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#Norteando: Profesores armados

Patrick Corcoran | 05.03.2018
#Norteando: Profesores armados

Si uno vive suficientes años, o si le toca pasar una gran parte de su tiempo con adolecentes, inevitablemente se encuentra frente la siguiente situación: se abre una discusión en la que algún contrincante vocaliza una opinión tan zafada, tan manifiestamente ilógica, tan divorciada de la realidad, que se vuelve difícil combatirlo.

Es decir, una cosa es opinar que Cristiano Ronaldo es mejor que Lionel Messi, lo cual es falso, pero tan siquiera es una idea que se puede debatir a través de las estadísticas y los trofeos. Pero ¿enfrentar a alguien que sostiene que las vacunas son un complot que los doctores y las empresas farmacéuticas han lanzado en contra de la civilización? Eso sí es cosa aparte. Uno ni sabe cómo empezar a explicar lo absurda que es una creencia así.

Esta sensación viene invadiendo la política estadounidense cada vez más, ya que los republicanos han convertido los argumentos sin bases en una parte fundamental de su ser. Se agregó una nueva entrada en la lista de bobadas republicanas con la propuesta de darles armas a los maestros como respuesta a la ola de matanzas en las escuelas del país. 

El impulsor más importante de esta propuesta fue el mismo Trump, pero no fue el único. Según el presidente: “Los educadores armados (y gente de confianza que trabaja en la escuela) quieren a nuestros alumnos y los protegerán. Gente muy inteligente. Tienen que ser adeptos con las armas y tener capacitación anual. Deben recibir un bono anual. Las matanzas no volverán a pasar…”.

Luego aclaró que no se trataba de poner una pistola en las manos de cada profesor, sino en un 20% de ellos, o aproximadamente 700 mil en las escuelas de todo el país.

Típicamente, ignorar los argumentos tontos es una marca de madurez, y mi instinto al escuchar semejante tontería es desconocerlo de inmediato, pero ahora que se pronuncia desde la Casa Blanca, se lo tiene que tomar en serio. Ni modo. Así pues, ¿por qué es una pésima idea prevenir futuras masacres escolares a través de profesores armados? 

Primero, ¿quién va a dar la cara cuando un maestro armado le dispare a un alumno, o a un compañero, o a un padre de familia, o al que vende la comida en la cafetería? ¿O si alguien deja su escritorio abierto y los alumnos roban la pistola? Accidentes así son inevitables si inundamos a las escuelas con pistolas. ¿Los condados que manejan las escuelas públicas van a tener que pagar sumas millonarias a las víctimas evitables? ¿Tendrán una indemnización legal los profes que matan sin querer o vamos a encarcelarlos a ellos también?

Segundo, una gran parte de los sistemas escolares estadounidenses tienen presupuestos apretadísimos. En muchas partes del país, los sueldos de los profesores no son suficientes para vivir bien, y los presupuestos ni alcanzan para comprar los materiales esenciales. Al mismo tiempo, saldría carísimo equipar cada escuela con un arsenal de pistolas y rifles y capacitar a los maestros para poderlos usarlo. ¿Quién pondría el dinero?

Tercero, la gran mayoría de las personas que deciden dedicarse a dar clases a los niños no quieren portar armas ni quieren que les toque enfrentar a un francotirador asesino. ¡Y con razón! Es una responsabilidad desagradable, que no tiene nadita que ver con su vocación. No existe el 20% que, según Trump, se emocionaría para portar un revolver en el aula. 

Cuarto, por más espeluznantes que sean los acontecimientos de Parkland, Florida, no queda claro que estamos viviendo un aumento escalofriante en la cantidad de tiroteos en las escuelas. Al contrario, por lo menos un investigador que estudia el tema afirma que las balaceras escolares se han reducido desde los noventas. Entonces, ¿Por qué tomar una medida tan dramática para un problema que parece estar paulatinamente mejorando?

Quinto, las escuelas deben seguir siendo, sobre todo, lugares para aprender y socializar. Pero tal objetivo se aleja si cada adulto trae una pistola en su cadera. Son difíciles de medir los efectos precisos de rodear a los niños de armas, pero no me queda duda que serían bastante nocivos. Así, promoveríamos la idea de que la seguridad se logra solamente a través de la fuerza, y no de la confianza hacia los demás. Así, criaríamos una generación de ansiosos. Aunque fuera capaz de eliminar las matanzas —y no sería, pero supongamos que sí— el remedio sería peor que la enfermedad. Sería equivalente a hacerte una lobotomía para curar una depresión.

 Hay una solución obvia a todas estas desgracias, que ha servido en otros países: limitar el acceso a las armas letales. La correlación entre la presencia de las armas en un país y su tasa de criminalidad es fuerte. La lógica es irrefutable, tan elemental que sobra explicarlo.

Sin embargo, la cultura peculiar de las armas en Estados Unidos ha impedido que la lógica guíe las políticas públicas. Y por lo tanto, que las tragedias continúen.

 

 

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