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INTERNACIONALEl islam: la necesidad de una reforma*

Álvaro Rodríguez Tirado | 01.03.2018
INTERNACIONAL: El islam: la necesidad de una reforma*

Para Gonzalo Olivares

Una de las grandes lecciones de la Ilustración, que hasta la fecha sigue vigente, es la tolerancia que debemos observar para quien piensa de manera distinta a como lo hacemos nosotros. Poco importa si el dictum que se le adscribe a Voltaire, en el sentido de que podría diferir de nuestra opinión pero estaría dispuesto a defender con su vida nuestro derecho a expresarla, sea en verdad algo que pronunció el autor de Cándido. De lo que no cabe duda es que la tolerancia fue uno de los grandes pilares sobre los que se sostuvo la revolución propuesta por quienes vivieron y dieron brillo al llamado Siglo de las Luces y de la Razón.

En efecto, Baruch Spinoza y John Locke, tiempo antes que Voltaire, habían pugnado por la tolerancia y el respeto a las opiniones del otro, aunque es cierto que Spinoza fue mucho más allá en su defensa pues, a diferencia de Locke, defendía el respeto y la tolerancia a la libertad de expresión y pensamiento, sin importar el tema sobre el que versara, mientras que Locke se limitó a exigir la tolerancia únicamente en lo que refiere a la materia religiosa. En otras palabras, el interés de Locke era defender la libertad de culto1 y garantizar un espacio para la convivencia pacífica de todas las Iglesias. Spinoza, en cambio, se interesaba por lo que él llamó libertas philosophandi, o sea, la libertad de pensamiento y palabra, incluido todo lo que se pudiera decir, oralmente o por escrito, en contra de la religión revelada por cualquiera de las Iglesias.2

Reconociendo el inmenso valor de la tolerancia, así como su estatus de cimiento de las democracias liberales de nuestro tiempo, la pregunta que me interesa contestar en este ensayo es si debemos reconocer que tiene ciertos límites y, en su caso, cuáles son éstos. Esta pregunta bien puede considerarse una invitación al desastre, pues intentar poner límites a la tolerancia podría sonar a dogmatismo doctrinario y, consecuentemente, a imposición de verdades absolutas. Lo que está en juego, sin embargo, amerita con creces el ejercicio. Vayamos pues a la sustancia del presente ensayo.

Se calcula que el número de seguidores del islam en todo el mundo asciende aproximadamente a 1,200 millones de adeptos. Como sabemos, se trata de una religión monoteísta descendiente de Abraham, al igual que el judaísmo y el cristianismo, cuyo principal axioma o profesión de fe es llamada shahãda, y se expresa así: “No hay más Dios que Alá y Mahoma es el último de sus mensajeros”. De entrada, “islam” significa sumisión, y su libro sagrado, el Corán, se cree fue dictado a Mahoma a través del arcángel Gabriel. El Corán consta de 114 azoras o capítulos, cada uno dividido en versículos o aleyas, y cuenta en su totalidad con 77 mil palabras. A pesar de que la revelación que contiene el Corán se terminó antes de la muerte de Mahoma en el año 632, la tradición señala que no fue él quien se encargó de recopilar todo el material, sino sus sucesores, los califas que gobernaron sobre toda la comunidad musulmana de Medina, quienes concluyeron su labor hacia el año 650.3

Pues bien, hace un par de años, una mujer de nombre Ayaan Hirsi Ali, orginaria de Somalia, publicó un libro que lleva como título Heretic.4 Para ese entonces, la autora ya contaba con al menos otros tres títulos publicados que llegaron a escalar las listas de los best sellers en Nueva York: Infidel,5 Nomad6 y The Caged Virgin.7 En toda su obra, Ayaan nos relata lo que ha sido su vida y su relación con el islam: en su país de origen se inició como musulmana practicante y posteriormente vivió en La Meca en donde visitó frecuentemente la Gran Mezquita. De niña, más o menos a la edad de cinco años, y siguiendo la costumbre de su país, vigente hasta hoy en día, Ayaan fue sometida a la mutilación genital femenina o infibulación.8 Y cuando sus padres intentaron comprometerla en matrimonio con una persona que no era de su agrado, logró escapar y fue a vivir a Holanda donde obtuvo asilo político y, con el tiempo, llegó a obtener un grado universitario y, eventualmente, a formar parte del Parlamento holandés. Al pasar del tiempo, se convirtió en ciudadana estadounidense y, en la actualidad, es miembro de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard. En el año 2011 contrajo nupcias con el historiador escocés Niall Ferguson.

