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#Norteando: Llamadas intervenidas

Patrick Corcoran | 15.03.2017
#Norteando: Llamadas intervenidas

Hace unos sábados, Donald Trump lanzó una serie de tuits acusando a Barack Obama de haber intervenido sus llamadas el año pasado, con el objetivo de perjudicar su candidatura presidencial. Ni Trump ni su equipo ofrecieron una sola prueba para sostener esta acusación tan grave, que hizo temblar el sistema político y que rompe con las practicas históricas de cómo los presidentes deberían llevarse con sus antecesores.

 

Si Obama sí estuvo interviniendo las llamadas de Trump, hay dos posibles explicaciones: una, que lo hizo ilegalmente, haciendo eco del escándalo de Watergate que tumbó la presidencia de Richard Nixon hace 43 años; y otra, que lo hizo legal y legítimamente su Departamento de Justicia, probablemente con base en una investigación sobre los contactos entre la campaña de Trump y Rusia. Ambas versiones hablan de un país al borde de un abismo político.

 

Por su parte, un vocero de Obama desmintió contundentemente que su Casa Blanca haya hecho semejante cosa, aunque la declaración sí fue suficientemente imprecisa para dejar abierta la posibilidad de que el FBI, la NSA u otra agencia haya monitoreado la campaña de Trump.

 

Su desmentida es lógica; una Casa Blanca trabajando a solas —es decir, el staff de la presidencia, independiente de las agencias de seguridad— no tiene la capacidad técnica de intervenir las llamadas de los adversarios del presidente. Y si aceptáramos la idea de Obama como un Maquiavelo malvado, ¿por qué nunca se filtró una conversación privada de Trump? Tampoco tiene mucho sentido que Obama hubiera grabado a Trump en la intimidad sin explotar los secretos en la campaña, filtrando los descubrimientos vergonzosos.

 

Para la administración de Trump, este episodio viene después de seis semanas de caos, de una crisis tras otra. Trump es incapaz de gobernar e incapaz de reflexionar sobre las causas de su incapacidad. En lugar de mejorar el desempeño de su administración, está culpando a su antecesor. Recorre a complots ilegales en su contra para explicar la desaprobación que ha inspirado. Está proyectando sus propios pecados —Trump sí interviene a los huéspedes en, por lo menos, una de sus propiedades, y sí favorece las tácticas autoritarias— en otros. Todo esto es del manual de dictadores.

 

No queda claro exactamente qué fue lo que picó la ira del flamante presidente, pero parece que lo inspiró un artículo de Breitbart, un pequeño medio del Internet que trafica en conspiraciones idiotas y racismo abierto. Es decir, los contribuyentes gabachos financian 17 agencias de inteligencia, a un costo de cientos de miles de millones de dólares, para que el presidente tenga los datos más relevantes e importantes de todo el mundo. Sin embargo, él se la pasa viendo banalidades de los noticieros y leyendo inventos de portales chiflados. Esto no es solamente un desperdicio, sino la señal de un hombre al que le falta rigor intelectual, poseedor de una mente floja al que solamente le interesa ver sus prejuicios confirmados.

 

En todo caso, la jugada de Trump, que fue impulso más que estrategia, fue mal planeada. Sus voceros no tenían argumentos para defenderlo, porque realmente no hay. Efectivamente decían “créanos”, pero el desfile de mentiras que ha emanado de la administración de Trump desde su primer día ha minado toda credibilidad. Generalmente, los republicanos en el Congreso están apoyando a Trump, pero cualquier investigación sobre el posible espionaje contra Trump tendría que enfocarse en las razones para tomar esa medida, lo que implica poner más atención sobre los vínculos entre su campaña y el gobierno de Vladimir Putin. Es decir, lo que menos ha de querer el presidente estadounidense.

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