youtube pinterest twitter facebook

Por un nuevo orden de género  

Entrevista con Ana Buquet Corleto  

Angélica Abelleyra | 01.10.2015
Por un nuevo orden de género  
En el mundo y particularmente en México, las mujeres experimentan a diario formas muy distintas de desigualdad. Esto se debe en parte a visiones estereotípicas de “lo femenino” que colocan a la mujer en una posición inferior a la del hombre. Para comprender mejor los distintos ejes sobre los que se da la discriminación contra las mujeres, platicamos con Ana Buquet Corleto. Directora del Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM, Buquet es doctora en sociología, licenciada en psicología y especialista en temas de género, sexualidad y educación.

Angélica Abelleyra: En México —a pesar de algunas leyes, de la investigación que se realiza desde la academia, del trabajo de colectivos y de la lucha diaria de las mismas mujeres en la oficina, las aulas y la casa— persiste la desigualdad, crece la violencia en su contra y se agranda la distancia entre ellas y los hombres. ¿Qué sucede?

Ana Buquet Corleto: En México sucede lo que en la mayor parte de los países del mundo: hay una forma de organización social que yo denomino “orden de género”. Pierre Bourdieu, el sociólogo francés, la llamó “dominación masculina”, y está arraigada en diversas dimensiones de la vida humana. Una de ellas es la de lo simbólico, que forma parte de la cultura. Es en esta dimensión de lo simbólico donde adquieren significado, de manera diferenciada y jerarquizada, lo femenino y lo masculino. Parto de la idea de que no hay un universalismo: no vemos igual a las mujeres en todo el mundo. Entendemos las diferencias que hay entre los seres humanos, pero considero que sí hay una forma de organización social de carácter universal que inferioriza a las mujeres a través de los significados sociales que tiene lo femenino.

 

¿Qué sucede entonces en las sociedades consideradas “matriarcales”?

Eso es un mito. No existen las sociedades matriarcales, en donde las mujeres tienen el poder sobre los hombres. Pueden existir ámbitos en los que se considera que estas tienen un poder relativo; por ejemplo, se habla mucho del poder de las mujeres dentro de los hogares, pero si lo analizamos seriamente, en realidad no lo tienen. Cuando hay hombres en el hogar, son ellos quienes tienen el poder de tomar decisiones, porque estas dependen mucho del dinero. Siempre parto de la idea de que las personas no pueden ser independientes y autónomas si no tienen un ingreso propio. De la falta de ingresos se derivan otras dependencias. Entonces, ¿qué pasa en nuestro país? Hay muchos Méxicos y la desigualdad que viven las mujeres en las zonas indígenas rurales no va a ser la misma que la que experimentan las mujeres en las ciudades, o las mujeres que estudiaron una carrera, o aquellas que son pobres o de clase media. Cada segmento es distinto.

Sin embargo, hay un común denominador en la condición de desigualdad, una concepción generalizada: las mujeres como personas que no son dueñas del todo de sus proyectos de vida, sus decisiones y sus capacidades. Esto produce un sinfín de problemas. Uno muy grave es la violencia contra ellas. ¿Y a qué se debe esta violencia? A que las mujeres son consideradas objetos, fines para otras personas y no para sí mismas. Cuando un hombre ejerce violencia en contra de una mujer, normalmente el mensaje es: “Yo puedo hacer contigo y con tu cuerpo lo que yo quiera, y no te considero una ciudadana en el más extenso sentido de la palabra”. La violencia es una vertiente que se divide en muchas más. La más terrible es el feminicidio, el asesinato de mujeres en todo México. ¿Por qué es algo tan terrible y por qué se ha podido tipificar como delito aparte? Porque el Estado no se ha ocupado de investigar y sancionar a los responsables. El subtexto es: “Podemos matar mujeres porque nadie se va a ocupar de averiguar quién lo hizo y los culpables quedarán impunes”.

