China a la baja
Durante los últimos 30 años, el suceso económico mundial más importante ha sido el alza de China. El país más grande del mundo se cambió de un lugar estancado, un país que solía provocar menosprecio y pena, a la segunda potencia internacional. Su PIB se ha multiplicado por un factor de 36 desde 1982, a través de una peculiar combinación de liberalismo económico y autoritarismo político, y la voz del gobierno chino se ha convertido en una de las más importantes en el mundo.
Gracias a este desempeño, que no tenía precedente, los líderes chinos creían que habían encontrado la fórmula perfecta para el crecimiento, una conclusión que sí tiene muchos precedentes entre los líderes que presiden durante un periodo de expansión.
Sin embargo, las noticias recientes —una caída de la bolsa y la devaluación de la moneda nacional, ambas ante el contexto de una expansión mucho más lenta— dejan en claro que la época de crecimiento acelerado en China se ha acabado y sugiere que los conductores de su economía no son tan omnipotentes como creían. La caída del pasado 20 de agosto tiene implicaciones positivas y negativas para el mundo.
La desaceleración siempre fue inevitable, ya que el país se expandió tan rápido —sobre todo debido a la ineficiencia espeluznante de la época de Mao—, y un país no puede crecer a 10% por año por mucho tiempo. Lo que ha inquietado a los mercados y los analistas económicos es que no parece que sepan cómo reaccionar. Han tomado medidas muy extremas, destinadas a fracasar a largo plazo, para mantener los precios de la bolsa, incluso el bloqueo de ventas de acciones y la suspensión de la compraventa de acciones para empresas en problemas. Su devaluación parece improvisada e incompleta, no parte de un plan coherente para preparar al país para la siguiente fase de su evolución económica. Y sigue habiendo dudas sobre la precisión de las cifras económicas publicadas por los chinos, es decir, hay muchos que creen que la desaceleración ha sido y seguirá siendo mucho más fuerte de lo que han admitido.
Esto inevitablemente presenta un contexto complicado para los líderes chinos, sobre todo al presidente Xi Jinping. El New York Times publicó el domingo un largo reportaje sobre la falta de confianza de las élites en su presidente, quien lleva dos años en su cargo y sigue sin consolidar el apoyo político como lo hizo su antecesor Hu Jintao. Los mil millones de chinos que laboran en la pobreza también ya tienen expectativas de crecimiento rápido y todas las oportunidades que éste conlleva. Una caída económica duradera tiene la posibilidad de desatar el malestar social extendido que es la peor pesadilla para el Partido Comunista chino.
Para Estados Unidos y México, de una forma muy limitada, las complicaciones chinas son buenas noticias, ya que los dos países compiten en diferentes juegos de suma cero con dicho país. Una China debilitada será menos capaz de suministrar al mercado estadounidense, cosa que cedería espacio a México, y sería menos capaz de retar el liderazgo mundial de los gringos.
Pero todo el mundo se ha acostumbrado a una China en expansión. La demanda de este país sostiene a los exportadores de todo el mundo. Como bien demuestra el desplome general de las bolsas de valores, las preocupaciones sobre su futuro han despertado miedos en mercados de cada centro financiero del planeta. En fin, los efectos secundarios de esta desaceleración se van a sentir por todo el mundo, sobre todo si, como parece muy probable el día de hoy, meten un freno drástico.
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