#Norteando: Trump vs. ¿AMLO?
La época de Trump requiere un presidente mexicano capaz de balancear dos objetivos: primero, hay que dar una cara nacionalista que proteja la dignidad del país y de sus ciudadanos. Segundo, hay que reforzar los vínculos bilaterales que transcienden a Trump y hacer frente común con las voces gringas que son anti-Trump y pro-México, para proteger los muchísimos frutos de la relación.
Es decir, proteger y hasta fomentar una especie de nacionalismo que haga mancuerna con el proyecto bilateral que se ha construido durante los últimos 30 años. No debería ser tan difícil, pero la receta se les escapa a los políticos mexicanos más relevantes de hoy.
Peña Nieto ha fallado contundente y repetidamente en ambos objetivos. Su invitación a Trump en el verano del año pasado le brindó al candidato, que luego se convertiría en el mayor enemigo de México en la Casa Blanca desde hace generaciones, una oportunidad dorada para presentarse como un hombre serio. Sus comentarios en contra del propuesto muro y de los ataques contra el TLCAN han sido consistentemente tibios. La reacción de la amenaza de Trump de enviar tropas a México —léase, invadir su país— fue nulo. Su cancelación de la visita a Washington en enero representa un cambio de postura tardío e insuficiente.
El momento exige alguien capaz de ponerse los colores de la bandera, y Peña Nieto sigue siendo una figura gris. Por lo tanto, ha decepcionado no solamente a sus ciudadanos, sino también a los estadounidenses en busca de aliados a nivel internacional.
Al otro extremo se encuentra Andrés Manuel López Obrador, que hoy encabeza las encuestas entre los precandidatos a la presidencia en el 2018. Pese a sus cuantiosos defectos, AMLO sí es capaz de defender la dignidad de México, y es por eso que su imagen va a la alza. Sin embargo, lo hace con armas retóricas muy crudas —comparó a Trump con Hitler en su discurso reciente en Los Ángeles— que no son aptas para un presidente.
Además, no queda claro que AMLO, crítico eterno del TLCAN, realmente aprecie los vínculos entre los dos países que van más allá de la relación entre ambos gobiernos. El objetivo básico de México hoy en día es aguantar la administración de Trump y minimizar sus daños para luego reestablecer la relación según las bases anteriores. Pero para AMLO, las bases anteriores no fueron correctas, cosa que nos hace preguntarnos a dónde quisiera llevar la relación. Sus propios comentarios no ofrecen muchas pistas. Su reacción ante el triunfo de Trump —en efecto, toda está bien, ya que México es un país soberano que no depende de otros países— es profundamente ingenua en un mundo tan interconectado.
La postura de AMLO es un buen recordatorio de que hay una simbiosis peligrosa entre líderes hostiles. Le serviría bastante a Trump tener a AMLO de presidente mexicano, ya que haría valer su animadversión hacia un país que se ha portado como un aliado fiel desde hace 30 años. Asimismo, la elección de Trump representa un sueño para AMLO; ahora el tabasqueño tiene un nuevo blanco para su populismo visceral y la mejor prueba posible de que la apuesta económica de las últimas tres décadas —integración norteamericana— ha sido un error.
Pero también puede haber la misma simbiosis entre líderes liberales. Un ejemplo relevante viene de hace más de 150 años, cuando Abraham Lincoln y Benito Juárez forjaron una alianza que ayudó al último a derrotar la invasión de Maximiliano.
Lincoln no estaba actuando simplemente con un sentido de bondad (aunque sí tenía mucha simpatía por el movimiento de Juárez), sino de intereses nacionales: la idea de una masiva colonia francesa en su frontera representaba una amenaza mortal para la autonomía americana, más aún, durante la Guerra Civil estadounidense. Pero un líder sabio reconoce cuándo y cómo sus intereses se pueden proteger a través de los aliados.
El populismo nacionalista de Trump, Putin, Marine Le Pen y otros ha llevado al sistema internacional a un punto muy, muy peligroso. Por supuesto que este sistema —basado en un compromiso con la democracia liberal y la economía del mercado— tiene sus defectos. Es una labor eterna mejorar las instituciones relevantes y mitigar los efectos secundarios de nuestra economía política internacional. Pero el sistema de hoy ha sido el mejor motor para la prosperidad y la paz que los humanos hemos sido capaces de crear.
La sobrevivencia del liberalismo como la filosofía mundialmente dominante requiere de líderes que sepan hacer frente común contras fuerzas contrarias, mientras protejan sus respectivas identidades nacionales. Como todo el mundo, México está buscando encontrar este balance, pero ni el presidente de hoy ni él que hoy se perfila para reemplazarlo tienen la fórmula adecuada.
*Imagen: "Cierre de campaña", Eneas de Troya (Wikimedia Commons)