.

Así, los cuerpos que encarnan la violencia no sólo están sujetos a los problemas de sus territorios, sino que se descubren como los actores en donde podemos encontrar la larga historia colonial, capitalista y patriarcal con los que los países recientemente denominados como “del Sur”[1] se han conformado estructuralmente.

La violencia, entonces, más que ser un momento “excepcional” en la historia de nuestros territorios, es el mecanismo constitutivo con el que se pudo establecer el proyecto civilizatorio de la modernidad. Ya lo dijo Michel Foucault: es a partir de la violencia que se ha establecido un estado de las cosas, una orden singular de la historia y una “verdad” con los que se funda la mirada legitimadora de la dominación.[2]

Los cuerpos, como el territorio de inscripción de estas violencias, han cargado históricamente con las condiciones de raza, género y clase como dispositivos que los posicionan dentro de una jerarquía establecida que tiene el fin de reproducir los privilegios y el poder.

Estamos ante una nueva crisis mundial y no es casualidad el nuevo giro a la derecha que estamos experimentando a nivel internacional. Cuando las resistencias se vuelven más fuertes, el capital necesita nuevas formas de subsumir y controlar a los sujetos que corporalizan otras formas de pensar, ser y actuar en el mundo, (como lo expuso de manera mucho más elocuente Silvia Federici en su visita a México en la Universidad Nacional Autónoma de México).[3]

Ante la nueva configuración política y económica, la cúpula del poder no ha dudado en acudir a sus viejos mecanismos de control para asegurar su posición. Así, nos vemos enfrentadas nuevamente a la creación de un sujeto político que ha ayudado a mantener el control del territorio y el capital: el “enemigo”, que durante el siglo XX fue caracterizado bajo apelaciones como “comunista”, “revolucionaria” y “guerrillera” —o como en el siglo XVII la figura de “la bruja” sirvió para privatizar el conocimiento de las mujeres—; encuentra hoy nuevas formas de nombrarnos: “migrante”, “terrorista”, “populista”, “ilegal”.

Bajo una bandera “nacionalista” y “blanqueada”,[4] lo que buscan estas acepciones es desarticular los espacios y cuerpos que se encuentran, desde hace muchísimos años, en resistencia. Según Rita Segato[5], son estos sujetos que han tenido que desplazarse de su territorio los que “amenazan” al hombre blanco capitalista —figura en el cual se encarna la hegemonía— por exceder y fisurar las identidades binarias producidas por la modernidad, y por luchar en contra del (neo)extractivismo, el mal llamado “progreso” y el neoliberalismo, que han tomado en los últimos años una importancia clave para la regeneración del capital. Según Federici, si algo supo el capitalismo fue crear los mecanismos para apropiarse del trabajo y de los cuerpos como una estrategia con la cual puede disciplinar, controlar y asegurar su hegemonía como la forma por excelencia de producción.

Nuevas formas de la guerra, como diría Segato,[6] que, también, se disputan sobre los cuerpos-territorios de las mujeres, los nuestros. Por ello, nos parece que no es tan difícil reconocer lo que está pasando ahora en Centroamérica, región que ha sido históricamente estratégica por su posición geográfica y recursos naturales (en los que podríamos sumar, por ejemplo, a Brasil, Argentina y Venezuela).

Los intereses geopolíticos tienen como resultado diferentes geoestrategias que, como bien plantearon Silvia Federici y Silvia Rivera Cusicanqui,[7] están basadas en una constante militarización de los territorios en el nivel tanto político como económico.[8] La táctica de mantener los territorios en una situación de guerra constante, posibilita justamente, el control territorial y productivo.

Las razones por las cuales casi 7,000 centroamericanos tuvieron que refugiarse en otras tierras no tiene que ver solamente con un gobierno que se descubre asímismo incapaz de resolver los problemas políticos de sus país, sino con intereses que salen de sus límites geográficos.

