Travesías: Presagios de Colombia
En el barrio de La Candelaria en Bogotá se ubica el Museo de Trajes Regionales de Colombia. Su sede es la antigua casona de Manuelita Sáenz, personaje fundamental de la historia colombiana que fue amante de Simón Bolívar y activista del movimiento independentista. Por cierto, el escritor venezolano Denzil Romero escribió algunas de sus mejores páginas en la novela La esposa del Dr. Thorne (Tusquets Editores, 1988). En este libro está la descripción de los amoríos de Manuelita con su correligionaria Rosita Campuzano y, desde luego, con el seductor Bolívar. El museo mantiene un pequeño espacio en el que se conmemora a tan ilustre mujer nacida en Quito. Llama la atención un cuadro, feo y más o menos mal realizado, que muestra a Sáenz con el torso sin prenda alguna, solo con unas charreteras en los hombros, mientras que el Libertador aparece desnudo y de espaldas. Curioso, porque pareciera que los héroes de la historia oficial están más allá de sexualidades.
Por otro lado, Juan Manuel Barrientos se ha consagrado como el mejor chef de Colombia. Su restaurante El cielo, en Medellín, es un ejemplo de sofisticación. Dentro del menú de dieciséis tiempos, magnífico por cierto, incluye una de sus máximas creaciones: el huevo cocido que integra maracuyá y chabacano en su preparación. Sopas, platos de pescado, pollo y puerco en un sitio que, según el comentario del chef de un poco más de treinta años: “El cielo es el único restaurante del mundo que aplica las neurociencias en la cocina”. Hornos de todo tipo, aparatos especiales y novedades gastronómicas han permitido que Barrientos sea una referencia al lado del brasileño Alex Atala o del peruano Gastón Acurio. También por ahí se instala junto a los creadores culinarios el mexicano Enrique Olvera con su restaurante Pujol. Otro que quiere dar la pelea es Harry Sasson del Harry’s de Bogotá. El restaurante, donde la fachada tradicional convive con interiores posmodernos, es espectacular. Uno de sus platos estrella es la sopa de tomate, para la que se asan los rojos productos de la tierra en una plancha de piedra hasta casi disolverse ante los rigores del calor. Luego los cocinan para convertirlos en un manjar; esto sin olvidar unos memorables ravioles de ricota y espinaca. Destacable también el Bakkho que han instalado en Calarcá, en pleno Quindío, otra de las regiones colombianas. La joroba de cebú a la sal es una exquisitez, lo mismo que la cola de res en salsa de chocolate y vino tinto, o el pargo rojo a las frutas.
Aquí en Medellín muchos de sus habitantes tienen muy claro el espíritu de eso que se llama “civismo”. Son incapaces de tirar papeles o basura en el metro, pues quieren conservar las ventajas que supuso la eliminación de un cártel de la droga tan terrible como el que tenían. Es asombroso lo que pasa en esas tierras magníficas que tienen la calidez de algo que surge y que se queda restaurado. Por cierto que al subir a una de las colinas lo que aparece es una biblioteca enorme y modernista que donó el rey de España antes de que le cayera como una tormenta el destino, cuando todas y cada una de sus conquistas amorosas y sus alas quedaran destruidas por una vida de infidelidades, ante lo cual el monarca tuvo que hacer toda clase de arreglos antes de cederle el poder a su hijo.
Uno de los propósitos del viaje a Colombia es llegar a una de las zonas que integran la región cafetalera. Se va desde Armenia hasta Buenavista. El lugar de pronto descubre una belleza que emociona por completo. Ahí está instalada la Terraza San Alberto, propiedad de Juan Pablo Villota. Su producción de café es finísima, tiene una quinta selección y al probarlo se encuentra uno ante la antesala del paraíso. Los matices llegan al paladar y describen una infinidad de sensaciones, lo mismo de pronto con matices florales que con algo de acidez que recuerda a un toque de mandarina. Un prodigio de equilibrio en un producto de lo mejor de las tierras colombianas.
Si se quiere pasear por otras latitudes de Colombia, uno de los puntos deseables es San Andrés Isla, otro destino que describe los rigores de la hermosura. Grandes paisajes de playa, arroz con coco que es una delicia, langostinos gigantes, langostas agradables aunque un tanto fibrosas, todo un arsenal de dicha que se concentra en ese espacio que pelea Nicaragua y que se encuentra en las cercanías de Panamá y Costa Rica.
En la Biblioteca Pública Virgilio Barco de Bogotá se exhiben muestras del arte pictórico del país que revelan poco interés de la comunidad por estas manifestaciones. Habrá que trabajar mucho al respecto. Una o dos piezas entre más de cuarenta integran un panorama que poco le dice a la lujuria, mientras que en las calles ese fantasma se aparece de un momento a otro. Colombia es una caja de sorpresas, sobre todo de índole lúbrica.
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ANDRÉS DE LUNA (Tampico, 1955) es doctor en Ciencias Sociales por la UAM y profesor-investigador en la misma universidad. Entre sus libros están El bosque de la serpiente (1998), El rumor del fuego: Anotaciones sobre Eros (2004), Fascinación y vértigo: La pintura de Arturo Rivera (2011), Los rituales del deseo (2013) y su publicación más reciente: Cincuenta años de Shinzaburo Takeda en México (2015).