#Norteando: La segunda semana de Trump
La segunda semana de la administración de Trump dejó en claro exactamente cómo sus instintos bélicos y su conocimiento nulo van a minar la influencia internacional del país que pretende regresar a su otrora grandeza.
La noticia central de dicha semana de horrores fue que el Presidente Trump amenazó con enviar tropas estadounidenses a México si Peña Nieto no se muestra capaz de lidiar con los “bad hombres” que andan sueltos en México. Es decir, con la misma facilidad que un cliente contesta feo a un mesero, Trump amaga con una invasión ilegal contra un aliado clave, vecino cercano y socio comercial de suma importancia. El comentario de Trump no parece responder a una amenaza concreta contra intereses estadounidenses que emana de México; más bien, como un niño de ocho años viviendo una fantasía, percibe la presencia de malos por ahí y se apunta a sí mismo como el indicado para tumbarlos, sin dedicar ni dos segundos para considerar qué significa todo eso.
El mismo día que salió el reporte sobre su conversación con Peña Nieto, cometió otro error diplomático, pues, aparentemente, le gritó al primer ministro australiano y luego le colgó. La causa de su arranque: la existencia de un plan para mandar a Estados Unidos mil 250 refugiados de Medio Oriente que actualmente se encuentran en una isla australiana. Deje usted a lado la cantidad trivial de personas y la crueldad desmedida de cerrar las puertas a los que huyen de una guerra; si hay un país en el mundo que más ha favorecido a los intereses estadounidenses durante el siglo pasado, es Australia. En todas las guerras que ha peleado Estados Unidos, lo ha hecho al lado de tropas australianas. Las iniciativas diplomáticas gringas siempre cuentan con una recepción favorable de Canberra. Castigar a un aliado tan leal no por una ofensa verdadera, sino por una diferencia tan frívola, es una estupidez.
A estas dos vergüenzas hay que agregar la prohibición de entrada de visitantes de siete países musulmanes. Esta acción —producto de un proceso caótico que provocó recriminaciones desde la corte, la calle y desde dentro del mismo gobierno de Trump— tuvo el efecto de revocar unas 60 mil visas de forma ilegal. Lejos de ser un mal necesario para proteger al país, el efecto sobre la seguridad del país es negativo. Resulta que tirar el dedo a todo el mundo musulmán no es una estrategia eficaz para conseguir su cooperación, cosa fundamental para lidiar con el islamismo extremista.
Es evidente que Trump no es capaz de contextualizar las provocaciones que percibe, de decirse a sí mismo: “Sí, México tiene un problema con el narcotráfico, pero ¿ayudaría si amenazo con una invasión?”. O, “¿La entrada de mil 250 personas a un país de 350 millones vale más que el apoyo del aliado más fiel que tengo en el mundo?” O, “¿Por qué casi todos los generales y diplomáticos en mi país creen que es mala idea prohibir de golpe la entrada de cientos de miles de musulmanes?”.
Los tres ejemplos de arriba son el producto de una mente muy simple y de una personalidad sin disciplina. La idea de invadir a México o insultar al primer ministro de Australia no estaba en la agenda del presidente; nada más fueron ocurrencias suyas que responden a su instinto más básico. Al parecer, el filtro entre su mente y su boca no sirve, si es que existe. Por lo tanto, es casi seguro que veamos más autogoles de Trump en el ámbito diplomático.
Lo interesante ahora será la reacción de los demás países. A mi parecer, el país que enfrente hostilidad repentina de Trump tiene dos opciones: puede ignorarlo, disculpando sus arranques como el producto de un hombre errático de poca experiencia, y esperar la llegada de un presidente más confiable y consistente; o puede resistirlo, y buscar hacer frente común con otras víctimas de un Estados Unidos nuevamente antagónico. Ya hemos visto la primera táctica de Irán, y rumores de la segunda de Australia, donde poner más distancia con Washington se traducirá en una mayor cercanía con Beijing.
En ambos casos, la administración de Trump se quedaría con menos influencia, si entendemos ese concepto como la capacidad de convencer a otros países soberanos de actuar a favor de intereses propios. Y realmente no es sorprendente: una alianza depende de que quienes la realizan mantengan las mismas posiciones de un día a otro y de que cumplan con sus promesas. No es una dinámica favorable a los presidentes caprichosos, y Trump es el más caprichoso de todos.
Trump se ha referido en repetidas ocasiones al hecho de que no tiene amigos en su vida personal. No es un lamento cuando lo dice, sino una explicación de quién es. (Es parte del montón de evidencias acerca de que padece de alguna forma de narcicismo clínico.) Parece que quiere aplicar la misma receta en las relaciones internacionales. Es un grave error; será posible tener una carrera exitosa de bienes raíces sin el apoyo de amigos, pero en el ámbito de relaciones internacionales, no lo es.