Durante gran parte de su vida, Ayaan ha luchado por la defensa de los derechos de las mujeres, pero lo que ella considera su misión sagrada es contender con esa actitud complaciente de Occidente la cual, en aras de defender lo que se considera un sano relativismo moral, proclama un respeto igual a todas las culturas. No importa si, como en el caso del islam, en la plaza pública de algunos países árabes, todos los viernes, después de las oraciones rituales, se impone la ley sharia y se procede a degollar o azotar a las personas acusadas de algún delito, o a imponer el castigo lapidario a mujeres inculpadas de adulterio, o a cortar las manos de quienes se presume culpables de haber cometido un robo.

La historia del islam, como nos la relata Ayaan en su último libro, parte de una división de tres tipos de musulmanes, dos de los cuales se aferran a sus creencias en etapas distintas de la vida del profeta Mahoma, etapas que parecerían ser determinantes para contestar la pregunta de si el islam es o no una religión de la paz, es decir, una religión que promueve y fomenta la paz, en lugar de exhortar a todos sus seguidores a la yihad, al combate, o a la guerra santa. El problema es que, al igual que todas las religiones y los libros sagrados que constituyen su fundamento, el Corán está también plagado de contradicciones, de manera que, si nos disponemos a hacerlo, encontraremos azoras o capítulos que con toda seguridad podrán servir de base para la interpretación del islam como una religión de paz, pero con la misma seguridad puede decirse que encontraremos otros en los que podrá apoyarse la interpretación contraria.9

Las etapas a las que alude Ayaan10 son, en una primera instancia, la que corresponde a los años de la vida del profeta durante su estancia en La Meca, es decir, los primeros años del islam en los que Mahoma va de puerta en puerta tratando de convencer a los politeístas de abandonar sus creencias y a los ídolos que veneran. Su propuesta era invitarlos a sumarse a la creencia de que realmente existía un solo Dios, Alá, y que él, Mahoma, era su mensajero, un relato, por cierto, muy semejante al de Cristo tratando de convencer a los judíos de que Él era el hijo de Dios. Diez años después, Mahoma y sus seguidores emigran hacia Medina, y a partir de ahí su misión adquiere una dimensión política, es decir, la invitación a los incrédulos a unirse a Alá sigue en pie, sólo que ahora se les ataca si se resisten a hacerlo. Si eran vencidos, se les daba una opción: convertirse o morir.

Ayaan propone distinguir a los musulmanes, como hemos dicho, en tres grupos, dos de los cuales corresponden a estas etapas de la vida del profeta que acabamos de describir. Para ella, los últimos que describimos, los musulmanes que encuentran su inspiración en las conquistas del profeta en Medina, son, en realidad, los más problemáticos, los fundamentalistas, aquéllos que conciben un régimen basado en la sharia, la ley religiosa del islam, y quienes promueven un islam lo más cercano posible a su versión original del siglo vii. Su misión fundamental es imponer esta visión del mundo y del islam al resto del planeta. Siguiendo a Ayaan, llamaremos a estos musulmanes, los musulmanes de Medina.

