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El populismo en la realidad y el ejemplo chino  

H. C. F. Mansilla | 01.11.2015
El término populista es usado con frecuencia en el ámbito de la política mexicana, pero ¿a qué se refiere realmente? El autor lo explica aquí con el fin de analizar el carácter y el comportamiento del Partido Comunista Chino y sus réplicas en la región latinoamericana.

Las corrientes populistas no han podido o no han sabido generar una praxis político-institucional que pueda ser calificada de razonable en términos democráticos y del Estado de derecho, pero sí han fomentado un imaginario colectivo altamente emocional, que simultáneamente se cierra al análisis racional y al debate realista de su condición actual. La exacerbación de elementos comunitaristas y particularistas debilita los aspectos razonables de la modernidad, como la democracia pluralista, el Estado de derecho, la concepción de los derechos humanos y la moral universalista. Esta mentalidad no es favorable a acuerdos y arreglos práctico-pragmáticos con tendencias políticas diferentes ni tampoco con grupos étnicos.

No hay duda de la injusticia que en América Latina conforman enormes sectores poblacionales de excluidos, discriminados y marginales, pero el retorno al irracionalismo histórico-social y el fomento de posiciones comunitaristas extremas solo conducirá a crear nuevos estratos altamente privilegiados y elitarios que hablan a nombre de los desposeídos. Los residuos autoritarios y, al mismo tiempo, particularistas de la mentalidad colonial pueden tener un revestimiento técnico de modernización, pero han sido y son proclives al consenso compulsivo y al verticalismo en las relaciones cotidianas y, al mismo tiempo, son poco favorables al espíritu indagatorio, a las innovaciones fuera del campo técnico y al respeto de las minorías y los disidentes dentro de sus propias comunidades.

Es posible que en el siglo XXI las jefaturas populistas en América Latina estén interesadas en preservar su dominio privilegiado del poder político, dejando la configuración de la esfera económica en manos de soluciones pragmáticas y hasta circunstanciales. En esto se asemejan al paradigma representado por China (y probablemente en el futuro cercano, por Cuba). Las políticas públicas seguidas por el Partido Comunista Chino (PCC) desde la conclusión y superación de la llamada Gran Revolución Cultural Proletaria (1966-1976) son muy instructivas porque nos permiten conocer, con algún detalle, lo que está detrás de una teoría altisonante —en realidad, detrás de casi toda programática política que se reviste de elementos favorables a las masas subalternas.

La consolidación del poder político debe ser considerada como la primera prioridad; todos los cambios de la agenda económica y financiera y de comercio exterior pueden ser percibidos como instrumentos del mantenimiento exitoso del poder bajo circunstancias cambiantes. La liberalización del comercio exterior y la instauración de la propiedad privada en los medios de producción —con una intensidad y a una escala que han sido simplemente únicas en toda la historia de la China— se combinan con la exitosa preservación del poder político por parte del PCC.

Siguiendo, en el fondo, una antigua y venerable tradición del Celeste Imperio, el PCC ha elevado la armonía social y el crecimiento económico a la categoría de metas normativas supremas. En este sentido, se puede aseverar que el partido ha renunciado a un rol innovador y creador de paradigmas históricos; actúa de manera reactiva ante la evolución política y social del país y del mundo, y con una notable eficacia. No es un instrumento de participación popular amplia e intensa, aunque aparezca bajo la forma de un gran partido de masas, sino una instancia elitaria de conciliación de intereses, robustecimiento del aparato estatal y dirección de las relaciones exteriores.

No es ocioso imaginarse lo que pensaría Karl Marx si se enterase de que el mayor partido comunista del mundo impulsa de la manera más enérgica un modelo capitalista muy exitoso

Este juicio no desmerece el hecho de que en el seno del partido se hallan relativamente bien representadas las diversas tendencias provinciales, las distintas clases sociales y los sectores claramente diferenciados, como el estamento militar, el ámbito universitario y académico y, por supuesto, la empresa privada. Pese a su nombre, el Partido Comunista Chino no es el órgano del clásico proletariado de fábrica ni tampoco de las masas campesinas desposeídas; es “popular” en el sentido de englobar a casi todos los estratos sociales (con la sintomática excepción de los disidentes políticos de toda laya), pero conserva su carácter elitario en su severa jerarquía piramidal y en su funcionamiento cotidiano.

No es ocioso imaginarse lo que pensaría Karl Marx si se enterase de que el mayor partido comunista del mundo impulsa de la manera más enérgica un modelo capitalista muy exitoso, manejado, en el fondo, por una élite empresarial que es indiferente a la dimensión clásica marxista conformada por los problemas humanos (¿existe aún esta categoría?) de explotación y alienación.

En los casos de Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela tenemos una retórica revolucionario-populista que se acopla muy bien a una praxis que no es nueva y que puede ser calificada sumariamente como un traspaso o cambio de élites. La llamada boliburguesía venezolana, la familia presidencial en Nicaragua (y sus aliados exsomocistas), la curiosa amalgama entre ricos nuevos y antiguos en Ecuador y la nueva clase empresarial boliviana de origen indígena (vinculada a menudo con la economía informal) se consagran a acumular capital, prestigio y poder con ayuda del aparato estatal, practicando una considerable discreción y ejercitando un ansia de enriquecimiento muy convencional.

La similitud con China no es casual. El estudio del autoritarismo y sus fenómenos conexos nos hace ver las imperfecciones —para llamarlas suavemente— de las utopías y las ilusiones políticas, pero al mismo tiempo este análisis nos muestra que la praxis latinoamericana podría resultar algo mejor mediante un esfuerzo que aminore la fascinación que irradian las soluciones simples y simplistas como el populismo y que evite repeticiones históricas tan flagrantes. 

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H. C. F. MANSILLA es maestro en Ciencia Política y doctor en Filosofía por la Universidad Libre de Berlín. Es autor de numerosos libros sobre teorías del desarrollo, ecología política y tradiciones político-culturales latinoamericanas.

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