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Somos lo que decimos: “Mi hermano bebe como un cosaco”

Estereotipos nacionales

Ricardo Ancira | 01.09.2015
Somos lo que decimos: “Mi hermano bebe como un cosaco”

Todos sabemos que los franceses no se bañan,1 que los japoneses toman fotografías a diestra y siniestra cuando no están trabajando como enajenados, que los argentinos son soberbios e insufribles, que los judíos, además de avaros, son agiotistas. Y sabemos todo esto porque nos hemos nutrido, generación tras generación, de estereotipos que, al esquematizar parte de la realidad, nos proporcionan una reconfortante sensación de control y entendimiento del mundo.

Un estereotipo es una imagen o idea simplificada, inmutable y aceptada comúnmente por un grupo o sociedad acerca de otro grupo diferente de personas por su sexo (sexismo) o preferencias sexuales (homofobia), condición social (clasismo), raza (racismo), nacionalidad, etcétera. Aquí interesa en especial la última.

Los gentilicios aluden a los miembros de determinada comunidad, pero —y esto es lo relevante— las dotan de características compartidas e invariables: los habitantes de determinado país “son”, sin excepción, tontos, flojos, criminales… Así, a los alemanes se los relaciona con la cerveza, se dice que “tienen la cabeza cuadrada” y una tendencia irrefrenable a sentirse superiores. Los chinos, por su parte, resultan fáciles de engañar, sus trabajos son meticulosos; su lengua, indescifrable: estar (algo) en chino. Sobre los estadounidenses existen concepciones contradictorias: o son explotadores o idiotas o agresores. Como es por todos conocido no hay nada más fácil que ligarse a una gringa.2

Son consideraciones inalterables la puntualidad británica, el alcoholismo de los rusos; los mexicanos, flojos e irresponsables, según muchos extranjeros3 (aunque entre nosotros los mestizos esto se endose únicamente a una etnia: los indígenas).4 En los últimos años, nuestra imagen del sombrerudo dormitando recargado en un cactus ha sido sustituida por el forajido de botas vaqueras, cadenas de oro y reluciente fusil semiautomático.

Con Alemania y China como dos de las escasas excepciones, los sureños de México, Francia, España, Estados Unidos, Italia, etcétera, son acusados de perezosos por las comunidades norteñas, que consideran ser más productivas.5

Sin tomar en cuenta las fronteras, otras comunidades son etiquetadas implacablemente, en bloque: los caribeños son dicharacheros e indolentes, por eso pueblan “repúblicas bananeras”. Por su parte, los esquimales viven en iglús y comparten a sus esposas. Los gitanos son ladrones6 mientras que los pachás/sultanes viven a todo lujo. Los moros —es decir, los árabes— son celosos.7 Pasamos por alto, sin darnos cuenta, que no todos los árabes son musulmanes y, peor aún, que no todos los musulmanes son terroristas.8 Los negros, que en Estados Unidos son llamados afroamericanos (de ese tamaño es el remordimiento del segregacionismo), parecen pertenecer todos a una sola nacionalidad, y su imagen oscila entre una reminiscencia de la esclavitud (trabajar como negro), el desorden (cena/merienda de negros), la delincuencia y la virilidad: según el mito, tienen un pene enorme mientras que los orientales lo tienen pequeño.

En las pantallas los estereotipos no solo se perpetúan sino que saltan fronteras, en especial las latinoamericanas que dependen en gran medida de las producciones estadounidenses. En nuestra publicidad, el mexicano pudiente es blanco, alto y delgado; en contraste, el pobre nunca aparece en ella dado que, como todo el mundo sabe, es “prieto, chaparro y panzón”, es decir que tiene cuerpo de pulquero o de mariachi.

El de los chistes es un terreno donde se explayan los estereotipos, como aquel que enumera las diferencias entre paraíso e infierno mientras refuerza clichés: en el primero la policía es británica, los chefs franceses, los mecánicos alemanes, los amantes italianos y todo lo organizan los suizos. En cambio, en el infierno la policía es alemana, los cocineros británicos, los mecánicos franceses, los amantes suizos y todo es organizado por los italianos. Entre nosotros hay chistes de gallegos; para los franceses, de belgas; polacos en el caso de los estadounidenses y así ad infinitum. Las supuestas peculiaridades se exageran incluso entre regiones de un mismo país; es el caso de los avaros regiomontanos o de la rivalidad entre yucatecos y campechanos.

Bromas aparte, los estereotipos, además de eternizar imágenes irreales pueden llegar a tener efectos catastróficos, como el que sigue afirmando que todos los judíos son usureros, el cual fue pretexto, ni más ni menos, para el Holocausto. También en el siglo pasado, pero en Ruanda, los hutus llamaban “cucarachas” a los tutsis y como tales los exterminaron, solo que a machetazos.

A veces se sale de Guatemala para caer en Guatepeor.

 

 

1 Hubo, incluso, en los dibujos animados estadounidenses, un zorrillo que hablaba con acento galo mientras agobiaba con su peste a sus interlocutores.

2 Las brasileñas son fogosas; las inglesas, frígidas; las francesas, promiscuas; las rubias, tontas; las orientales, sumisas…

3 En un popular dibujo animado aparecía un ratoncito mexicano que, como sus amigos, no trabajaba pero obtenía lo que deseaba desplegando una astucia rayana en el delito, característica —según los productores y dibujantes estadounidenses— propia de sus vecinos del sur.

4 Estas simplificaciones son universales: los mexicas despreciaban a todos los pueblos indígenas situados al norte de sus territorios y los llamaban chichimecas, palabra compuesta que en náhuatl significa gente-perro.

5 Se reconocen asimismo la seriedad y la eficiencia de los habitantes de los países europeos del norte, en especial los escandinavos.

6 En algunas regiones de México se los llama húngaros.

7 Queda por establecer si en su Otelo Shakespeare creó la leyenda o si solo la recogió. Esta última posibilidad parece la más pertinente y confirmaría, de paso, que este estereotipo existe, por lo menos, desde el siglo XVII.

8 Algo semejante ocurre con estereotipos de otra naturaleza —los de clase social— que sostienen que la corrupción es algo inherente a los políticos, o a los ricos en general, cuando ni todos los políticos (o los ricos) son corruptos, ni todos los corruptos son políticos o ricos.

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Profesor de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras y de español superior en el CEPE de la UNAM, RICARDO ANCIRA (Mante, Tamaulipas, 1955) obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “...y Dios creó los USATM”. Es autor del libro de relatos Agosto tiene la culpa (Samsara, 2014).

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