Quienes se interesan por enfatizar la etapa de Mahoma en La Meca se cuentan por millones y constituyen, hoy por hoy, una mayoría incuestionable. Son musulmanes leales al núcleo del islam y practicantes devotos de su religión, sin inclinarse en lo absoluto hacia la violencia. De nueva cuenta, siguiendo a Ayaan, llamaremos a estos musulmanes, musulmanes de La Meca. Al igual que los cristianos devotos y los judíos que atienden sus servicios religiosos y siguen las reglas de manera más o menos estricta por lo que se refiere a su vestuario y comida, los musulmanes de La Meca se enfocan en la observancia religiosa. No obstante, tienen un problema serio, al menos lo tienen aquellos musulmanes de La Meca que viven en países de Occidente y que constituyen una minoría religiosa: estos musulmanes devotos padecen lo que se conoce como un estado de disonancia cognitiva, o sea, un estado incómodo en el que abundan pensamientos, creencias o actitudes inconsistentes, fundamentalmente con relación a decisiones sobre el comportamiento o a un cambio de actitudes. En efecto, en psicología, la disonancia cognitiva se entiende como aquel estado de malestar o de incomodidad que experimenta una persona que, simultáneamente, da cabida en su mente a dos o más ideas, creencias o valores contradictorios.

Podemos imaginar la vida de estas personas sujeta en todo momento a una tensión entre la adhesión que profesan al islam y la decisión de vivir su fe en el contexto de una sociedad seglar y plural que cuestiona, sistemáticamente, esos valores. Una manera de “resolver” la tensión es abstraerse y aislarse de las presiones que vienen de fuera, blindarse de toda influencia extraña promoviendo una educación para sus hijos que poco o nada tenga que ver con la comunidad no islámica que los rodea. En la realidad, esa situación no puede prolongarse mucho tiempo por lo que, después de varios años de disonancia y tensión, muchos musulmanes, como fue el caso de la misma Ayaan, optan por abandonar por completo el islam, mientras que otros empiezan a sentir la atracción del credo de los musulmanes de Medina que de manera explícita rechazan todo lo que tiene que ver con la modernización propuesta por Occidente.

No hemos caracterizado aún al tercer grupo de musulmanes que menciona Ayaan. Este último grupo al que ella misma pertenece, lo constituyen quienes han decidido disentir del islam y promover su reforma, de ahí que Ayaan los denomine los musulmanes reformistas. A ellos les dedica el apéndice de su último libro en donde, con nombre propio, Ayaan les agradece y exhorta a continuar sus trabajos, sea que estos se lleven a cabo en algún país de Occidente o en otro cualquiera del mundo islámico.11

A los 16 años, nos cuenta Ayaan que encontró una manera de ser, aparentemente, una mejor musulmana. Aprovechó el arribo a su comunidad de la hermana Aziza, una musulmana suní proveniente de la costa keniana que se había convertido al islam chií después de su matrimonio. La hermana Aziza portaba el hiyab completo, de manera que nada era visible de su persona excepto su cara. Usaba también guantes y calcetines para esconder a la vista de los demás los dedos de pies y manos. Lo importante de este encuentro, entre Ayaan y la hermana Aziza, era el sutil método de adoctrinamiento empleado por esta última. Cuando quería impartir una lección, digamos, sobre la manera de cómo habría que vestir según el Corán, la hermana decía: “Esto es lo que Alá y el Profeta quieren de ti, usar el hiyab. Pero tú debes hacerlo únicamente cuando estés lista”.

La hermana Aziza no fue la única influencia religiosa que recibió Ayaan en esa época. Boqol Sawm, quien eventualmente se convirtió en imam de la mezquita de Kenia, la invitó a formar parte de la hermandad musulmana, en donde el énfasis de la enseñanza recaía en la idea de la temporalidad de la vida en
la tierra y el peligro de arder en el infierno eternamente si se decide vivir sin acatar los dictados del profeta. Alá ofrece grandes recompensas en el paraíso a todo aquel que decida vivir bajo su égida, pero distingue a los hombres con una bendición especial en caso de que decidan convertirse en sus guerreros. La cosa empezaba a cambiar para Ayaan: ya no se trataba simplemente de seguir lo que había escuchado a sus padres decir en casa mil veces la cantaleta de que estábamos en esta vida terrenal a fin de probar que somos dignos de Dios, por lo que debemos implorar su misericordia, sino que ahora ella formaba parte de un ejército, eran soldados de Dios y estaban ahí para cumplir su propósito divino. A su manera, la hermana Aziza y Boqol Sawm formaban conjuntamente la vanguardia del islam militante, una versión del islam que ponía todo el peso del lado de la ideología de los años que Mahoma pasó en Medina, ideología que la propia Ayaan, en esa etapa de su vida, llegó a hacer suya por completo y que, con el tiempo, se convirtió en la ideología dominante del Estado Islámico.

