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#CuotaDeGénero: Correspondencia

Abril Castillo | 19.06.2017
#CuotaDeGénero: Correspondencia
#CuotaDeGénero es el blog de Abril Castillo en Este País y forma parte de los #BlogsEP

Al principio no conocemos a nadie. Nadie nos conoce. Las primeras palabras casi siempre son un saludo. Hola. Qué tal. Buenos días. O alguna frase aleatoria que abre la conversación. ¿Está ocupado este lugar? Quiero comprarte un dibujo. Acá va la fila, no te metas. Muchas de esas primeras frases se dan por accidente. Algunas ni siquiera quieren detonar una conversación.

De niña no me gustaba tener que hacer nuevos amigos. Menos cuando empecé a descubrir fórmulas básicas detestables. No recordaba cómo había conocido a mis amigos de siempre. Seguramente nuestros papás nos colocaron juntos en un jardín y sin palabras nos habremos entendido o distanciado. Empecé a odiar por sobre todas las cosas que alguien se me acercara y me dijera: Hola. Me sentía yo misma estúpida diciendo esa palabra.

 

Hola.

Hola.

¿Cómo te llamas?

Respuesta fija.

¿Y tú?

Respuesta nueva.

 

Después de eso no sabía qué hacer. Y trataba de evadir tanto ser parte de esa conversación como un niño en un restaurante le rehúye a un payaso. Me enojaba de sólo verlo acercarse.

Descubrí que eran más eficaces las preguntas aleatorias porque me colocaban ahí mismo en una conversación. Como si pudiera elegir empezar la historia por: Había una vez, o inventar algo como: Vine a Comala porque me dijeron etcétera. Como si una historia que empieza así estuviera destinada a ser diferente. O de inmediato sentara un tono especial. Poético. Una amistad profunda y polisémica desde la primera frase. Una amistad que da pie a las ramificaciones. Que se va tejiendo como una bufanda, un gorro o un suéter.

¿Cuáles son los nudos donde todo se comienza a engarzar? ¿Qué detona que una conversación siga en vez de estancarse, que los hilos se acerquen y la visión total se complejice?

Y mordió la manzana envenenada. Si se cae el avión, que sea el de regreso. Tuve que comprar mil ligas aunque sólo necesitaba cien.

¿Por qué a veces la madeja queda intacta?

Si eso no ocurre, la conversación puede ir hacia atrás, hacia adelante o hacia cualquier ruta inexplicable. Un nuevo amigo se teje o no igual que una plática. Una primera conversación define el hilo de la amistad.

En todo diálogo profundo uno empieza hablando de uno mismo y puede o no existir un gancho que lo vincule con el otro. Es (casi) un monólogo que se teje bien por coincidencia. Porque el otro está bailando al mismo ritmo por casualidad. Y cada tema es un tanteo hasta que ambos descubren que no se pisan los pies.

Y eso es más tangible con la correspondencia. Se ve más claramente en las cartas. En algunos correos electrónicos. A veces hasta en un chat llevado hasta las últimas consecuencias. Las relaciones epistolares muestran claramente la idea de monólogo.

Empiezo escribiendo lo que sea. Puedo presentarme a mí como si presentara a un personaje. Hablar de cualquier anécdota que me venga a la mente y de ahí relacionarla con otra. Un tejido íntimo. El detonante inicial puede ser cualquier cosa. Y no sé si el destinatario encontrará, dentro de toda esa maraña de palabras, ideas y recuerdos, algo que lo enganche, un espejo de sí que provoque que la rueca siga girando.

El secreto, si hubiera uno, está en no perder los hilos y jamás dejar de entrelazarlos. Porque no hay nada más triste que alguien te diga: Respondo sobre tu correo. Como si fuera incapaz de tejer su propio discurso, cuando en este baile de palabras no debe notarse que hay dos cuerpos, sino uno solo.

Surge así una serie de puntos de encuentro y coincidencias, nuevas vertientes en un zigzag que permitirá seguir la plática. Divergencias y coincidencias que no sólo arman al otro como persona y personaje de ficción, sino que generan una imagen tridimensional que se dibuja cuando dos se conocen. Una amistad edificio. Una amistad pirámide. Una amistad castillo flotante. Una amistad nave espacial.

O bien que nunca toman cuerpo. Un colega superficie plana. Llano. Estepa.

Un no sé qué decirte. Somos punto. Vacío. Nada. Ya me voy para allá.

 

En la luna, Elizabeth Builes

 

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