Dos rayas del tigre
Dos recientes ecos del pasado escandaloso del presidente Peña Nieto demuestran precisamente porque sus intentos de reformar la imagen de México en el mundo no han tenido éxito.
Primero, pasó el segundo aniversario de desaparición de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa. A pesar de representar quizá la mancha más oscura en el legado de Peña Nieto, el caso no está nada esclarecido. La reacción del gobierno fue primero silencio, y luego una prisa desmedida para encontrar culpables para dar por acabado el asunto. Su esquizofrenia también se ve en cómo el gobierno peñista primero invitó a un grupo de peritos internacionales, para luego intentar desacreditarlos cuando sus conclusiones no cuadraron con las del gobierno. Peña Nieto nunca buscó establecer la verdad definitiva de los hechos, tantos los eventos del día del crimen como las causas de fondo de la impunidad en Guerrero. Y para colmo, los Guerreros Unidos, el grupo presuntamente responsable por la masacre, siguen operando en Iguala, sitio del secuestro.
Unos días antes del aniversario macabro, The New York Times publicó un ensayo fotográfico sobre 11 de las mujeres atacadas por policías en Atenco en 2005, cuando Peña Nieto era el joven gobernador del Estado de México. Aparecen grandes retratos de las caras de las víctimas, en las cuales su enojo y tristeza y dolor están tan claras que parecen escritas. Al lado de las fotos salen breves comentarios de cada una, sobre el costo emocional de lidiar con el trauma de los ataques. Algunas parecen haberlo puesto en el pasado; otras dicen, “No lo he superado, ni tantito,” y “Mi proyecto de vida se arruinó.”
De cierto sentido lo de Atenco fue nada más un avance de lo que se esperaba en Ayotzinapa. En ambos casos, la gente sufría un castigo indescriptible por protestar. En ambos casos, los agresores incluyeron agentes del estado. En ambos casos, el gobierno de Peña Nieto fue completamente incapaz de lidiar con las crisis, ni de hacer un gesto conciliador hacia los que sufrieron las consecuencias de las agresiones ni de los que simplemente no quieren vivir en un México donde los abusos de autoridad sean tan comunes. Y en 2005 como 2014, la falta de liderazgo de Peña Nieto precipitó una vergüenza internacional.
Peña Nieto apostó una gran parte de su presidencia en su habilidad de darle vuelta a la inseguridad, y darle una revolución a la imagen de México que tanto había caído bajo Calderón. Pero eso no ha sucedido. Las revistas gringas, sobre todo las que tienen una pinta más intelectual, tratan la estrategia de seguridad del gobierno de Peña Nieto como un fracaso.
Atenco y Ayotzinapa son dos casos ejemplares de los defectos de Peña Nieto; demuestran de sobra la carencia de carácter y juicio necesario en un ejecutivo exitoso. Como símbolos de su legado, estos dos episodios pesan muchísimo más que los elogios insípidos que él sigue recibiendo de algunos sectores. Lejos de ser el salvador de México, él se ha convertido en un símbolo de un gobierno que o no le interesa o no es capaz de asegurar la seguridad.
Un punto final sobre un tema distinto: Pese a sus defectos como hombre y como político, que son muchos y manifiestos, Donald Trump aún cuenta con la habilidad de sorprender con la grandeza de su vulgaridad. Al parecer, esta vulgaridad abarca todo su ser. La nueva revelación --producto de un video de 2005 en que el candidato a la presidencia presumía asaltar a mujeres con impunidad-- no nos ofrece nada nuevo, sino reafirma uno de las primeras observaciones importantes sobre su candidatura: Como escribió el periodista Frank Foer en Marzo, la única ideología que tiene este hombre vacío es la misoginia.