Fue también en esos años en los que el ayatolá Ruhollah Jomeini pronunció su fatwa en contra del escritor Salman Rushdie por haber insultado al profeta en su obra The Satanic Verses. “Todo el mundo en mi comunidad —nos dice Ayaan— creía que Rushdie tenía que morir; después de todo, había insultado al profeta. Mis amigos lo decían, mis maestros de religión lo decían, el Corán lo decía, y yo lo decía y lo creía”.12 No se trataba, sin embargo, de detenerse a pensar si la sentencia era justa o no; lo que parecía tan claro como la luz del día era que a Ruhollah Jomeini le asistía todo el derecho y la razón moral para castigar al apóstata que había insultado al profeta, y el castigo para un crimen de esa naturaleza era, lisa y llanamente, la muerte.

Al final del día, Ayaan abandonó por completo el islam. Rechazó que Dios fuera el autor del Corán y Mahoma, su guía. Negó también que hubiera vida después de la muerte y la creencia de que Dios creó al hombre y no viceversa. A Ayaan le tocó vivir los infames sucesos del 11 de septiembre de 2001, pero no fue la escalofriante experiencia del ataque aéreo a las Torres Gemelas de Nueva York lo que la llevó a abandonar el islam: “La causa más profunda de mi crisis de fe fue el haber estado expuesta, con anterioridad al 2001, a los fundamentos del pensamiento occidental que valoran y cultivan el pensamiento crítico”.13 La sorpresa que se llevó Ayaan, ante este desenlace de su fe religiosa, no fue que los musulmanes de Medina la condenaran y esperaran que recibiera el castigo “apropiado” por abandonar la fe, léase, la muerte. Lo que más la sorprendió, dejándola por completo abatida y pasmada, fue que sus colegas occidentales no aplicaran a la fe de su cuna, o sea, al islam, uno de los principios torales de los logros del liberalismo occidental, a saber, el ejercicio del pensamiento crítico sobre cualquier sistema de creencias.14

 

Protesta contra la decisión de la Sociedad de derecho de reconocer la ley sharia en el Reino Unido, 28 de abril de 2014

 

Lo que he llamado aquí, de manera un tanto laxa, liberalismo occidental, es el producto del siglo XVII, la Revolución científica, la Ilustración, la Revolución americana y la francesa, la Revolución industrial y, en fin, de los grandes procesos transformadores que nos dieron la modernidad y que emanciparon la conciencia del hombre del yugo de la tradición y la autoridad religiosa, con todo y sus dogmas y jerarquías. Como dijimos al inicio de este ensayo, la tolerancia fue también uno de los grandes logros asociados a estos cambios, sea que la consideremos en el sentido limitado que propone Locke —la tolerancia a la libertad de culto— o que la entendamos en el sentido más amplio auspiciado por Spinoza —la tolerancia a la libertad de pensamiento y palabra sobre cualquier asunto sujeto a consideración—.

