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#Norteando: El fin de la tecnocracia

Patrick Corcoran | 25.07.2017
#Norteando: El fin de la tecnocracia

Se está transformando la división política que ha prevalecido en el Occidente desde el fin de la Guerra Fría.

El viejo modelo se basaba en la división entre una derecha que buscaba un gobierno pequeño y una izquierda que prefería aumentar el gasto público. Claro, esta brecha ideológica se ha manifestado con ciertos matices distintos de un país a otro —en Estados Unidos (EU), por ejemplo, la derecha se asocia con una postura bélica en el ámbito internacional—, pero en esencia, la disputa fundamental que impulsó la política occidental durante los 25 años anteriores se trataba del tamaño ideal y el papel correcto del gobierno.

Esto va cambiando. Los temas que hoy motivan a los votantes ya son distintos y las ofertas de ambos lados ya no tienen el mismo apoyo que hace 10 o 20 años.

La obsesión de la derecha con bajar los impuestos y el gasto público ya no mueve a los votantes. Ahora, la cuestión más importante es la identidad nacional, la idea de quiénes pertenecen a la sociedad y quiénes no. Este fenómeno se ha visto en Francia, donde Marine Le Pen llegó al ballotage contra Macrón hace unos meses; en el Reino Unido, donde la pasión por el llamado Brexit invadió a los Tories y tumbó la carrera del otrora primer ministro, David Cameron; y en EU, en donde Trump se ganó la presidencia a pesar de violar casi todas las vacas sagradas del Partido Republicano.

Lo que comparten estos y otros movimientos supuestamente conservadores es que responden, no a las agendas impuestas por los líderes, sino al coraje que viene desde abajo. En todos, vemos un rechazo sobre los fuereños que regularmente incurre en la xenofobia y hasta en el racismo abierto. Es feo, pero lamentablemente exitoso.

Por el otro lado, a la izquierda se le ve con ojos sospechosos. La izquierda-centralista de los Clinton y de Tony Blair, que combina una preferencia por el mercado con un sistema robusto de seguridad social, batallan para convencer a los suyos. La izquierda que viene a la alza es la izquierda enojona del senador estadounidense Bernie Sanders y Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista británico. Esta izquierda suele separar el mundo, no entre identidades nacionales, sino entre clases; los fuereños no son los villanos, sino los adinerados. Esta nueva izquierda, que es realmente el regreso de un estilo viejo pero dormido durante 25 años, no ha triunfado aún, pero ha logrado desplazar a sus rivales internos.

El antiguo paradigma, que se podría llamar el consenso tecnocrático, tenía grandes ventajas. Era pacífico, buscaba estabilidad y favorecía la libertad y la tolerancia. Buscaba reducir la política a los problemas manejables y poner el sistema en las manos de los que sabían encontrar soluciones, sobre todo, en los economistas y otros tecnócratas. Pero en fin, era preferible a lo que vemos ahora en la Casa Blanca y en el número 10 de Downing Street.

Claro, este consenso también sufre de puntos ciegos. Permite demasiada influencia al sector financiero, y peca de arrogante y juzgón. No sabe qué hacer con los problemas que no se pueden reducir a investigaciones empíricas. Sobre todo, no sabe darle voz al coraje social que ahora estamos viendo tanto en los votante de derecha, como en los de izquierda, cosa que lo hace vulnerable.

El viejo concepto de izquierda-derecha, con su enfoque principal en el tamaño del gobierno, definitivamente no ha desaparecido, pero está perdiendo importancia. Hoy, los votantes de todas partes del espectro político quieren que el gobierno se encargue de más asuntos. En ese sentido, la derecha ya no es tan derecha.

En su lugar, se está asomando una política más desagradable, en la que una fuerza política no se define por cómo quiere gobernar, sino a quién odia. Para la derecha, son los extranjeros, los globalistas y las minorías. Para la izquierda, son los ricos. Para todos, se vislumbra un ámbito más desagradable, más conflictivo y menos capaz de superar los retos que enfrentamos.

Ojalá y no lleguemos a tal punto, pero temo que en esa dirección vamos. El consenso tecnocrático deja mucho que desear, pero si realmente desaparece, creo que lo vamos a extrañar.

 

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