Somos lo que decimos: La rifa del tigre
Palabras de juegos
A pesar de las apariencias, no hay un error en el subtítulo. Lo que interesa aquí son las locuciones asociadas con el juego. Algunos implican fuerza bruta, como las vencidas. Los hay que son muy simples, como los volados (las caras “¿águila o sol?” siguen siendo la disyuntiva aunque hayan desaparecido las monedas de cobre de veinte centavos),1 otros son más elaborados, como la lotería de feria2 —ahora desplazada por el bingo— hasta llegar a los sofisticados, como el ajedrez. El placer de desafiar el azar es universal.3
Son los niños los que pasan más tiempo jugando. Antaño, la derrota se materializaba al perder todas las canicas;4 hoy, contando cadáveres en una pantalla de video. La rayuela fue un juego infantil callejero antes de volverse novela experimental. Se dice que juegan al yoyo los narcisistas. Algunos añoran viejos juegos populares: la rítmica matatena, lo energizante de saltar la cuerda, la contagiosa roña, los “tapados” de estampitas y el lúbrico balero. Ante Hacienda, como en la pirinola, “todos ponen” (esto en México quiere decir “unos cuantos”, siempre los mismos).
Los adolescentes gozan los altibajos en una montaña rusa; sus padres se divierten menos en la del costo de la vida, cargada de emociones mucho más intensas. En la rueda de la fortuna, como en la vida laboral y personal, a veces se está arriba, a veces abajo. Igual que con el carrusel, el avance llega a ser pura apariencia. Nadie sabe bien a bien qué significa jugar a las pipis y gañas.5
Pegarle al gordo no significa golpear a un obeso sino sacarse el premio mayor de la lotería. También se la saca quien obtiene algo inexplicablemente o sin merecerlo. Obtiene reintegro el que se queda en su puesto tras un cambio de administración.
Hay muchos juegos de cartas. Para que alguien nos explique en detalle le pedimos barajarla más despacio. Lo mismo se puede tener un as bajo la manga (en una negociación) o un póquer de ases que blofear. Poner las cartas sobre la mesa es hablar sin tapujos. Las de la baraja internacional van del 2 al 10, seguidas por personajes de la realeza, algunos —como la jota y la cuina— en traducción más que libre. De los naipes provienen igualmente “Fulano es un as” y el que las cartas “estén marcadas”.6 Los palos de la baraja española dan lugar a expresiones como “mandan bastos” (queriendo decir que hay violencia) o “machetazo a caballo de espadas”, es decir “sopa de su propio chocolate”, si uno prefiere una metáfora culinaria. En tiempos (¿quién lo diría?) entrañables, los carteristas solían ejecutar el dos de bastos pasando desapercibidos.
A pesar de que prácticamente todas las apuestas involucran dinero, es posible decir, por ejemplo: “(te) apuesto que él no vendrá”. La baraja es el terreno propicio para decir “va mi resto”, “doblo la apuesta” o “pago por ver”.
No pasa un día sin que un camión “haga chuza” en un crucero. En el solitario las únicas y silentes compañías son las cartas. Se apuesta la vida en la ruleta rusa. Lo único que se rompe en los rompecabezas es la ilusión de que las cosas pueden ensamblarse con facilidad. El turista, también llamado monopoly, refuerza el pragmatismo capitalista.
Miles de personas eligen perder su dinero en el hipódromo. Se llaman parejeras aquellas carreras en las que dos equinos (o un par de candidatos en campaña electoral) se disputan la victoria. “Caballo que alcanza gana” se dice también en los dos casos, y en ambos se manejan momios en los casinos. Algunos caballos son loderos, otro elemento que los iguala a la mayoría de los políticos. Se juegan todo a una carta y le apuestan a un solo caballo los temerarios; el “buen grillo” reparte su “simpatía” entre varios aspirantes.
El que canta —más bien grita— nuestra lotería tradicional no nombra las cartas: las define. Por ejemplo, “la cobija de los pobres” es el Sol. Algunas de ellas son endémicas de México, como “La chalupa”, las anacrónicas “Jaras”, “El nopal”, “La piñata”, “El elote” y, destacadamente, “El valiente”, representado por un ebrio agresivo.
Los billares tienen la fama de ser cuarteles generales de los vagos; para contrarrestarla los participantes en torneos visten esmoquin. Esto se ve reforzado por los nombres en francés de las jugadas. Meter en la buchaca, embuchacar, quiere decir embolsarse algo. En la vida personal y profesional en ocasiones se hace una exitosa jugada/carambola de tres bandas.
El ajedrez es el juego en el que la estratificación social se presenta de la manera más cruda: un caballo, ya no se diga un rey o una reina, vale más que un peón. Se lo ha llegado a considerar como un deporte, porque quizá contribuya a retardar la aparición de la artritis. En todo caso, algunas jugadas, como el enroque, inspiran a los jefes a hacer cambios en su gabinete sin que nadie deje de cobrar. Todo funcionario que se respete trata de colocar un alfil en algún organigrama ajeno, lo que le confiere, por lo menos eso piensa, presencia y poder. Ser el alfil de alguien es casi un título nobiliario republicano, como los delfines lo fueron en la realeza. Se puede poner en jaque una institución o a una persona; el ¡jaque mate! decreta la derrota del adversario.
Tanto en el ajedrez como en las damas, las piezas, las fichas y las canicas “se comen”. En el dominó no se come pero, paradójicamente, hay que hacer la sopa. A esta diversión popular en las cantinas debemos una oración críptica y poética a la vez: ahogar/ahorcar la mula de seises.
Los poderosos y los bravucones tienen todas las fichas en la mano, por ello pueden jugársela, rifársela (la vida, por ejemplo) y a menudo apostar doble contra sencillo. Los temerarios juegan con fuego, los fumadores con la salud. Hay quienes juegan limpio, fuerte o sucio.
La vida es una tómbola: échense ese tro(m)po a la uña.
1 Al caer el veinte uno comprende.
2 Cada quien habla de ella según le fue.
3 Este apunte no incluye las competencias deportivas, los espectáculos circenses ni las ya revisadas peleas de gallos.
4 Que era el golf infantil.
5 Por el contrario, es sabido que el tío Lolo es un hombre, generalmente público, que “se hace pendejo solo” de manera magistral.
6 Al igual que los dados cargados implican trampa, fraude.
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Profesor de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras y de español superior en el CEPE de la UNAM, RICARDO ANCIRA (Mante, Tamaulipas, 1955) obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “...y Dios creó los USATM”. Es autor del libro de relatos Agosto tiene la culpa (Samsara, 2014).