John Boehner abandona el Congreso de Estados Unidos
La semana pasada, John Boehner, el líder de los republicanos en la Cámara de Diputados estadounidense, anunció su salida del Congreso. Agendado para finales de octubre, este fue un acto de sacrificio para evitar un cierre del Gobierno federal el mismo mes, cosa que buscan los rivales internos de Boehner en su propio partido.
Boehner es un personaje que provoca burlas; tiene el hábito de llorar durante sus discursos y ruedas de prensa, y tiene un bronceado permanente que le da cierto parecido a una naranja. Pero si bien no es una figura muy inspiradora, la salida de Boehner es una lástima que ilustra mucho de lo que está mal con el sistema político gringo en este momento.
Boehner es sobre todo un político, un hombre pragmático que sabe negociar, sabe la necesidad de conceder un punto a sus adversarios para conseguir una concesión de ellos. Hasta en su renuncia Boehner es fiel a este principio, ofreciendo su propia cabeza a cambio de mantener abierto el Gobierno. Sin Boehner, los extremistas de su partido han quitado un adversario más y el tamaño del terreno político que ocupan es un poco más grande.
Finalmente, a Boehner se lo comió la misma revolución que lo llevó al poder, ya que llegó a presidir sobre la Cámara gracias a la elección de 2010, dominada por los triunfos del Tea Party. La revolución del Tea Party descartan la importancia de las evidencias empíricas, aborrece la negociación y premia la fidelidad a la ideología encima de todo, aún cuando estalla contra la lógica innegable de la realidad. Y cuando Boehner, aceptando el hecho de que su partido controlaba apenas uno de los tres motores de la legislación, buscó negociar con Obama en repetidas ocasiones, selló su papel como el traidor de los principios conservadores y aseguró que su gestión sería tumultuosa.
El desdén de los republicanos para la racionalidad y el razonamiento está visible sobre todo en la carrera presidencial, donde la retórica se ha concentrado en elogios a principios y promesas imposibles. Es por eso que Donald Trump, un charlatán sin experiencia ni conocimientos relevantes, puede llegar a encabezar las encuestas durante meses. Es por eso que cualquier peso paja que promete la deportación de millones de residentes y la construcción de un muro a lo largo de la frontera logra unos cuantos puntos en las encuestas.
El mismo impulso absolutista que tumbó a Boehner también se refleja en la memoria selectiva de los republicanos. El partido venera a Ronald Reagan como el verdadero mesías del conservadurismo, pero no reconcilian su imagen sagrada con el hecho de que Reagan sacó adelante varios proyectos que lo harían un paria hoy en día: subió la tasa de impuestos y acordó darle amnistía a millones de inmigrantes, entre otras herejías.
Se nota la misma tendencia en la reacción de algunos sectores al discurso del Papa en el Congreso la semana pasada. En lugar de enfocarse en el mensaje de tolerancia y unidad, reclamaron su falta de condenación para el aborto y el matrimonio gay. Es una mentalidad lamentablemente común: la que no demuestra el compromiso total a sus objetivos y sus tácticas preferidas —sea Obama, Boehner, Francisco o cualquier otra persona— es un adversario.
La política es imposible si a un grupo clave el pragmatismo y la negociación le parecen una grosería. El Gobierno estadounidense no puede quitarse el freno mientras exista esta corriente tan venenosa pero, como demuestra de sobra la renuncia de Boehner, esta no está por salir del escenario próximamente.
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