El término “resistencia”, entonces, engloba una serie de prácticas que más allá de referirse a una participación en la idea de lucha que tenemos en el imaginario colectivo —luchas armadas, reapropiación del espacio público, por mencionar sólo algunas— (de las que, por cierto, sí forman una parte muy importante); la resistencia es también un modo alternativo de concebir los procesos de liberación en las que las nociones de “cuidado”, “espacio privado”, “reproducción de la vida”, “alianzas”, “cuidado de la naturaleza”, “afectos”… toman un nuevo significado y adquieren un enorme valor hoy en día.

Aunque los medios de comunicación se enfoquen generalmente en los hombres migrantes, o que sólo muestren las terribles situaciones por las cuales las mujeres tienen que pasar en su recorrido como refugiadas (cosa por demás importante); lo que no enseñan es que el trabajo de las mujeres es la condición de posibilidad para que una caravana de las magnitudes de estas (y de muchas otras a lo largo de la historia) sea posible.

Así, si escucháramos más atentamente, nos daríamos cuenta de la gran seguridad y esperanza que de las voces de estas mujeres se desprenden; de las prácticas de solidaridad que se van generando entre ellas; y que son las mujeres quienes, desde una práctica de cuidado y afecto, están desarrollando verdaderos lazos de compañerismo desde sus cuerpos vulnerables. Una vulnerabilidad que deviene recurso y práctica política desde la que, que según Judith Butler,[9] nos posibilita a mirarnos en la otra; a entregar nuestro cuerpo, nuestros duelos, nuestros afectos y nuestras diferencias —sin olvidar que éstas sí tienen diferentes escalas— para encontrar recursos políticos efectivos con los cuales hacer frente a esta realidad.

Lo que podemos hacer, entonces, es acercarnos a aprender. EP

 

 

 

[1] Se ha denominado “Sur Global” a las comunidades o países que están en la periferia sin importar su posición geográfica.

[2] Michel Foucault, Genealogía del racismo, Argentina, Editorial Altamira, Colecciones Caronte Ensayos, 2006.

[3] Cfr. Silvia Federici, Caliban y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Traficantes de Sueño, Madrid, 2010.

[4]Para Bolívar Echeverría, la modernidad capitalista necesita de la “blanquitud” para sostenerse. Este concepto va más allá de un color de piel, una identidad étnica o una posición de clase; por el contrario, se refiere a todas las actitudes, prácticas y comportamientos que un individuo o colectivo necesita para pensarse así mismo dentro de las dinámicas del capitalismo y la modernidad. Bolívar Echeverría, Modernidad y blanquitud, México, ERA, 2010.

[5] La Cátedra de “Teología Feminista” de la Universidad Iberoamericana, invitó a Laura Rita Segato a su “Seminario Fundamentalismo, Masculinidad y Crueldad” del 12 al 15 de noviembre del 2018.

[6] Laura Rita Segato, Las nuevas formas de guerra y el cuerpo de las mujeres, Puebla, Pez en el árbol, 2014.

[7] Diálogo: Silvia Rivera Cusicanqui y Silvia Federici en el XVIII Feria Internacional del Libro en la Ciudad de México. Disponible en video en: https://vimeo.com/296463065

[8]El Banco Mundial, La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el Fondo Monetario Internacional, en fin, las organizaciones supranacionales gubernamentales o privadas junto con las grandes empresas trasnacionales se han encargado de responder a estos intereses. En esta perspectiva, se puede notar el interés de nuestro país vecino por controlar las zonas estratégicas latinoamericanas. Para da una pequeña idea, tan sólo en Venezuela y Brasil existen 39 bases militares, la mayoría norteamericanas. La zona más controlada es en el que se encuentra el yacimiento petrolífero brasileño del Presal, y la región del Amazonas. Atilio A. Borón, América Latina en la geopolítica del imperialismo, México, UNAM, CEIICH, 2014, p, 27. 

[9] Judith Butler, Vida precaria. El poder del duelo y la violencia, Buenos Aires, Paidós, 2006.

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