#Norteando: Ideologías y personalidades
Hace unos meses, utilicé este espacio para escribir acerca de la evolución de las divisiones ideológicas en varios países del Occidente y dije: “El viejo concepto de izquierda-derecha, con su enfoque principal en el tamaño del gobierno…está perdiendo importancia”.
Ahora, algo parecido está pasando en México. Desde finales de los ochenta, el PAN ha sido el partido de la derecha, y el PRD el de la izquierda. El PRI siempre ha sido una extraña mezcla de corporativismo pragmático y atavismo revolucionario, que no se define principalmente por su ideología, pero desde los tiempos de Salinas de Gortari, también representa la derecha tecnocrática. Con pequeñas desviaciones, estas posiciones ideológicas han definido a los partidos principales durante 30 años.
Sin embargo, en el proceso actual, las divisiones han llegado a ser borrosas. Como en muchas otras partes del mundo, la dinámica política de las últimas décadas se ha agotado. Hay varias razones para que esto sea así. Se han aprobado muchas de las reformas estructurales que tanto han motivado a la derecha tecnocrática durante décadas. La raison d'etre de la derecha de hoy es un enigma. Por el otro lado, el PRD no tiene su propio candidato, mientras que Morena nunca ha tenido un propósito ideológico muy fuerte, más allá de impulsar las ambiciones de AMLO.
Es decir, las diferencias ideológicas que han marcado este siglo son cada vez menos relevantes, y las competencias electorales se centran cada vez más en las personalidades de los protagonistas.
Este desgaste ideológico se ha manifestado en un pandemónium de candidatos y partidos en el proceso actual. La supuesta derecha está divida entre dos candidatos: Margarita Zavala con su campaña más quijotesca que seria, y Ricardo Anaya, que representa un PAN que está perdiendo oxígeno y apoyos importantes. La izquierda está casi igual (aunque con mayores prospectos de triunfo): dividida entre Morena, de AMLO, y el PRD, que prefirió atar su destino al de Anaya y el PAN. Y el PRI, que nunca tuvo mucha coherencia ideológica, puso como candidato a un abanderado de otro partido; en todo caso, el PRI ha perdido toda credibilidad, no por sus preferencias políticas sino por razones completamente materiales: la inseguridad y la corrupción.
Las opciones que enfrentarán los votantes en julio no son congruentes con las de hace seis o 12 años. Hoy en día, no queda claro cuál es la oferta de varias de las fuerzas políticas, más allá de las caras que las representan.
Tal situación no es ideal ni estable. Las identidades de los protagonistas políticos siempre cambian, pero típicamente el apego a una serie de objetivos comunes asegura un cierto nivel de consistencia entre las fuerzas respectivas. Calderón reemplazó a Fox, pero las metas del PAN siguieron siendo las mismas. Pero en caso de la desaparición de Anaya del PAN, o de AMLO de Morena, los objetivos de cada partido podrían dar un giro radical.
Otro dato curioso sobre el México actual: un sistema presidencial funciona mejor cuando hay dos partidos ideológicamente amplios. La inercia de un sistema presidencial típicamente impulsa lo mismo, con distintas corrientes unidas bajo una bandera más amplia. Así suele ganarse el poder en un sistema presidencial.
La situación en México hoy en día es completamente distinta. No vemos consolidación, sino fragmentación. Y no vemos consistencia ideológica, sino incoherencia.
Lo que esto sugiere es que el país está al inicio de un largo proceso de acomodo ideológico, que puede definir la política del país durante décadas. La elección del 1o de julio es un paso enorme, pero lo que hagan los partidos después para distinguirse —sobre todo lo que pase con la izquierda después de la salida de López Obrador— será determinante en el futuro del país.