En cualquier caso, fue el respeto a la tolerancia, y a una peculiar manera de entender este concepto según la cual su aplicación es absoluta y totalmente irrestricta, o sea, que no reconoce la existencia de límites de ninguna índole en su aplicación, lo que llevó a los colegas occidentales de Ayaan a resignarse y aceptar cualquier comportamiento o mandato que surgiera de la cultura del islam, sea que ésta provenga de la interpretación del Corán preferida por los musulmanes de La Meca o, con mayor probabilidad, del ejercicio hermenéutico predilecto de los musulmanes de Medina que privilegia la aplicación de la ley sharia. Como escribe Maajid Nawaz: “Mientras que ellos cuestionan, correctamente, cualquier aspecto de su propia cultura occidental en nombre del progreso, descalifican a los musulmanes liberales que intentan hacer lo mismo con el islam, y se ponen de lado de cualquier reaccionario regresivo en nombre de la ‘autenticidad cultural’ y el anticolonialismo”.15

Pero ¿no debemos poner límites a la tolerancia? ¿Debemos aceptar la normatividad de cualquier cultura simplemente por el hecho de que responde a hábitos, costumbres y formas de ser ancestrales, a pesar de que resulten ofensivos a nuestras tradiciones y valores? ¿Somos nosotros, los de Occidente, quienes debemos amoldarnos a la sensibilidad de los musulmanes? Ante la franca hostilidad de algunos de los valores del islam a nuestros valores y Weltanshauung, ¿no sería más apropiado exigir que el acomodo fuera de allá para acá, es decir, que los musulmanes amoldaran su sensibilidad a la nuestra? El respeto que nos hemos autoimpuesto en Occidente a las exigencias de otras culturas —sean éstas cuales fueren— han llevado a los países de Europa a tolerar y dar la bienvenida, en sus principales capitales, a predicadores fundamentalistas, mientras que todo lo que hacen —por temor a ser tachados de islamofóbicos 16 o en aras de la pretendida “autenticidad cultural” a la que nos referimos arriba— es ver desfilar a millares de jóvenes que inician su radicalización al escuchar, insistentemente, los mensajes y desvaríos de esos chirladores.

Si no establecemos límites a la tolerancia, si no reconocemos que la tolerancia deja de ser efectiva y obligatoria ante la intolerancia del otro, habremos perdido la batalla en la guerra cultural. Este es el mensaje fundamental de Ayaan Hirsi Ali: “No podemos luchar en contra de una ideología únicamente con bombardeos, drones y asaltos por tierra al enemigo. Necesitamos dar la batalla con ideas, con mejores ideas, con ideas más positivas”.17

El relato de Ayaan está plagado de reseñas de casos como el de los hermanos Tsárnayev, Tamerlán y Dzhokhar, mejor conocidos como los terroristas del maratón de Boston,18 que crecieron y se educaron de una manera típica como lo hacen los musulmanes de Medina. Rara vez practicaban sus ritos religiosos: uno de ellos aspiraba a ser boxeador y se la vivía entrenando, mientras que el otro tenía una vida social complicada, salía con chavas y fumaba marihuana. Sus padres tampoco eran muy devotos. Cuando Dzhokhar escribió una nota salpicada de sangre, pocas horas antes de su captura, las primeras palabras invocadas fueron las que contiene la shahãda: “No hay más Dios que Alá y Mahoma es el último de sus mensajeros”, lo que dijimos antes era la profesión de fe preferida por los musulmanes y que, en la actualidad, figura como el estandarte del Estado Islámico, de Al Qaeda y del grupo terrorista extremista Boko Haram, activo principalmente en Nigeria, Chad y Camerún.

Este caso de los hermanos Tsárnayev ejemplifica la manera que han encontrado muchos musulmanes de resolver la disonancia cognitiva a la que hemos hecho mención: adueñarse de la idea de la yihad, entendida ésta como el deber religioso que se impone a los musulmanes de esparcir y diseminar el islam a través de la guerra santa. La otra opción, la escogida por la propia Ayaan, es abandonar el islam por completo, pero la pregunta que vale la pena hacerse es si existe una tercera vía: “¿Deben todos aquellos que cuestionan el islam terminar por abandonar su fe, como lo hice yo, o, deben adueñarse, hacer suya, la idea de la guerra santa, la yihad?”.19 Reitero, la pregunta importante es si hay o no una tercera vía.

