#Norteando: Kelly
Desde que asumió la presidencia hace un año, muchos estadounidenses han interpretado la presencia de tantos altos mandos militares en su ámbito como una señal tranquilizadora. La lista de generales que han pasado por el gabinete de Trump incluye a John Kelly, su jefe de Gabinete de la Casa Blanca y ex secretario de Seguridad Nacional; James Mattis, secretario de Defensa; H.R. McMaster, asesor de Seguridad Nacional; y Mike Flynn, ex asesor de Seguridad Nacional.
Sí, el nuevo presidente es un narcisista ignorante y autoritario, pero rodeado por gente de tanta trayectoria y disciplina y conocimiento, igual y se pueden tapar los peores impulsos de Trump. En todo caso, mejor ellos que la bola de lambiscones y tarados que poblaban su campaña electoral.
Al menos, esa fue la idea. Pero por más entendible que sea, la posibilidad de que un circo de generales frenaran a Trump, nunca fue más que una fantasía peligrosa.
Por un lado, esa fantasía va en contra del espíritu de la Constitución estadounidense, que se basa en el principio de que lo militar está subordinado a lo civil. Si se requiere un puño de generales, aunque sean retirados, para hacer funcionar la maquinaria del gobierno, entonces el poder civil es un simple espejismo.
Más concretamente, como bien demuestra la trayectoria reciente de Kelly (como Flynn antes que él), el simple hecho de ser un general no es garantía de tener un buen juicio ni habilidad política. La evidencia más reciente es la postura de Kelly en cuanto a Rob Porter, un subordinado acusado de golpear a dos ex esposas y una ex novia. El patrón de agresiones de Porter fue suficiente para que el FBI no lo habilitara para recibir los datos más secretos, pese a ocupar uno de los puestos más sensibles para el gobierno. Las versiones de sus parejas románticas, una de las cuales tiene fotos de su cara después de recibir una golpiza, son espeluznantes, y hablan de un hombre con serios problemas psicológicos.
A pesar de los obvios riesgos políticos y los problemas prácticos en relación a un funcionario importante con este perfil, la primera reacción de Kelly fue apoyar a Porter públicamente; le llamó a este presunto abusador en serie “un verdadero hombre de integridad y honor”. Y peor aún, sabiendo desde hacía meses acerca de su historial, Kelly insistió en mantenerlo en su plaza.
El gran autogol que fue el asunto Porter forma parte de un patrón de tropiezos de Kelly. Hace unos meses, contradijo a Trump ante los congresistas durante las negociaciones sobre migración, cosa que le ganó una censura tuiteada del presidente. Poco después de que Kelly llegara al gabinete, sugirió que Trump atacara a la prensa con una espada ornamental. Luego utilizó una frase vulgar para llamarles flojos a los inmigrantes elegibles para regularizar su estado con el gobierno. El verano pasado, acusó a una congresista peleada con Trump de haber utilizado un discurso sobre el FBI hace unos años para hablar exclusivamente de ella misma. Es una crítica extraña para empezar, pero se puso peor cuando se encontró el video del evento y la versión de Kelly fue dejada en evidencia como una mentira.
En resumen, Kelly, en lugar de suavizar los instintos abusivos de Trump, los habilita; y lo hace mientras le presta una fachada seria que no merece.
La sociedad estadounidense tiene un peculiar deseo de deificar a sus generales, de proyectar en sus personas todas las buenas virtudes que quisiéremos ver, aunque estas virtudes sean manifiestamente ausentes. Kelly es un ejemplo de ello, pero hay otros, como Tommy Franks, David Petraeus y Wesley Clark, todos ellos altos mandos que llegaron a disfrutar de reputaciones olímpicas no merecidas. Todos ellos vieron caer su popularidad estrepitosamente, por una razón u otra.
A mi parecer, este tic nacional es el artefacto de los conflictos militares que han producido grandes hombres en la historia estadounidense, como Eisenhower, Grant o Washington. Este hábito es un anacronismo lamentable; los hombres y mujeres que mueven el siglo XXI no son generales, y para eso podemos todos dar gracias a dios. Y aunque no fuera así, no hay un Grant en el gabinete de Trump, por más que quisiéramos imaginar que lo hay.