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TIPOS INMÓVILES

Antonio Machado a la luz de Juan de Mairena 

Claudia Cabrera Espinosa | 28.05.2019
TIPOS INMÓVILES

Este 2019 se cumplieron ochenta años de la muerte de Antonio Machado, poeta, ensayista y dramaturgo nacido en Sevilla en 1875. Podría decirse que su vida se compone de una serie de periodos interrumpidos por hitos que determinaron su camino: la mudanza a Madrid, sus estancias en París, la muerte de Leonor, su residencia en Baeza y en Segovia, su enamoramiento de “Guiomar”, el regreso a la capital española tras la instauración de la República y, finalmente, la Guerra Civil, al término de la cual viajó a Colliure, Francia, en donde murió a principios de 1939.

De su infancia en Madrid destaca su instrucción, impartida por el mismo Francisco Giner de los Ríos, uno de los pilares de la Institución Libre de Enseñanza —proyecto pedagógico de inspiración krausista—, a quien dedicó las siguientes líneas:

Como se fue el maestro,

la luz de esta mañana

me dijo: Van tres días

que mi hermano Francisco no trabaja.

¿Murió?... Sólo sabemos

que se nos fue por una senda clara,

diciéndonos: Hacedme

un duelo de labores y esperanzas.

 

Uno de los hechos más trascendentales en su vida adulta fue la pérdida de Leonor —con quien se casó cuando ella tenía quince años y él treinta y siete—, quien murió de hemoptisis en 1912, poco después de la publicación de Campos de Castilla. Como Machado le confesó a Juan Ramón Jiménez en una carta, su deceso lo llevó a considerar el suicidio: “Cuando perdí a mi mujer pensé pegarme un tiro. El éxito de mi libro me salvó, y no por vanidad ¡bien lo sabe Dios!, sino porque pensé que si había en mí una fuerza útil no tenía derecho a aniquilarla”.

Tras este suceso, Machado fue designado como profesor en Baeza, en donde impartió el curso de Gramática francesa en un bachillerato. Sobre este periodo escribiría a Miguel de Unamuno en 1913: “Esta Baeza, que llaman la Salamanca andaluza, tiene un Instituto, un Seminario, una Escuela de Artes, varios colegios de Segunda Enseñanza, y apenas sabe leer un treinta por ciento de la población. No hay más que una librería donde se venden tarjetas postales, devocionarios y periódicos clericales y pornográficos. Es la comarca más rica de Jaén y la ciudad está poblada de mendigos y de señoritos arruinados en la ruleta”.

Durante esos años, Machado vivió en soledad, salvo por las esporádicas visitas de algunos amigos, y dedicaba su tiempo libre a hacer excursiones por los alrededores de la ciudad, lo que más tarde le serviría de inspiración para el libro Nuevas canciones (1924). Fue aquí donde comenzó a estudiar Filosofía, gracias a lo cual pudo trasladarse a Segovia en 1919. El estudio de esta disciplina resultaría decisivo para su producción literaria bajo la firma de dos de sus heterónimos: Abel Martín y Juan de Mairena, y fue crucial para sus publicaciones posteriores, para su propia formación e incluso para la cabal comprensión de su poesía. Aunque el poeta y el prosista parecieran tener trayectorias independientes, al estudiar la obra del sevillano se descubre un imbricado tejido entre uno y otro.

El filósofo más influyente en Machado es, sin duda, Kant, cuya lectura Juan de Mairena recomienda a sus discípulos; pero en su obra también se encuentran ideas y alusiones a Platón, Leibniz, Husserl y Bergson, entre otros.

La relación entre la filosofía de Mairena y la poesía de Machado es indisoluble, como él mismo lo es de sus numerosos heterónimos: Jorge Menéndez, Víctor Acucroni, José María Torres, Manuel Cifuentes Fandanguillo, Antonio Machado, Lope Robledo, Tiburcio Rodrigálvarez, Pedro Carranca, Abel Infanzón, Andrés Santayana, José Mantecón del Palacio, Foilán Meneses, Adrián Macizo, Manuel Espejo y Pedro de Zúñiga, entre otros, además de los ya mencionados Juan de Mairena y Abel Martín. Todas estas personalidades lo conforman y tiran de él en distintas direcciones, pero al final constituyen un conjunto que apunta siempre hacia delante, en un afán de ampliar el conocimiento y encontrar la belleza en la cotidianidad de la vida. Como él mismo lo expone en los versos: “Busca tu complementario, / que marcha siempre contigo, / y suele ser tu contrario”.

Llama la atención que uno de los heterónimos del poeta —o apócrifos, como él los llamaba— lleva su propio nombre. Para señalar que no se trata de él mismo, apunta: “Algunos lo han confundido con el célebre poeta autor de Soledades, Campos de Castilla, etc.”. Como indica el filósofo español José Luis Abellán: “Aquí ‘Antonio Machado’ es un apócrifo de Antonio Machado, que entra así en el mundo —más verdadero que el llamado real— de la fantasía”.

Mucho se ha escrito sobre la multiplicidad y el desdoblamiento del sevillano a partir de la diversidad de sus firmas, así como de la aparente marginalidad de su actividad filosófica, quizá debida al deseo de establecer una distancia entre él mismo y sus ideas. La creación de Mairena y Martín se ha adjudicado a su timidez o a una posible inseguridad provocada por un tardío estudio de la filosofía. Sin embargo, también ha habido quien atinadamente ha observado en este fenómeno una filosofía originalísima y una aportación decisiva en el conjunto de la obra machadiana.