Obviamente, la tercera vía sería la reforma del islam. Pero ¿por qué no ha habido una reforma cabal de las doctrinas del Corán? Después de todo, el Corán es un libro que data del siglo vii, es decir, fue escrito hace casi 1,500 años y, sin embargo, cualquier intento de reforma ha sido aplastado. ¿Por qué? El historiador británico Albert Habib Hourani, especialista en Medio Oriente y célebre autor del libro A History of the Arab People, escribe: “La historia no tendría más lecciones que enseñar, si hubiese cambio sólo sería para mal, y lo malo sólo puede aliviarse no a través de la creación de algo nuevo, sino renovando lo que alguna vez existió”.20

En otras palabras, la palabra “reforma” está completamente vedada en el vocabulario de la doctrina islámica por lo que sólo se acepta a un “reformador” si su propuesta estriba en regresar a los primeros principios. Obsérvese que, bajo esa definición, los verdaderos “reformadores” son los musulmanes de Medina, pues su propuesta es atenerse, en la medida de lo posible, a lo que dice el Corán textualmente por considerar que esa es la palabra que Alá transmitió en el siglo vii al arcángel Gabriel, de manera que entre menos la manipulemos será mejor, más pura y fiel al original. Quien hace suya esta idea es, precisamente, el Estado Islámico, cuya propuesta es la creación de un nuevo califato en donde la única ley que se reconoce es la sharia, o sea, la codificación formal de las múltiples reglas del islam. No deja de ser preocupante, por ende, que el apoyo a la sharia proveniente de los musulmanes que viven en Occidente se haya incrementado significativamente, como lo revela una encuesta de 2008 en la que se apoya,21 mayoritariamente, el retorno al islam tradicional.

No es fácil pensar que en el futuro cercano países como Pakistán decidan hacer a un lado la ley sharia. Pero lo que esperan Ayaan y otros reformadores serios del islam es que nosotros en Occidente nos sumemos a la masa crítica a favor de la idea de que los musulmanes que vivan en nuestros países se apeguen y acaten el Estado de derecho, que rechacen la ley sharia por entrar en conflicto con los derechos fundamentales del hombre que reconocemos en Occidente. Permítanme citar a Ayaan en toda su extensión:

Hoy, gracias en gran parte a mis años en Leiden, entiendo —lo sé— que cada persona, sin atender a consideraciones de sexo, orientación, color o credo, es acreedor a los derechos humanos y a su protección, a cambio de someterse a la ley de la localidad en donde ellos viven. Pero también sé que esta verdad contradice muchos de los dictados fundamentales de la sharia. Mientras que el estado de derecho en Occidente evolucionó para proteger a los miembros más vulnerables de la sociedad, son precisamente ellos quienes resultan más constreñidos bajo la ley sharia: las mujeres, los homosexuales, los insuficientemente creyentes, los que abandonaron la fe del islam, así como los que veneran a otros dioses.22

Por ello, bajo ninguna circunstancia deberíamos permitir que los musulmanes que viven en países de Occidente formen enclaves de autogobierno en los que las mujeres y los miembros de las distintas minorías sean tratados como ciudadanos de segunda y sometidos a procesos y sanciones que pertenecen a la Edad Media.

Sí debemos, en su lugar, propiciar que surgiese un Spinoza, un Locke y un Voltaire en las filas del islam. El primero nos enseñaría que el Corán es, después de todo, una obra de seres humanos, de hombres de carne y hueso, por sublime que pueda parecernos, y que contiene por tanto una plétora de contradicciones y errores fácticos que en ocasiones empañan algunas verdades penetrantes y trozos de sabiduría que también pueden encontrarse en sus páginas. Locke sería bienvenido para machacar la idea de que existen los “derechos naturales” y que el derecho a la vida, la libertad y a buscar la felicidad, son algunos de ellos y pertenecen todos a un área inviolable de la persona. Por último, daríamos también la bienvenida a un Voltaire, quien se encargaría de enseñarnos a tolerar todo aquello con lo que disentimos, sin por ello permitir que se imponga la intolerancia del otro. La tolerancia también tiene sus límites.

