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Norteando: Trump y sus aranceles

Patrick Corcoran | 03.06.2019
Norteando: Trump y sus aranceles

La amenaza de Donald Trump de imponer un arancel general de 5 por ciento en todas las exportaciones de México a Estados Unidos ha convertido la relación bilateral en un duelo de incoherencias.

El jueves en la noche, sin provocación ni aviso previo, Trump anunció la imposición del arancel general a partir del 10 de junio, como respuesta al flujo de “inmigrantes ilegales” llegando a la frontera estadounidense por territorio mexicano. La Casa Blanca le siguió con una aclaración: si México no logra terminar con la llegada de inmigrantes a la frontera entre Estados Unidos y México, el arancel se incrementará por un 5 por ciento, hasta llegar a 25 por ciento en octubre.

Es difícil encontrar las palabras para elaborar la estupidez monumental de esta maniobra. Para empezar, la gran mayoría de los centroamericanos están pidiendo asilo en Estados Unidos, por lo cual existe un proceso legal. Es decir, no son una multitud de indocumentados que llegan para trabajar ilegalmente. Puede que no le guste a Trump que exista este marco legal, pero eso es problema suyo, no del gobierno mexicano. Además, la administración de López Obrador sí ha cooperado en muchos de los pedidos del gobierno de Trump, a veces en contra de sus propios intereses domésticos. Este anuncio es un puñal en la espalda, y complicará los esfuerzos conjuntos que son fundamentales para aliviar un problema multinacional.

 

Y por supuesto, cabe mencionar que el objetivo de terminar con la inmigración ilegal es una quimera; sería igual de realista pedir que México acabe con el odio, o con las borracheras. Efectivamente, Trump ha lanzado otra guerra comercial en pos de un objetivo incumplible, que no tiene absolutamente nada que ver con el comercio.

 

Peor aún, los aranceles serán un castigo sobre todo para la economía estadounidense. Una gran parte de las exportaciones mexicanas hacia el norte pertenecen a las cadenas de suministro de las grandes marcas de coches, que alimentan el mercado estadounidense. Así que Trump ataca a Ford y Chevrolet y Toyota—y a todos los consumidores que quieren comprar uno de sus productos—con tal de castigarle a México. Un estudio reciente calculó que los aranceles que se han impuesto para el comercio chino han costado a las familias americanas un promedio de 831 dólares por año; si Trump cumple con su amenaza, esa cifra está por subir dramáticamente.

 

La verdad es que las políticas migratorias de Trump han fracasado según sus propios criterios—pese a su discurso de odio y sus prácticas abominables, los centroamericanos siguen llegando a pedir asilo. Resulta que el rencor nacionalista no es una base para resolver los problemas internacionales, que suelen requerir la búsqueda de intereses comunes entre gobiernos distintos. Y siguiendo la tradición venerable de políticos incompetentes con ideas poco viables, Trump está culpando a todos menos él mismo. Como el adolescente abusón, tiene un enorme enojo con el mundo que solamente sabe remediar a través del bullying, y México es el blanco de su ira del momento.

 

En su respuesta, López Obrador adopta su postura de gurú de paz, citando los ejemplos históricos de Roosevelt y Cárdenas, y de Juárez y Lincoln. Le invitó a “profundizar en el diálogo [y] buscar alternativas de fondo al problema migratorio.” También elogió “el bello ideal de la no-violencia.”

 

Supongo que la carta se elaboró pensando más en la reacción del público doméstico, porque es difícil imaginar un texto con menos posibilidades de convencer a Trump. Su bloguero apostaría mil dólares que Trump no tiene la más mínima idea de quién fue Cárdenas. A Trump le importan poco los ejemplos históricos; él no cree en modelos a seguir más allá que la versión idealizada que sostiene de sí mismo. Incluso en las mejores circunstancias, los bellos ideales—sea la decencia humana, el estado de derecho, o la no-violencia—pesan poco para Trump, un hombre que vive para el alimentar su ego pisando a los demás. Y estas no son las mejores circunstancias, sino la víspera de una guerra comercial.

 

La verdad es que la amenaza de Trump pone a López Obrador en una situación muy delicada; a menos que Trump abandone su ultimátum, no existe una solución que no requiere una buena dosis de dolor económico o humillación diplomática. Sin embargo, hablar de los ideales a un hombre que manifiestamente no cree en ellos es tapar el sol con un dedo. Los líderes que han tenido algo de éxito con Trump son los que han respondido a sus groserías y amenazas con firmeza. Le toca a López Obrador abandonar su discurso de amistad y amor—simplemente no existe un sentido recíproco en la Casa Blanca—y pelear. No se puede apelar a la razón de un hombre que no la tiene.

 

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