Donald Trump: ¿fascista?
Esta es la tercera vez que escribo sobre Donald Trump en este espacio durante el año que está por acabarse; son tres veces más de lo que habría advertido en enero, tres veces más de lo que habríamos visto en un mundo ideal.
La semana pasada, el magnate de bienes raíces e inagotable fuente de tonterías ofensivas propuso prohibir la entrada de cualquier musulmán al territorio de su país, sea turista o hasta ciudadano estadounidense de regreso del extranjero. Esta idea se suma a otras joyas de la campaña trumpista: sugirió que una periodista lo estaba cuestionando duramente —es decir, haciendo su trabajo— porque su ciclo menstrual la había vuelto más agresiva; etiquetó a John McCain como un perdedor ya que lo tomaron como prisionero de guerra en Vietnam, y afirmó que la comunidad de inmigrantes latinos esconde una gran cantidad de violadores.
Esta última idea provocó asombro y ridículo en varios rincones del mundo. Expertos constitucionales respondieron que si un país pudiera prohibir la entrada a sus propios ciudadanos, entonces la ciudadanía no significaría nada. Analistas de seguridad protestaron por lo absurdo de su propuesta: la prueba de ácido para ver si alguien es musulmán es simplemente preguntarles en los puertos de entrada, sin tomar en cuenta que un terrorista determinado no dudaría en mentir para lograr el pase. Los especialistas en relaciones exteriores se preocupan por el impacto de cerrar las fronteras de una sociedad loablemente abierta y liberal a miles de millones de personas.
Llama la atención que dos de los hombres más conocidos como halcones en el conflicto contra el islamismo extremo, el exvicepresidente gabacho Dick Cheney y el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, repudiaron a Trump y su propuesta sin rodeo alguno. Si Netanyahu y Cheney te están criticando desde la izquierda, es que realmente te estás pasando de extremista. No es casualidad que muchos analistas están preguntando seriamente si las posiciones de Trump merecen la etiqueta de fascista.
Ya van varias veces que una porquería de Trump rompe un tabú irrompible. Pero su popularidad nunca cae, a veces hasta crece luego de sus ofensas. Sigue en segundo lugar en Iowa, el estado donde se realizará la primera elección primaria en unas semanas. El apoyo para Trump parece inmune a las leyes tradicionales de la política estadounidense, donde típicamente se castigan la locura y la idiotez.
Esta dinámica nos lleva a la conclusión inevitable de que Trump es el abanderado del corazón negro de Estados Unidos. Este bloque de votantes premia la ignorancia y el miedo y, en la historia reciente, Trump es el más hábil en sacar provecho de ambos. La política de todos lo países tiene este corazón negro, que exhibe todas las creencias más terribles del electorado. Aun así, tiene pocas posibilidades de ganar la nominación republicana o mucho menos la presidencia.
No obstante, la candidatura de Trump inquieta a muchos y lo seguirá haciendo aun después de su inevitable derrota final. Es que Trump ha revelado el tamaño y la intensidad de este corazón negro y el éxito sorprendente de su campaña sugiere que tendrá un lugar importante en la política estadounidense por muchos años más.
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