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10 años hackeando elecciones

Patrick Corcoran | 11.05.2016
10 años hackeando elecciones

Las declaraciones de Andrés Sepúlveda hubieran desatado un escándalo en México hace unas semanas, pero realmente se vinieron y se fueron como un invitado más en una fiesta de doscientas personas, es decir, sin dejar mucha huella. El mundo político mexicano, por una razón u otra, está como antes.

Sepúlveda, un hacker colombiano, contó a la revista estadounidense Bloomberg Businessweek sobre su década “hackeando” elecciones en América Latina. Uno de sus clientes, cuyo triunfo abre el artículo, es nada menos que Enrique Peña Nieto:

Justo antes de la medianoche Enrique Peña Nieto anunció su victoria como el nuevo presidente electo de México. Peña Nieto era abogado y millonario, proveniente de una familia de alcaldes y gobernadores. Su esposa era actriz de telenovelas. Lucía radiante mientras era cubierto de confeti rojo, verde y blanco en la sede central del Partido Revolucionario Institucional, o PRI, el cual había gobernado por más de 70 años antes de ser destronado en el 2000. Al devolver el poder al PRI en aquella noche de julio de 2012 Peña Nieto prometió disminuir la violencia ligada al narcotráfico, luchar contra la corrupción y dar inicio a una era más transparente en la política mexicana.

A dos mil millas de distancia (3.200 kilómetros), en un departamento en el lujoso barrio de Chicó Navarra en Bogotá, Andrés Sepúlveda estaba sentado frente a seis pantallas de computadores. Sepúlveda es colombiano, de constitución robusta, con cabeza rapada, perilla y un tatuaje de un código QR con una clave de cifrado en la parte de atrás de su cabeza. En su nuca están escritas las palabras “</head>” y “<body>”, una encima de la otra, en una oscura alusión a la codificación. Sepúlveda observaba una transmisión en directo de la celebración de la victoria de Peña Nieto, a la espera de un comunicado oficial sobre los resultados.

Cuando Peña Nieto ganó Sepúlveda comenzó a destruir evidencia. Perforó agujeros en memorias USB, discos duros y teléfonos móviles, calcinó sus circuitos en un microondas y luego los hizo pedazos con un martillo. Trituró documentos y los tiró por el excusado, junto con borrar servidores alquilados de forma anónima en Rusia y Ucrania mediante el uso de Bitcoins. Desbarataba la historia secreta de una de las campañas más sucias de Latinoamérica en los últimos años.

“Cómo Hackear una elección”, es un artículo muy largo, que dedica espacio a varias andanzas de Sepúlveda, siendo Peña Nieto uno de los casos centrales. Según cuenta Sepúlveda, él y su equipo de seis hackers “robaron estrategias de campaña, manipularon redes sociales para crear falsos sentimientos de entusiasmo y escarnio e instaló spyware en sedes de campaña de la oposición”. Contaba con un presupuesto de 600 mil dólares para sus actividades. 

Vale la pena leerlo todo, aunque no sea creíble todo lo que el autor cuenta. Y sí, hay razones para tener un poco de escepticismo, una de ellas siendo el mismo hacker la fuente principal. Sepúlveda se encuentra en una cárcel colombiana, donde está realizando una condena de 10 años por espionaje y hackeo. Además, hace dos años Sepúlveda escribió un libro sobre su carrera que seguramente verá un aumento en sus ventas. La única prueba que ofrecen de la veracidad de sus cuentos es una voz anónima que también trabajaba en la campaña, aunque lo han desmentido muchos de sus supuestos colaboradores. 

El artículo también queda corto si el objetivo fue demostrar como Sepúlveda y sus aliados fueron capaces de arreglar elecciones. Es más notable en la versión de la nota en inglés, ya que el lenguaje es más explosivo; habla de como Sepúlveda “arregló” elecciones. Pero no tenemos evidencia de que sus actividades pudieron cambiar los resultados. Algunas de sus tácticas en México fueron ilegales, eso sí, pero otras fueron comunes y banales para cualquier campaña o empresa grande, y en todo caso, no queda claro que hubieran sido capaz de influir mucho en los votantes. Más aún cuando, según Sepúlveda, todos las campañas lo hacen, así que dentro del mundo político, estos esfuerzos suelen cancelarse.

Pero si aceptamos la verdad de lo que cuenta Sepúlveda, nada de eso arriba disculpa a Peña Nieto. Richard Nixon fue obligado a renunciar a la presidencia en 1974 por algo equivalente, y ha quedado en la historia como el ejemplo principal de la mezquindad política en la historia de su país.

Al momento, no parece que este asunto provocará escándalo mayor en México, ni mucho menos la renuncia de Peña Nieto o uno de sus asesores principales. Lo más probable es que desaparezca de la memoria popular en poco tiempo. Es una lástima, porque sigue habiendo muchas preguntas no resueltas. (¿Estuvo enterado el presidente? ¿Luis Videgaray tomó la decisión de contratarlo cuando fue su jefe de campañas?) Lo que sea la resolución de este escándalo, durante los dos años pasados, Peña Nieto ha logrado poco más que sumar débitos a su legado, más pruebas de su propia mezquindad política y del vacío moral en el fondo de su presidencia: la casa blanca de Angélica Rivera, los estudiantes de Ayotzinapa, la casa de Videgaray, el presunto masacre en Tlatlaya, etcétera. Y ahora, el hackeo de Andrés Sepúlveda.

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