#Norteando: Las provocaciones de Putin
Durante los últimos cuatros años, el presidente ruso Vladimir Putin ha lanzado una serie de provocaciones inéditas contra sus adversarios por todo el mundo.
Por un lado, está su intervención en la guerra civil de Siria, la anexión de la península de Crimea, y el fomento a la rebelión en Ucrania. Por el otro, Putin ha lanzado una serie de ataques contra los procesos electorales en Occidente, utilizando una estrategia novedosa que mezcla el espionaje y el hackeo. Así, busca minar a los candidatos del establishment, como Clinton, Macron y Merkel, que suelen ser hostiles a los intereses del Kremlin; además, ha dado un empujón a las fuerzas más extremistas que lo ven con ojos favorables.
Aunque no ha sido exitoso en todos sus gambitos, Putin ha tumbado a algunos rivales formidables —sobre todo, a Clinton— y ha tejido una red de aliados entre los gobiernos occidentales. Trump es el más famoso, pero también cabe mencionar a Alexis Tsipras, de Grecia; a Andrzej Duda, de Polonia; y a Viktor Orbán de Hungría, entre otros. Además, ha sembrado incertidumbre política en una región que ha sido la más estable en las décadas recientes.
Estas acciones marcan un cambio dramático en la postura rusa. Los riesgos son obvios: el establishment agredido se ha vuelto más hostil que nunca, la economía rusa está sufriendo bajo el peso de sanciones económicas que sus adversarios le impusieron, y no queda claro que Rusia obtenga un beneficio concreto por ello. Entonces, ¿qué busca Putin con todo esto?
Lo que busca, al parecer, es romper el liderazgo de Alemania en la Unión Europea, y el de Estados Unidos mundialmente. Se quiere vengar del trato durísimo que recibió Rusia durante los noventas, cuando sufrió un declive económico, un colapso financiero y una catástrofe geopolítica. Putin también está advirtiendo a los gobiernos occidentales que no alienten a la oposición rusa, protegiendo así su régimen contra las revoluciones populares que recientemente han derribado gobiernos en Ucrania y por todo el Medio Oriente.
La estrategia de Putin es sobre todo una expresión de sus intereses políticos más explícitos, pero también hay un aspecto ideológico: Putin se está posicionando como el líder mundial de un conservadurismo tradicional. Se ha convertido en el campeón de los valores tradicionales; por eso siempre se publican fotos absurdas de él sin camisa, cazando o montando caballos, como si estuviera en una película. Por eso su tendencia de denigrar a las mujeres adversarias, a menudo en términos abiertamente sexistas y burdamente sexuales.
En fin, Putin quiere recuperar para Rusia el lugar de la Unión Soviética, pero bajo la bandera de la derecha en lugar de la izquierda comunista.
El problema es que a Rusia no le corresponde un lugar así en el mundo. Según el Fondo Monetario Internacional, tiene la doceava economía más grande del mundo, por debajo de Corea del Sur e Italia. En PIB per cápita, está por debajo de tigres como Grecia, Guinea Ecuatorial y Trinidad. Lleva décadas pasando por una crisis demográfica; debido a las altísimas tasas de mortalidad (sobre todo por complicaciones debidas al alcohol) y la hostilidad a la inmigración, la población del país ha decrecido desde el fin de la Guerra Fría.
El nivel de influencia que Rusia sí tiene en las relaciones internacionales es un artefacto del siglo pasado, sobre todo su aportación esencial a la derrota de los nazis, a través de la cual consiguió un lugar permanente en el consejo de seguridad de las Naciones Unidas, y el arsenal de armas nucleares que construyó durante la Guerra Fría.
Putin, pues, no tiene la capacidad de armar un mundo nuevo en el que su liderazgo sea central. Pero si no puede construirlo, lo único que le queda es ser el que rompe cosas, y eso lo hace bastante bien.