Hay otro eje brutal de desigualdad: la división sexual laboral, que entiendo como la división entre lo público y lo privado, entre el trabajo y la casa, aunque también se da en los espacios públicos. Aquí hay varias dimensiones. La más tremenda es que las mujeres trabajan más que los hombres, alrededor de 20 horas más por semana, ya que son las responsables del cuidado de todos los integrantes del núcleo familiar: no solo los hijos, sino también los adultos mayores y las personas con discapacidad; además, se encargan de las tareas domésticas y la administración del hogar. En el mismo sentido, las mujeres tienen cargos orientados a dar servicio a otras personas, a educar y cuidar, trabajos derivados de su papel dentro del hogar y cuyo fin es ofrecer bienestar a los demás. Esto da lugar a que las mujeres tengan menos acceso al dinero, el poder y el prestigio en el ámbito laboral, pues se considera que no son “tan capaces” como los hombres. Tiene que ver con los significados asociados a lo masculino y lo femenino: racional/emocional, activo/pasivo, fuerte/débil, todo lo cual se traduce en prácticas de la vida cotidiana. Otro tema interesante es la administración de las emociones en el hogar. Las mujeres también gastan mucha energía en mantener un equilibrio emocional y afectivo en la casa; siempre está la mujer intermediando, desde la parte afectiva, entre los miembros de la familia. Según el INEGI, las mujeres se ocupan del 80% de todas las responsabilidades familiares.

 

¿Qué nos puede decir sobre las mujeres que repiten prácticas machistas?

No entiendo por qué la gente cree que por el solo hecho de que alguien sea mujer, es feminista. Se dicen miles de cosas: que las mamás reproducen el machismo en sus hijos, que son malísimas en cargos de poder o que son las principales enemigas de otras mujeres. Hay ideas que parten de supuestos equivocados, como que las mujeres, simplemente por serlo, van a defender los derechos de su género. Error. Feministas son algunas mujeres, y también lo son algunos hombres, y en conjunto somos quienes nos ocupamos de criticar esos sistemas. Pero todos los seres humanos crecemos y estamos dentro del sistema, y somos parte de la maquinaria que lo reproduce. Quien piense que una mujer, por el hecho de serlo, se comportará de una forma más honesta, dulce y solidaria, le está atribuyendo todos los significados asociados con lo femenino. Cuando las mujeres se encuentran en ámbitos de toma de decisiones es porque han llegado a un espacio de relaciones de poder, y la única manera de sobrevivir allí es jugando según las reglas de ese espacio. Creer que si una mujer se convierte en diputada va a desempeñar su cargo de forma abnegada y solidaria es caer en una confusión. Sí hay mujeres que son duras con otras mujeres, pero me pregunto si no hay hombres que también son duros con otros hombres. Eso pasa en todos lados. Es parte del mito de que las mujeres son débiles, frágiles, abnegadas, todos esos significados vinculados al concepto de feminidad que la gente traduce en las expectativas que se generan cuando una mujer ocupa un puesto público. Cuando una mujer es dura en un espacio de poder es muy criticada. ¿Por qué se espera que sea buena? Por los significados asociados con lo femenino.

 

¿Cómo ir matizando y diluyendo estos estereotipos que están en el imaginario?

Transformar un sistema tan complejo como este es transformar la naturaleza humana. El género lo atraviesa todo. Lo primero es reconocer que hemos avanzado. En un par de siglos, la condición jurídica, laboral y educativa de las mujeres ha cambiado significativamente. Antes tenían prohibido estudiar, trabajar, votar. Nunca pierdo de vista ese panorama. Pero las formas como se margina o subordina a las mujeres se han ido modificando: antes eran más explícitas, ahora son sutiles y veladas.

No obstante, se están haciendo muchas cosas en todo el mundo para mejorar las cosas. En México ha habido avances a nivel jurídico: tenemos la Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, y una serie de normas y reglamentaciones que buscan tener un efecto en la vida cotidiana. Sabemos que las leyes no van a transformar la realidad por sí solas, pero son la base jurídica para impulsar acciones, y algo influyen en el imaginario. Incluso a nivel subjetivo, las mujeres que empiezan a conocer esta información saben que no es correcto ni natural que alguien las golpee. En la Ciudad de México hay muchos más avances. Desde mi punto de vista, la interrupción legal del embarazo en la capital es un paso extraordinario porque habla de una autonomía real de las mujeres en relación con su cuerpo y su proyecto de vida.

 

En el otro extremo, ¿cuál es el estado del país con más rezagos?

Guanajuato es icono del rezago en el tema. Pero hay que señalar que 17 estados de la República cambiaron sus constituciones para definir la vida desde el momento de la gestación —utilizan la palabra concepción, vinculada a la religión católica— y hasta la muerte natural, con lo que ya están previendo una posible discusión sobre la eutanasia.

