Somos lo que decimos: Piedra sobre piedra. Hacer y deshacer
Es ley de vida que todo lo que se construye tarde o temprano será destruido. Y viceversa. Pero hay límites. La pulsión destructora a veces es provocada por algún trastorno de la personalidad. Tal es el caso de los pirómanos, los terroristas y los ciudadanos mexicanos.1
Se puede construir una familia, un enunciado, una democracia, una relación, castillos en el aire y también una reputación, la cual —al igual que la confianza— tarda años en conseguirse pero puede desmoronarse en un instante.
Rompen las parejas y las olas;2 se rompen los espejos (con los siete años de mala suerte que ello conlleva), las promesas, ilusiones, relaciones diplomáticas, “la madre”/“el hocico”, los compromisos… y también las tazas, lo que manda a cada quien a su respectivo domicilio.3
Es curioso que las armas sirvan para aniquilar mientras que el verbo armar implica a menudo creación: “Ya se armó”, se dice al tomar forma una fiesta improvisada. “Me armé”, exclamamos cuando inesperadamente obtenemos algo deseado. Se arman líos, broncas, escándalos y rompecabezas.4 Y también en ocasiones hay que armarse de valor o de paciencia.
Se edifica un edificio, como es lógico, pero también una amistad; es edificante lo que infunde valores o virtudes. Ser (una persona) destructiva o constructiva depende de quién lo juzgue, si bien no es conveniente erigirse en juez. Las llamadas “críticas constructivas” en realidad acaban siendo demoledoras, al igual que algunos argumentos. “El constructivismo”, en pedagogía, propone dotar al alumno de herramientas que le permitan construir procedimientos para resolver problemas.
Al empezar una obra pública se pone la primera piedra que, para algunas autoridades, una vez tomada la foto, suele ser la última. Se cim(i)enta (o se ponen los cimientos) de un matrimonio, una doctrina científica, una fe.
Los sueños se pueden destrozar; es posible quedar destrozado tras una pérdida. “Destrozaste mi corazón”, canta la cursilería universal. Después del huracán se evalúan sus destrozos. Supuestas “armas de destrucción masiva” fueron el pretexto para comenzar la guerra en Irak. El destructor es un barco que en el nombre lleva su misión.
Las catástrofes y las películas de desamor proveen escenas desgarradoras, susceptibles de hacer que “rompamos en llanto”. Un divorcio generalmente resulta desgarrador para los hijos pequeños. Los reporteros suelen bombardear con preguntas al entrevistado. A pesar de las apariencias, “cae como bomba” más lo desagradable que lo explosivo. Labores de zapa son los estragos que realizan oculta y metódicamente, por ejemplo, quienes se resisten a una invasión o los opositores ante el gobernante. En defensa propia, Penélope destejía de noche lo que había tejido durante el día. Rompido, dicen los niños en lugar de roto gracias a lo lógico de su gramática. Tildándolo de roto se descalificaba al burgués. “Nunca falta un roto para un descosido”, asegura la llamada “sabiduría popular”.
La deconstrucción, noción que Derrida tomó de Heidegger, consiste en el desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual por medio de su análisis, con objeto de mostrar contradicciones y ambigüedades.
Una implosión ocurre cuando algo se rompe hacia dentro, lo que está a punto de ocurrir en Venezuela. Arrasar fue lo que hicieron los fascistas en Guernica; en unas elecciones este verbo significa ‘ganar fácil y claramente’, es decir obtener una victoria aplastante, abrumadora. Lo contrario de tender puentes es dinamitarlos. También se puede dinamitar un proyecto. El fuego es un gran destructor, de ahí que se hable de discursos incendiarios que buscan incendiar la pradera.5
Se corta la baraja, una conversación, la grasa, una racha, con la misma tijera, una o dos orejas (y rabo), la ropa, las alas, por lo sano, el camino, la retirada, la leche, la cocaína. ¡Córtalas, córtalas para siempre!, decíamos de niños al enojarnos con un amiguito. “Me cortó mi novia”, se lamenta el adolescente. Se hace añicos, por ejemplo, una esperanza.
Matar es acabar con la vida de otro (segarla, metáfora agrícola). Quiebra quiere decir bancarrota, aplicadas ambas —junto con manirroto— a las finanzas. Arruinar significa dejar en ruinas, casi siempre conceptualmente; devastar se aplica a territorios y a estados de ánimo; se desbarata un argumento o una familia. La transición mexicana del año 2000 no desmanteló el corporativismo.
El dios judeocristiano creó el mundo y dio vida a los seres humanos, pero luego desencadenó un diluvio que liquidó a casi todos; después —igual de colérico— pulverizó las ciudades de Sodoma y Gomorra. A fin de cuentas, Satán nos salió menos destructivo.
El origen del verbo sabotear se remonta al comienzo de la Revolución industrial en Francia. Los obreros explotados tenían una forma peculiar de protestar: bloqueaban el mecanismo de las máquinas colocando subrepticiamente un sabot (zueco, en español), con lo que se detenían las correas de transmisión y, en consecuencia, la producción.
El arsenal nuclear, en posesión de varios gobiernos (que implica la desintegración del átomo, primero, y de vidas y ciudades después), puede aniquilar el planeta en cuestión de minutos. Es una escalofriante eventualidad que preferimos soslayar a fin de vivir tranquilos. Hay destrucciones que son positivas para la gente: la erradicación de una enfermedad o de una plaga. También existen construcciones negativas: fabricar culpables les ahorra tiempo y trabajo a los malos policías.
Los conquistadores españoles, expertos en mercadotecnia —sobre todo aplicada a asuntos religiosos—, entendieron el valor simbólico que para sus fines tenía la dicotomía destruir/construir: destruyeron los templos indígenas al tiempo que construían sus iglesias sobre las ruinas y con los escombros. ~
NOTAS
1 Los ecocidios y los urbicidios, en efecto, se nos dan muy bien.
2 También abundan los rompimientos políticos.
3 O cada chango a su mecate, si preferimos una figura animal.
4 Simpática ironía: la ilustración “se va armando” en el cartón a medida que la mente del armador “se va rompiendo”.
5 El fuego también purifica, nos recuerda Bachelard.
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Profesor de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras y de español superior en el CEPE de la UNAM, RICARDO ANCIRA obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “...y Dios creó los USATM”. Es autor del libro de relatos Agosto tiene la culpa (El tapiz del unicornio, 2015).