Tres apuntes sobre una locura
1.- Hace dos años, la segunda vez que “el Chapo” Guzmán fue detenido, se me ocurrió que la época dorada del capo-celebridad se había acabado, quizás resulte ser una observación acertada hoy, pero definitivamente no la fue en febrero de 2014. Entre su segundo escape y su tercera detención, quedaba muchísima vida farandulesca en la historia del Chapo. Me refiero sobre todo a las noticias relacionadas a su reciente captura, realizada en parte gracias al interés del Chapo en hacer una película sobre su vida que lo llevó a estar en contacto con Kate del Castillo y Sean Penn, a quienes concedió una entrevista en un escondite montonero hace tres meses.
Penn ha hecho una carrera basada en personajes que viven al margen de la sociedad, como en las películas Río místico, 21 gramos y Pena de muerte, figuras demasiado antiestablishment que buscan redención pese a sus crímenes horrorosos. Parece que el señor Penn no distingue muy bien entre el marco moral de sus películas y el del mundo real.
Es difícil identificar precisamente porque el encuentro entre el Chapo y Sean Penn enfada tanto, ya que una entrevista a un prófugo famoso es en sí una labor periodística válida. Pero en las manos de Penn, el resultado fue grotesco. Mucho de los problemas están en el relato del actor; escritor nato no es. Su sentido de orgullo por haber armado la entrevista está demasiado claro y su fascinación y admiración para el sujeto arrastra la obra. Hay algo de adolescente en él, encontró la manera de mencionar tanto su pene como sus gases en el artículo que, finalmente, parece decirle al lector, “Que fregón soy, mira como ando con estas personas”, cosa que es completamente inapropiada para este tema.
Peor aún, el autor y su revista otorgaron al Chapo el control editorial sobre el artículo, incluso el derecho de ver las preguntas de antemano y rechazar la publicación de los comentarios que no le gustaran. Tales condiciones serían una burla para una figura política; también las son en este caso. Más aún, que Rolling Stone entregue el control editorial a un capo es un insulto a los periodistas amenazados y asesinados por el mismo crimen organizado que la revista gabacha pretendía cubrir.
2.- El tono triunfal del Presidente no quedaba. Sin duda, la detención de Guzmán es una buena noticia, pero más que un avance, es una corrección de un error previo. Es decir, lo que pasó en Los Mochis no borra la vergüenza que fue el escape del Chapo hace seis meses, ni la conclusión inevitable de que las instituciones relevantes siguen podridas.
Las palabras específicas del presidente, por lo menos ante los ojos estadounidenses, eran aún peores. La frase “Misión cumplida” inevitablemente trajo a la mente a George Bush y su discurso lamentable de mayo de 2003 arriba de un portaaviones, con el letrero enorme de fondo que traía la misma frase, en referencia a la guerra en Irak. La guerra apenas empezaba en aquel momento y ahora “misión cumplida” es sinónimo de un líder perdido e ingenuo. Claro, hay algunos que dirían que desde ese punto de vista, la frase es perfectamente apta para Peña Nieto.
3.- México tiene dos opciones ahora y ninguna de las dos es muy apetecible. Puede extraditar al Chapo a la justicia americana, donde un sinfín de fiscales hambrientos lo esperan con los brazos abiertos. Tal actuación equivale a aceptar que no hay prisión mexicana capaz de mantener al Chapo tras las rejas, lo que es una conclusión lamentable.
Pero la alternativa -que su encarcelamiento en México resulte infructuoso por una tercera vez, y que Chapo vuelva a dar a la fuga- es una pesadilla que hay que evitar a toda costa. Así que el camino correcto es extraditarlo cuanto antes a Estados Unidos y luego seguir con el trabajo arduo de blindar las instituciones de las cuales depende la seguridad pública.
Al parecer el gobierno de Peña Nieto está haciendo lo primero (aunque no debería ser necesario esperar un año), pero queda mucho por hacer en cuanto a lo segundo.