 

Todo lo que hemos hablado tiene que ver con política, pero ¿qué hay del tema de las mujeres y el ejercicio de la política en México?

Hay que mencionar un avance muy importante que es la Ley de Paridad de 2014 —un progreso histórico. Ahora bien, fue increíble el conjunto de estrategias a las que recurrieron los partidos políticos para evitar que el 50% de los cargos de elección popular estuviera ocupado por mujeres: nombraron a sus esposas, hermanas o primas siguiendo la lógica de hacer política a través de esas mujeres. Por eso digo que las mujeres no son un fin en sí mismas, sino un fin para los demás. Algo más que hicieron los partidos fue postular a mujeres para posiciones que sabían que otros partidos ganarían; o hicieron trampa y no pusieron a las que debían, al grado de que el Tribunal Electoral tuvo que intervenir y sancionarlos. Eso demuestra la tendencia a pensar que la política es un escenario para los hombres, un prejuicio que comparten todos los partidos, sin distinciones ideológicas. Siempre se piensa que la izquierda está más cerca de la defensa de los derechos de las mujeres, pero no siempre es así. Muchas veces a la gente “de izquierda” no le parece que las mujeres y los hombres seamos iguales en el sentido jurídico y moral. La mayoría de las personas, mujeres incluidas, tiene la idea de que las mujeres somos diferentes pero inferiores a los hombres.

 

Usted ha usado la palabra estrategia. ¿Qué estrategias sugeriría para salir del actual marasmo?

Hablamos de lo legal como lo fundamental, pero también están las políticas públicas. En la administración pública federal se ha incluido el tema del género de distintas maneras y con impactos muy diversos. Hay la intención de que todas las secretarías de Estado tengan unidades de género que revisen sus prácticas, investiguen los números y vayan mostrando avances.

 

¿Estas estrategias se realizan en la práctica? ¿Hay forma de darle seguimiento a los resultados y medir los avances?

Se supone que sí. Incluso hay una norma para la igualdad laboral. En su momento, el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) tuvo un modelo de equidad de género para medirla en las instituciones. Ahora bien, para generar una verdadera transformación tenemos que hablar de un cambio de carácter cultural y subjetivo que actúe de manera articulada. Creo que los medios de comunicación siguen haciendo mucho daño a la sociedad porque transmiten los estereotipos de género más tradicionales. Aunque presenten a las mujeres muy “liberadas” en actitudes y vestimenta, en el fondo las sitúan en los mismos roles de siempre: objeto sexual, ama de casa, mujer pasiva, llorona, emocional y débil. Hay aquí un hueco muy grande, y es que no se ha intervenido en los contenidos que se transmiten en México. Las telenovelas y en general el mundo de la comunicación hacen un daño tremendo a este país. Por ejemplo, la mayoría de los anuncios muestran a mujeres trapeando y planchando muy felices porque el marido les ha dicho que la casa huele muy rico. También se transmiten mensajes más sutiles, como los anuncios de cerveza donde se ve que un grupo de amigos está reunido en un bar y todos están encantados porque entre ellos no hay mujeres. Todo lo que veo en la televisión me produce náuseas. Pero para continuar con el tema de las prácticas poderosas y sutiles, en las casas se sigue educando de manera diferenciada a los niños y niñas. El extremo: hay estudios que muestran que se da menos comida a las niñas porque los niños gastan más energía y serán los proveedores de la casa, mientras que las niñas llegarán a donde puedan. La permanente expectativa de los padres respecto de sus hijas no es qué proyecto de vida van a construir sino con quién se van a casar. Para los varones, la expectativa de padres y madres es: qué proyecto de vida va a construir mi hijo, y que consiga a una joven adecuada para logar esos objetivos. Eso permea todo, lo mismo que las actividades que realizan unos y otras en la casa, así como qué permisos, juguetes, modales y sentimientos están bien para cada quien. Todo esto va configurando las identidades de género, y es algo que se reproduce en la escuela, desde el kínder, donde los maestros tratan de distinta manera a niños y niñas e incluso usan un lenguaje diferente con unos y otras. El lenguaje es otro mecanismo que se debería utilizar para terminar con la desigualdad, no para mantenerla.

 

________

Angélica Abelleyra es periodista [email protected].

Más de este autor