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El cementerio marino. Una versión de Alicia Reyes  

Eduardo Langagne | 01.06.2017
El cementerio marino. Una versión de Alicia Reyes  

 

La segunda década del siglo xx trajo a la literatura acontecimientos renovadores como el modernismo brasileño o poemas de monumental hallazgo como La tierra baldía, de T. S. Eliot, y El cementerio marino, de Paul Valéry, poema audaz y de aliento prolongado que se publicó en 1920 y fue incluido por su autor dos años después en el libro Cármenes, e incorporado en 1957 al tomo I de las Obras de Valéry de Éditions Gallimard que reunió Jean Hytier para la Bibliothèque de la Pléiade. En 1922 el mundo latinoamericano vio surgir Trilce, de César Vallejo, o El gato escaldado, de Nicolás Olivari, y en México aparecieron títulos como Campanas de la tarde, de Francisco González de León, con prólogo de Ramón López Velarde; Huellas, de Alfonso Reyes, o Andamios interiores: poemas radiográficos, del estridentista Manuel Maples Arce. Libros que provocaban al lector resumiendo, proponiendo, relanzando tradiciones o vigorizando las vanguardias.

A poco de que se cumplan cien años de la primera publicación del celebrado El cementerio marino, Alicia Reyes nos ofrece una versión libre confirmando que la producción de nuevas traducciones es una tarea ineludible, pues se suman a un propósito colectivo de leer, de la mejor manera, textos originalmente escritos en otras lenguas, y de acercarnos tanto a su sentido original como a sus posibles recreaciones, espejo de la sensibilidad de cada época traductora.

Poeta de la inteligencia a quien José Gorostiza se sintió afín en la preocupación por “descubrir las leyes que gobiernan el crecimiento y la terminación de un poema a partir de su simiente”, Valéry es repensado por Alicia Reyes en esta versión libre, donde cada palabra ha sido macerada en la redoma de sus posibles traducciones hasta volverla guijarro único, piedra pulida por la esmerada labor de la traductora.

En el caso de Valéry, las nuevas opciones de lectura se suman a la potencialidad de la relectura y confirman notoriamente la polisemia de este poema canónico en la literatura occidental. El propositivo trabajo traductor de Reyes1 agrega su punto de vista a los ya existentes, dialoga o se aleja pero siempre ofreciendo un fino corte que disecciona, como si se tratara de cortes transversales capaces de presentar nuevas vistas —ya sean panorámicas o microscópicas— que valoran términos y significaciones; que sopesan, acarician y evalúan las gradaciones semánticas y así las modifican o subvierten para el lector en una edición que además se acompaña de ilustraciones de Alejandro Villanova. Las ediciones bilingües, como ésta en la que Floricanto Editores presenta el poema de Valéry junto a la versión libre de Alicia Reyes, poseen la utilidad de mostrar el texto original para ese grato contraste con el intenso trabajo del traductor; vale para quien conoce la lengua de procedencia, pero es acogido también por quien no la conoce, con el reflejo visual de lo que conseguiremos leer en la propia lengua.

Al escribir su Cementerio, el propio Valéry ya había apuntado que lo que quería decir era lo que quería hacer y lo que quería hacer era lo que está dicho. Me importa resaltar que el poema está compuesto por estrofas de seis versos decasílabos y recordar que los decasílabos en francés se convierten en endecasílabos en nuestro idioma. Los versos originales están rimados de forma que el primero y el segundo forman un dístico y los otros cuatro, sin estar separados de la estrofa, proponen una rima abrazada, es decir: el tercero rima con el sexto y el cuarto con el quinto. En suma, El cementerio marino propone tres rimas diferentes en cada estrofa para crear un poema que, por su densa y atractiva dificultad, sigue siendo obra abierta a la posibilidad de acercamientos y versiones. La de Alicia Reyes enriquece esas lecturas posibles en nuestro idioma, pues nos ayuda a tener una percepción poética del texto y una comprensión cercana de sus elementos poéticos. Tengamos en cuenta que El cementerio ha sido traducido en numerosas ocasiones, buscando en unas su imitación rítmica o bien resaltando sus conceptos o sus imágenes y eludiendo la complejidad de trasladar la rima de un idioma a otro. Los escollos evidentes para hacerlo se pueden ejemplificar en algunas rimas del francés, cuya sonoridad específica no les permite la consonancia entre ellas en nuestra lengua; en palabras como tumbas (tombes) y palomas (colombes), que en dos ocasiones se presentan en las estrofas de Valéry, no es posible mantener una traducción que conserve el sentido y la rima con la unidad que plantea el original.

En ello interviene la inteligencia y sensibilidad del traductor. La última palabra de El cementerio, por ejemplo, es focs, misma que Valéry propone como rima de rocs (rocas). Muchas de las traducciones en español publicadas hasta ahora han optado por trasladar focs hacia el español foques, que, en la terminología marinera, es la denominación general de una vela triangular hacia la proa del barco. En su versión, Reyes resuelve de manera sensata, con destreza y claridad semántica, traducir esa última palabra del poema utilizando el sustantivo vela. Una decisión acertada que me ayuda a sugerir que este poema del tiempo, la muerte y la vida ha podido desplegar sus velas al soplo del viento de los múltiples lectores.

La conocida sentencia traduttori traditori establece —a pesar de sus posibles connotaciones culposas— una facultad de quien traduce. Quien lo hace realiza permanentemente un esfuerzo de reconstrucción, traslación, traducción o aproximación. Según Ezra Pound, “una gran época literaria es tal vez siempre una gran época de traducciones o una que le sigue”. Borges —quien instó a Alicia a continuar con su versión de El cementerio marino— nos recuerda que, al traducir, finalmente el texto se impone. En esta versión libre de Reyes el traductor debe tener algo de irreverente. Pienso que acaso el traductor debiera, como hizo ella con este Cementerio, introducirse en el texto; y ahora, en esta apropiada alegoría, sumergirse hasta la mayor profundidad posible y salir después a la superficie para tomar una bocanada de aire puro que brinde también oxígeno al lector.  ~

 

1. Paul Valéry, El cementerio marino, versión libre de Alicia Reyes, ilustraciones de Alejandro Villanova, Floricanto Editores, 2017.

 

 

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EDUARDO LANGAGNE es director general de la Fundación para las Letras Mexicanas. En 1994 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, y en 2016 el Premio de Poesía José Lezama Lima. Recientemente aparecieron su traducción de Resurrección, la primera novela de Machado de Assis (Biblioteca del Universitario de la Universidad Veracruzana); Tiempo ganado (Voz Viva, UNAM), y No todas las cosas, antología 1980-2015 (Consejo Editorial del Estado de México).

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