Nada de ello será posible si no asumimos y defendemos la propuesta de Ayaan. Reformar cinco tesis fundamentales del islam que son, a todas luces, incompatibles con la modernidad. Éstas son:

El estatus del Corán como la última e inmutable palabra de Dios, y la infalibilidad de Mahoma como el último de los mensajeros inspirados en forma divina.

El énfasis que otorga el islam a la vida eterna, por encima del aquí y el ahora.

La pretensión de la ley sharia de constituirse en un sistema normativo comprensivo que gobierne el universo espiritual y temporal.

La obligación impuesta a los musulmanes comunes y corrientes de imponer el bien y prohibir el mal.

El concepto de yihad o guerra santa.  EP

 

Una versión reducida del presente artículo, con el título “El Islam: los límites de la tolerancia”, apareció en la revista electrónica Foreign Affairs Latinoamérica, el pasado mes de enero. Agradezco a la revista su autorización para la inclusión de este artículo en la presente versión.

 

NOTAS

1. Cfr., Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil.

2. Ver Theological-Political Treatise, Sam Shirley (trad.), 2a ed., Indianapolis: Hackett Publishing, 1988.

3. Cfr., Michael Cook, The Koran, Oxford University Press, 2000.

4. Harper Collins Publishers, 2015.

5. Infidel, Free Press, 2007,

6. Nomad: From Islam to America, Free Press, 2010.

7. The Caged Virgin: A Muslim Woman’s Cry for Reason, Free Press, 2004.

8. Infidel, op cit., p. 31. Un dato interesante: de acuerdo a estimaciones de la UNICEF, más de 125 millones de mujeres y niñas han sido genitalmente mutiladas en países africanos y árabes, en su mayoría musulmanes, vide, Heretic, op. cit., p. 212.

9. Los mandatos del islam más cuestionables están, sin duda, incluidos en el Corán. Baste mencionar los siguientes ejemplos: Decapitaciones, incluidas en el capítulo 47, verso 4; Crucifixiones, en el 5:33; Amputaciones, 5:38; Castigo lapidario, ver el hadith, libro 38, no. 4413. Este último proviene del Hadith, o sea, del compendio de todas las sentencias y aforismos de Mahoma. Ninguna de estas sanciones se consideran castigos anticuados, y muchos de ellos siguen vigentes en países como Irán, Pakistán, Saudi Arabia, Somalia y Sudán.

10. Cfr., Heretic, op. cit., p.13.

11. Op. cit., Heretic, pp. 239-250. Uno de los musulmanes reformistas más destacados que figuran en la lista de Ayaan es Maajid Nawaz quien, conjuntamente con el libre pensador americano, Sam Harris, publicó hace un par años un libro altamente recomendable y muy pertinente para el tema que nos ocupa: Islam, And the Future of Tolerance, Harvard University Press, 2015.

12. Ibid., p. 39.

13. Ibid., p. 44.

14.  Al referirse a esta situación, Maajid Nawaz habla de la traición al liberalismo. Cfr., Sam Harris and Maajid Nawaz, op. cit., pp.49-53.

15. Sam Harris y Maajid Nawaz, op. cit. p.49.

16. Ibid., p. 48.

17. Ayaan Hirsi Ali, Heretic, op. cit., p. 219.

18. Ibid., p. 50.

19. Ayaan Heretic, op. cit., p. 51

20. El libro mencionado se publicó por Faber and Faber, en 1991, pero la cita que sigue viene de otro de sus libros, a saber, Arabic Thought in the Liberal Age 1798-1939, Cambridge University Press, 1983, p. 8.

21. Ayan, Heretic, op cit., p. 140, en donde se hace alusión a un estudio realizado por el Science Center de Berlin a más de 9,000 musulmanes europeos.

22. Cfr., Heretic, op. cit., p. 142.

 

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Álvaro Rodríguez Tirado es doctor en Filosofía por la Universidad de Oxford, se desempeña como consultor experto en Psiquepol y es investigador en la Universidad Iberoamericana.

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