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Correo de Europa: La Unión Europea en crisis  

Antonio Papell | 01.02.2017
Correo de Europa: La Unión Europea en crisis  

La llegada de Donald Trump al poder en los Estados Unidos ha terminado de desorientar a la Unión Europea (UE), que acaba de cumplir 15 años de la puesta en marcha del euro y que celebra este año el 60 aniversario de su propia existencia —el Tratado de Roma se firmó el 25 de marzo de 1957— en un ambiente depresivo, que en gran medida se debe al colosal mazazo que propinó el brexit al proyecto de integración continental, pero que en realidad tiene causas más complejas y arduas, que ya estaban implícitas en el estado de cosas en que los rupturistas británicos basaron su éxito inesperado.

La contradicción más evidente que hoy debe afrontar la UE es que mientras Trump ha comenzado a tender puentes hacia la Rusia de Putin (hay fundadas sospechas de que la inteligencia rusa ha intervenido con descaro en el proceso electoral estadounidense para influir en la opinión pública en perjuicio de Clinton), los aliados occidentales acaban de efectuar un potente despliegue militar en los países fronterizos con Rusia —los países bálticos, Polonia, Hungría, Bulgaria— para disuadir a Moscú de nuevas aventuras como la que ha fracturado Ucrania y ha provocado la reversión de Crimea a Rusia. Además, los previsibles nuevos lazos entre Moscú y Washington se establecerán al tiempo que Bruselas mantiene prorrogadas al menos por seis meses más las sanciones financieras y comerciales a Rusia… sanciones que empiezan a parecer impertinentes a varios socios comunitarios. Todo ello coincidirá con un previsible debilitamiento, o al menos cuestionamiento, del engrudo que proporciona la otan, dada la exigencia de Trump de que los socios europeos de la Alianza contribuyan equitativamente al gasto que suscita la defensa común. En este contexto, es claro que avanzará bien poco la propuesta de crear una defensa propiamente europea.

Pero los principales problemas de la UE son civiles e internos, se vinculan a sus propias vacilaciones ideológicas y se manifiestan en forma de movimientos emergentes de variado pelaje populista que disputan el protagonismo a las formaciones políticas tradicionales, todas debilitadas y algunas en situación sencillamente agónica. Con independencia de lo que sucede en Polonia y Hungría, países en manos de radicales ultraconservadores que se están situando al margen de los grandes valores comunitarios y que deberían ser al menos puestos en cuarentena, la acción de los populismos es devastadora en todo el espacio europeo. Los radicalismos de extrema derecha, como el francés, culpan a los viejos partidos de haber puesto en almoneda el sentimiento nacional, y de que, abatidas las fronteras, se ha quebrado su seguridad y se amenaza su supervivencia cultural; los extremistas sedicentemente progresistas aducen, no sin parte de razón, que la UE, con la aquiescencia de los socialdemócratas, ha impulsado nefastos vectores ultraliberales que han impedido sistemáticamente la preservación de los Estados de bienestar surgidos tras la Segunda Guerra Mundial y que ahora impulsan lo peor de la globalización, fomentando el dumping social de los países del tercer mundo y generando niveles insoportables de desigualdad en los más desarrollados.

Así las cosas, la agenda electoral de los próximos meses es inquietante: en marzo habrá elecciones en Holanda, donde puede ganar el temible Partido por la Libertad de Geert Wilders, con conocidas propensiones racistas; en mayo se dirimirá la presidencia francesa, que podría alcanzar la ultraderechista Marine Le Pen, quien seguramente se enfrentará en la segunda vuelta al candidato conservador Fillon, lo que significará que una vez más el Partido Socialista no ha obtenido siquiera la segunda plaza en la primera vuelta. La candidata del Frente Nacional, aunque más moderada que su progenitor y fundador del partido, representa igualmente la negación de los valores fundacionales de la integración europea y cuenta con el sobrecogedor apoyo de Donald Trump. En Alemania, varias elecciones regionales precederán a las federales que se celebrarán entre agosto y octubre, y en las que todo indica que Merkel mantendrá el control, pese al previsible ascenso de la neonazi Alternativa para Alemania (AfD) y ante la decrepitud inerte del Partido Socialdemócrata de Alemania (SDP).

En cualquier caso, ante estas expectativas, es claro que el ser o no ser de Europa se decide esta vez en Francia: el proyecto europeo está acostumbrado a sucesivos reveses ideológicos en los países medianos y pequeños, pero no resistiría seguramente la caída de uno de los dos actores principales en el populismo, por lo que en este envite francés nos jugamos todos los europeos, y nada metafóricamente, el futuro. EstePaís

 

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Antonio Papell, periodista y analista político español, es autor de Elogio de la Transición (Akal, Madrid, 2016) <@Apapell>.

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