La relación entre la filosofía y la poesía de Machado se aprecia en forma de reflexiones en torno a la lírica, así como en los distintos tratamientos de un mismo tema, en verso y en prosa, y bajo firmas distintas. En Los complementarios, por ejemplo, leemos: “Cuando el poeta duda de que el centro del universo está en su propio corazón, de que su espíritu es fuente que mana, foco que irradia energía creadora capaz de informar y aun de deformar el mundo en torno, entonces, el espíritu del poeta vaga desconcertado nuevamente en torno a los objetos”. Y en Juan de Mairena: “¿Pensáis que un hombre no puede llevar dentro de sí más de un poeta? Lo difícil sería lo contrario, que no llevase más que uno”.

Para ejemplificar la interrelación entre su poesía y su filosofía, baste la lectura de los siguientes versos y su manera de abordar el mismo tema desde la prosa de Mairena:

¡Qué importa un día! Está el ayer alerto

al mañana, mañana al infinito,

hombre de España, ni el pasado ha muerto,

ni está el mañana —ni el ayer— escrito.

 

Estas líneas, provenientes del poema “El dios ibero” (en Campos de Castilla), fueron escritas bajo la firma de Antonio Machado y aluden a una temporalidad que ofrece múltiples interpretaciones.

Una de las sentencias de Mairena, por su parte, reza: “Para nosotros, lo pasado es lo que vive en la memoria de alguien, y en cuanto actúa en una conciencia, por ende incorporado a un presente, y en constante función de porvenir. Visto así —y no es ningún absurdo que así lo veamos—, lo pasado es materia de infinita plasticidad, apta para recibir las más variadas formas”. De este modo, como apunta Abellán, la afirmación críptica de los versos adquiere plena luminosidad. 

El tiempo es, precisamente, una de las principales obsesiones de Mairena, quien definía la poesía como el diálogo del hombre con éste, y al infierno, de la siguiente manera: “La espeluznante mansión del tiempo, en cuyo círculo más hondo está Satanás dando cuerda a un reloj gigantesco por su propia mano”. Como vemos, las temáticas que aborda son diversas, van de la política al folklore, la burguesía, la provincia, el escepticismo, la modestia e, incluso, lo apócrifo, y son siempre abordadas con inteligencia y buenas dosis de ironía.

Cuando en 1938 se le preguntó a Machado sobre Juan de Mairena, contestó: “Es mi ‘yo’ filosófico, que nació en épocas de mi juventud. A Juan de Mairena, modesto y sencillo, le placía dialogar conmigo a solas, en la recogida intimidad de mi gabinete de trabajo y comunicarme sus impresiones sobre todos los hechos”. En esta declaración, además de su sentido del humor, destaca la importancia de la dialéctica en su obra, que se va multiplicando conforme surgen nuevos interlocutores. Y si Machado no tenía uno a la mano, lo inventaba, con una nueva personalidad, un nuevo origen y una perspectiva propia, pero siempre en un afán heurístico y estético.

Como vemos, Juan de Mairena es mucho más que un seudónimo, tiene una biografía propia y una manera de pensar presuntamente autónoma. Su semblanza puede leerse en Poesías completas (1928), de la autoría de su creador: “Juan de Mairena, poeta, filósofo, retórico e inventor de una Máquina de Cantar, nació en Sevilla (1865). Murió en Casariego de Tapia (1909). Es autor de una Vida de Abel Martín, de un Arte poético, de una colección de poesías: Coplas mecánicas, y de un tratado de metafísica: Los siete reversos”. Sin embargo, Machado no se limitó a adjudicarle algunas obras y una fecha de nacimiento. Sabemos también que Mairena decidió fundar, en 1896, una Escuela Popular de Sabiduría Superior en Sevilla, en donde se impartiría una enseñanza superior de la que estaban excluidos los saberes especializados, que los “contemplase desde lo alto y que en algún grado ayudase a vivir”, en palabras de Ramón Barce.

En la obra de Juan de Mairena tuvo una profunda influencia su mentor, Abel Martín (Sevilla, 1840–Madrid, 1898), autor de Sobre la esencial heterogeneidad del ser (obra presuntamente rarísima e inencontrable) y Cancionero apócrifo (incluido en las Poesías completas de Antonio Machado), quien fue a su discípulo lo que Sócrates a Platón. En las Sentencias de Mairena encontramos gran cantidad de alusiones a su maestro, sobre todo en cuanto a temas como la alteridad, la complementariedad y la concepción de un trabajo superior: “una actividad marginal de carácter más o menos cinético, a la vera y al servicio de las actividades específicamente humanas: atención, reflexión, especulación […]”.

Algunas de las sentencias de Mairena están escritas a manera de diálogos con sus alumnos, y otras como apuntes o reflexiones. La siguiente es ilustrativa del humor que emplea para tratar los temas más escabrosos:

— Señor Gonzálvez.

— Presente.

— Respóndame sin titubear. ¿Se puede comer judías con tomate? […]

— ¡Claro que sí!

— ¿Y tomate con judías?

— También.

— ¿Y judíos con tomate?

— Eso… no estaría bien.

— ¡Claro! Sería un caso de antropofagia. Pero siempre se podrá comer tomate con judíos. ¿No es cierto? […]

 

Si bien estas sentencias, reunidas bajo el título Juan de Mairena (1936), no han obtenido la misma popularidad que la poesía de Antonio Machado, constituyen una lectura imprescindible para cualquier amante de los versos del poeta sevillano, o para cualquiera que guste de reflexionar sobre una diversidad de temas mundanos y filosóficos, o simplemente pasar un buen rato en compañía de un autor cuya originalidad sólo es superada por su agudeza. EP

 

 

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Claudia Cabrera Espinosa es candidata a doctora en Letras Españolas por la UNAM. Se ha desempeñado como editora y traductora y sus cuentos se han publicado en diversas revistas y antologías. Es autora de los libros infantiles El cuaderno de Ana y Una historia de aventis

 

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