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#LosJuevesAlSol: Harry Potter

Manuel Cruz | 05.10.2017
#LosJuevesAlSol: Harry Potter

Aunque Angela Merkel ganó las recientes elecciones en Alemania, su nuevo parlamento incluye —por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial— representación de un partido ultraderechista, capaz de transformar una fotografía en una maldición nacional. En Francia, aunque el actual presidente Emmanuel Macron escapó de Marine LePen y su pasión por deshacerse de todos los musulmanes e inmigrantes de Siria (como si uno correspondiera necesariamente al otro), el regreso de la ultraderecha es probable. Y en Estados Unidos, Trump alterna entre defender a los neofascistas y amenazar a atletas afroamericanos. Dadas las circunstancias, no sería sorprendente que, en un futuro cercano, surjan generaciones de jóvenes pidiendo una explicación sobre el rencor y el odio, una tarea difícil, considerando que los adultos que votaron por lo que derivó en esta realidad (y los que se opusieron) no terminan de explicárselo a sí mismos. Pero mientras eso se resuelve, hay una alternativa mágicamente realista.

Harry Potter posee muchos trofeos: el fenómeno literario más grande de todos los tiempos, el pretexto para que mucha gente usara lentes circulares hace veinte años y ocho películas que además de sostenerse bien con el paso del tiempo, funcionan como una guía infantil y juvenil de la actualidad política. Fundamentalmente, la trama no es distinta de todas las historias que existieron antes de que J.K. Rowling naciera, y todas las que vendrán después: hay un héroe que debe vencer a un villano y, como efecto colateral, salvar al mundo. Si Star Wars puso sables de luz en esta premisa para hacerse distinguir, Potter lo hizo con hechizos, frustración adolescente (particularmente expresada desde la tercera película hasta la octava), y un aspecto profundamente metafórico en sus villanos. La audiencia está a favor del niño mago y sus amigos, pues lo que deben enfrentar es intrigante y, desde el punto de vist actual, tenebrosamente arraigado.

Voldemort, el mago más terrible y enemigo directo de Potter, es también un fascista. Esto se hace notar en la segunda película, La Cámara de los Secretos, a través de personajes como Lucius Malfoy, quien promueve la división entre los hijos de padres magos y aquellos niños con linaje parcialmente humano. El mestizaje es causa de indignación y, posteriormente, de una guerra. Los muggles, como se les conoce a las personas sin linaje mágico, quienes pese a su falta de “pureza” muestran interés y talento en la magia, son considerados despreciables. No es muy difícil relacionar esta ideología con las obsesiones nazis de la purificación de la raza que han encontrado una especie de renacimiento en el ultraderechismo europeo y en el neofascismo estadounidense. Unos pertenecen, otros no, y los que no, deberían ser exterminados. Sólo es cuestión de tiempo para que las mentes curiosas encuentren una respuesta metafórica a las ansiedades actuales y los seguidores de los movimientos y personas que provocan (al menos parcialmente) dicha ansiedad, identifiquen a Voldemort y a sus secuaces como símbolo de su ideología. En cuyo caso, Rowling les podría arrojar la maldición nada fantástica de la demanda por difamación.

Conforme Potter y sus colegas maduran en las historias siguientes, lo mismo ocurre con aquello que enfrentan, y una variable interesante se presenta desde La Orden del Fénix hasta Las Reliquias de la Muerte: Parte 1: El Ministerio de Magia. La organización más cercana a un gobierno, según la narrativa de Rowling, decide imponer disciplina en las nuevas generaciones de magos ante el supuesto retorno de Voldemort, y el terror que ello conlleva. Y qué mejor lugar para desarrollar la sumisión de una sociedad que en el sistema educativo: Hogwarts, la escuela que Potter visita durante seis de las siete películas, pasa de ser un espacio de creatividad y adolescencia a una prisión conservadora. La magia muere entre las restricciones, los castigos se efectúan, literalmente, con sangre, y la rebeldía (liderada por Potter) se calla eficientemente. Entre la amenaza fascista y el ahogamiento de una sociedad demasiado diversa, aparece un nuevo status quo, donde todo estará peor si los malos ganan el poder, pero tampoco hay que cambiar tantas cosas. Hillary Clinton probablemente estaría cómoda en ese Hogwarts.

Al final, la rebeldía de Potter avanza, y su causa no es nada distinta a la de cualquier persona mínimamente educada en un contexto liberal y democrático (o lo que algunos llamarían, con un tono de innovación que causa perplejidad, antifascismo): todos merecen una oportunidad. Los totalmente mágicos, los parcialmente mágicos, los nada mágicos. Los africanos y asiáticos, musulmanes y ateos. Todas las mezclas son posibles y aceptadas, y aquellos que se oponen sólo representan un terror que, al menos para Voldemort y sus seguidores, nunca pueden terminar de justificar. Lo mismo puede decirse de sus representantes en el mundo muggle, pero con crecientes tonos de magia oscura.

Estructuralmente, Harry Potter no es perfecta. Y si bien se podría armar una larga discusión sobre su final, es un producto cultural que, en este momento, puede cumplir una función importante para educar a las generaciones futuras sobre temas que irremediablemente tocarán sus vidas. Y entre todos los Voldemort que existen actualmente y surgirán, podrá haber personas con cicatrices pintadas en sus frentes: hace diez años una manía cultural, hoy una forma de vida.

Las películas de Harry Potter están disponibles en iTunes.

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