La cobertura mediática de México
Durante los primeros tres años del sexenio peñista, la cobertura mediática sobre México ha tocado los extremos. Primero, Peña Nieto fue el salvador de su país —para los que no se acuerdan, eso no es hipérbole mío, sino la etiqueta de la revista Time—, el héroe de las reformas que llevaría a México a la modernidad. Luego de los acontecimientos en Tlatlaya e Iguala, del escape del Chapo y del escándalo de la casa blanca, Peña Nieto se convirtió en la peor manifestación del PRI autoritario e ineficaz.
La verdad siempre quedaba entre estos dos extremos, como suele suceder. Los reportajes altamente negativos ignoraban que la tasa de criminalidad ha bajado y Juárez ha dejado de ser la ciudad más violenta del mundo. Independiente de cualquier otro incidente vergonzoso, estos son sucesos positivos. Por el otro lado, Peña Nieto sí logró la aprobación de varias reformas importantes, pero aún no está claro que tengan un impacto en el bienestar material de los mexicanos.
Este hábito de retratar el país en blanco o negro no es un fenómeno nuevo; desde hace décadas México suele ser una pantalla para las proyecciones de los demás.
Un nuevo reportaje sobre la situación del país a casi la mitad de la gestión peñista de The Economist supera esta tendencia eterna. Llama la atención que los temas de la inseguridad y las reformas, el eje de una gran mayoría de los reportes de los medios internacionales sobre México en años recientes, casi no figuran. En su lugar, la revista presenta una larga discusión sobre la desigualdad dentro del país, que es quizá el reto más complicado y el defecto más importante del desarrollo mexicano durante los últimos 20 años.
Como explican los autores, y como es obvio a cualquiera que haya viajado un poco por el país, el desarrollo de México post-TLCAN ha sido bastante variable. Algunas zonas se han integrado plenamente a los mercados internacionales: los estados de la frontera, el clúster tecnológico de Guadalajara, el Valle Central, entre otros. Pero fuera de estas regiones, y en muchas zonas marginales dentro de ellas también, la gente no ha podido conectarse con la aceleración de la actividad económica impulsada por la estrategia de las últimas dos décadas. Por lo tanto, por más que se ha disparado el comercio entre Estados Unidos y México, el crecimiento general ha sido pobre y los esfuerzos para revertir la pobreza no han sido exitosos.
Por el futuro previsible, esta será la tarea fundamental de cualquier presidente mexicano. Hay muchas causas de esta dualidad —la alta tasa de informalidad laboral, el poco acceso a la educación en muchos lugares, un déficit de infraestructura que deja una gran parte del país aislado—, pero nadie ha encontrado la receta para romperla.
Lo cierto es que va más allá de las reformas. Lamentablemente, requiere esfuerzo constante durante años y no deja muchas oportunidades para que un líder político declare un triunfo.
Pero no deja de ser una tarea esencial. Es la diferencia entre un país donde la escasez material pesa mucho y uno en el que no solamente se cubren las necesidades básicas sino en el que sobran las oportunidades.
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