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SOMOS LO QUE DECIMOS: ¡Esto apesta! Contextualizar los cinco sentidos

Ricardo Ancira | 01.07.2016
SOMOS LO QUE DECIMOS: ¡Esto apesta! Contextualizar los cinco sentidos

Un punto de vista es una opinión; “un trago amargo”, un momento difícil; los ideales suelen ser inasibles; “tienen olfato” los experimentados; hacerse (de) oídos sordos significa ‘no darse por enterado’.

Los seres humanos tenemos cinco sentidos. Gracias a los ojos, nariz, boca, orejas y piel entramos en contacto con la realidad circundante. A partir de ellos construimos imágenes sensoriales, obviamente, pero también de raciocinio, como las que abren esta columna. A diferencia de los varones, las mujeres tendrían un sexto sentido que detectaría sobre todo las infidelidades de sus parejas.

La visión abarca muchos contextos: “salta a la vista” lo evidente, se pierde de vista a aquel (o aquello) que ha permanecido alejado; también lo que se soslaya.1 No puedo ver (ni en pintura) a alguien que me desagrada. Unos recuerdos pueden ser borrosos/nebulosos; otros, nítidos. Los desinformados son/están miopes. Vemos con buenos/malos ojos un plan. Ojear (de ojo) y hojear (de hoja) son casi sinónimos. “No tiene nada que ver” lo irrelevante. Hacerse de la vista gorda es solapar. En “no veo en qué pueda ayudarte”, ver quiere decir ‘imaginar/dilucidar’. “A ojo de pájaro” implica atención superficial. “Está en el punto ciego” un riesgo no percibido. ¡Nos vemos! y ¡hasta la vista! son otras formas de decir ¡adiós! Ser invisible es el sueño dorado de todo voyeur.

El verbo gustar tiene que ver, primeramente, con sabores. Sin embargo, también nos gustan los perfumes, personas, ideas, texturas, música… La gente puede tener un carácter dulce o agrio; son sosos —también insípidos o desabridos, como algunos alimentos— quienes tienen poca personalidad. Por el contrario, un comentario picoso/picante suele levantar ámpula o suscitar diversas reacciones.

Algo desagradable puede saber a diablos/rayos.2 La medicina amarga es un remedio doloroso; un incidente puede dejar un mal/amargo sabor de boca. Decimos “mucho gusto” al ser presentados. Determinada acción puedo llevarla a cabo a (mi) gusto (también puede ser a disgusto).3 Pocas disyuntivas son tan subjetivas como tener buen/mal gusto. “¡Qué gusto!”, exclamamos al encontrarnos después de cierto tiempo. “Con mucho gusto” es menos lacónico que ¡sí! Uno “le toma el gusto” a algo cuando le empieza a agradar. En gustos no hay nada escrito.

Algo “no me supo a nada (o me supo a poco)” por ser insuficiente o fácil. Sale a pedir de boca lo que resulta como planeado. Están salados los desafortunados. Las vicisitudes y privaciones están en el origen de la gente amargada. La dulzura se equipara con la ternura.

No tienen tacto —o tienen poco— los impertinentes o los inoportunos. Se habla de transiciones tersas, de voz rasposa, asuntos espinosos, ideas punzantes, tono cortante y su contrario: suave. La gente y los ambientes pueden ser cálidos o fríos; en este como en otros casos el calor es valorado; lo contrario: “me quedé frío”.

Algunas personas son muy duras con alguien; otras blandas, es decir condescendientes (blandengues si se es en demasía). Ablandar a un adversario significa restarle peligrosidad. Los problemas se palpan, son palpables,4 mientras que las metas y las ideas “se acarician”. Entre los tactos de signo negativo se hallan los trancazos: los golpes de la vida, salir (muy) golpeado de un conflicto. “No dan ni (un) golpe” los holgazanes y el golpeteo es la crítica constante. Nos congratulamos cuando salimos de un lío “sin ningún rasguño”. “Que se rasquen con sus uñas” a quienes abandonamos a su suerte. Se puede decir: “arañar el triunfo, los cincuenta…”.

Los mexicanos hemos pervertido el verbo coger. Nos vemos obligados a sustituirlo por tomar o, muy frecuentemente, por agarrar, lo que parece reafirmar nuestra condición animal.

Un asunto/una situación puede oler mal, concepto que Shakespeare inmortalizó con el enunciado: “algo está podrido en Dinamarca”. Apestoso, repugnante, nauseabundo, pestilente y hediondo son los adjetivos más comunes en esos mismos contextos. Por el contrario, aroma/fragancia son valorados positivamente, y los aplicamos al café, a las flores o a la piel del ser amado. Alguien “se las huele” cuando sospecha. Tienen olfato los perspicaces, sea en política, sea en negocios; también los buenos periodistas. Fieles a nuestras contradicciones, llamamos inodoro al aparato más oloroso de la casa. Husmear significa ‘rastrear’ y es equivalente a indagar. Meter las narices tiene un significado semejante, con el matiz de entrometimiento. A veces esos metiches “se dan de narices”.

Ser todo oídos es prometer poner atención a lo que otro dice.5 Saber/conocer algo de oídas significa por chismes. “Paran oreja”, precisamente, los chismosos. “Son orejas” los espías de alguna autoridad; “le jalan las orejas” al regañado; planchar oreja es dormir. Ser (algo) música para los oídos es escuchar algo agradable. Decimos “al oído” lo confidencial; llega, pues, a mis oídos. Es “el burro hablando de orejas” el que critica en otro un defecto propio.

Algunas expresiones involucran dos o más sentidos, como vista y olfato (no ver más allá de las narices), gusto y tacto (una discusión puede ser ácida o áspera; una relación, dulce o suave); olfato y gusto, como las hierbas de olor. Me gusta (o me disgusta) algo que ingiero —lógicamente— pero también lo que veo, oigo, toco o huelo. También se siente asco a partir de los cinco sentidos: al oler algo, probarlo, tocarlo, verlo e incluso oír hablar de él.6 ¡Oye!, ¡fíjate!, ¡mira!, ¿ves? tienen función de muletillas prácticamente sin significado, solo sirven para solicitar atención.

“¡Así me gusta!” decimos —autoritarios— cuando alguien obedece nuestras órdenes. 

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1 Hay otros tipos de vistas: cansada, aduanal, de águila, de lince. El cristianismo recomienda ver la viga en el ojo propio antes de la paja en el ajeno.

2 Nótense las semejanzas icónicas entre ambas imágenes.

3 Algunos restaurantes ofrecen, por ejemplo, “camarones al gusto”.

4 Los médicos de la antigua escuela palpan al paciente.

5 El irremplazable Germán Dehesa, orejón descomunal, era mordaz hasta consigo mismo, por ello admitía: “yo soy todo oídos”.

6 El mismo fenómeno se produce con la nostalgia/añoranza (véase Proust).

RICARDO ANCIRA (Mante, Tamaulipas, 1955) - Filosofía y Letras y de español superior en el CEPE de la UNAM,  obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “...y Dios creó los USATM”. Es autor del libro de relatos Agosto tiene la culpa (El tapiz del unicornio, 2015).

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