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Jaque mate. Rusia 2018 

Juan José Kochen | 01.06.2018
Jaque mate. Rusia 2018 
El próximo 14 de junio dará inicio la Copa Mundial de la FIFA Rusia 2018 y, si bien los viejos líderes políticos que manipulaban a las masas a través del futbol fueron sustituidos por magnates y empresarios, los gobernantes han fijado la mira nuevamente en el balón perdido.

Ilustraciones de Ximena Ríos-Zertuche

 

El futbol es el rey de los juegos. El rectángulo es el territorio y 22 jugadores son los obreros que apuntan a la construcción de rascacielos. El árbitro es quien otorga los permisos de obras mientras dos directores técnicos reparten indicaciones al por mayor, sin traspasar la línea fatídica de cal. ¿Quién es el poderoso regente detrás de la estrategia? En La vida es un balón redondo, Vladimir Dimitrijevic escribe que el juego funciona como el ajedrez: “También allí las reinas y los alfiles, las torres y los caballos pueden hacernos regresar a una olvidada Edad Media, pero lo único que cuenta en definitiva es la muerte del rey, el mate. Y el mate, en el futbol, se llama gol. Todo lo demás es alarde, exactamente como en el mundo animal, exuberante, espectáculo”. Y, en efecto, el alarde se ha vuelto más especulativo y preponderante. El gol no es consecuencia del tablero sino de los forjadores del mismo. “El futbol es bueno para que la gente no piense en otras cosas más peligrosas”, decía el colchonero Vicente Calderón. Si bien el futbol motivó pesquisas políticas y económicas desde el periodo estalinista en Rusia, también jugó un papel fundamental en la construcción de un régimen totalitario.

El deporte y el balompié conservan un carácter eminentemente político. En la Unión Soviética todas las actividades deportivas dependían de una Comisión para la Cultura Física y los Deportes, cuyo presidente era ministro. Tanto el Dinamo —del Comité para la Seguridad del Estado (KGB)— como el Spartakus —del Partido Comunista— jugaban por ideales específicos y contrapuestos. El deporte era propaganda para la educación comunista. En 1954 existían más de mil 200 estadios y 53 mil campos de futbol. El deporte rojo nunca tuvo tanta relevancia como en la ex Unión Soviética. “El deporte encuentra el terreno más propicio en las sociedades totalitarias”, narra Juan José Sebreli en La era del futbol. ¿Será? En este incipiente siglo XXi pasaremos de Rusia a Qatar y de vuelta al continente americano. ¿Apostar por el balón es una estrategia “blanda” en el mapa geopolítico? ¿Una esfera blanca de paz con puntos negros para mayor golpeo? Mientras Galeano recurre a la literatura para encontrar el Fútbol a sol y sombra; Valdano al liderazgo y Menotti a la metáfora, los mandatarios aprovechan el mecanismo de masas y la fiesta del alarido como consigna de “naciones unidas”.

La grandeza deportiva catapulta. Si bien los viejos líderes políticos que manipulaban a las masas a través del futbol serían sustituidos por magnates y empresarios, los gobernantes han fijado la mira nuevamente en el balón perdido. Vladimir Putin invertirá 12 mil 200 millones de dólares para la organización de la Copa del Mundo 2018, el mayor gasto en un torneo de futbol de la historia de acuerdo con RBK Group. Además de 8 mil 500 millones de gasto en infraestructura para estadios nuevos, edificios, hoteles y carreteras, incluido el portentoso Estadio de Luzhniki de Moscú, construido en 1956 y reinaugurado en 2017, tras cuatro años de remodelación, sede de la inauguración y la gran final. En total, la inversión será del 0.2 por ciento del Producto Interno Bruto, lo cual representa en sí una pérdida económica ante la inversión local. Y a pesar de los rumores de boicot mundialista post-espionaje inglés, la delantera del Kremlin anestesia con el fervor. “Si el mundo fuera un barrio, el gobierno ruso sería la mafia que soborna y atemoriza al vecindario, que maltrata a las personas, que exhibe su mal ganada riqueza con grosero desdén, que mata con impunidad, que se ríe de la ley. Fue precisamente en este espíritu burlón que la embajada rusa en Londres pidió a las autoridades británicas que les proporcionen ‘información real’ para ‘poner fi n a la demonización de Rusia’”, escribió Jon Carlin en El País.

El Mundial de futbol da prestigio y reflector; es la cumbre política menos política del gobernante todopoderoso, por lo menos en la televisión, aunque debe ser frustrante —y escalofriante— que la milicia deportiva no esté a la altura de las expectativas del Ejército Rojo. El delirio deportivo es compartido. Los presidentes y más altos directivos de la FIFA predican con el ejemplo. La dirigencia es perpetua: fotografía de Joao Havelange; negativo de Josep Blatter. Y la ganancia también se comparte entre sus 211 afiliados dentro y fuera de la federación. En la competencia mundialista se distribuirá una cifra total de 400 millones de dólares para los equipos clasificados, 12% más que en la Copa del Mundo anterior; 8 millones para los que no clasifiquen; 12 para los que pasen a octavos de final; 16 para los que lleguen a cuartos de final; entre 24 y 28 para los semifinalistas y 38 millones para el campeón del mundo.

 

El mecenazgo futbolístico domina de muchas formas. Además del discurso político apremia el visual, la fastuosidad de infraestructura y la gráfica como instrumento de mediación. Cada país produce un público distinto. Y para esta edición el artista ruso Igor Gurovich ha catapultado al guardameta soviético Lev Yashin como figura central. Apodado “La araña negra”, Yashin fue campeón de Europa en 1960 y jugó en tres mundiales entre 1958 y 1966. Arquero y figura del Dinamo, registró 270 partidos sin conceder gol en 326 juegos disputados. El jugador soviético advertiría a Putin sobre la hazaña mundialista: “La clave es fumar un cigarrillo para calmar los nervios y después tomar un buen trago de un licor para tonificar los músculos”. La imagen del cartel muestra a Yashin lanzándose sobre su costado izquierdo para sujetar con la palma abierta el balón de cuero, un mundo blanco que resalta el territorio ruso en dorado, mientras líneas diagonales anaranjadas y un círculo verde rememoran el constructivismo del arte ruso. Favor de imaginarse el humo y el vodka.

La imagen del cartel es un homenaje a las vanguardias (1911 y 1948): artistas, arquitectos y diseñadores como Vladímir Tatlin, Liubov Popova, Aleksandr Ródchenko, Kazimir Malévich, Konstantín Mélnikov, Ivan Leónidov, Vasili Kandinski, El Lisitski, Vladímir Maiakovski, Natalia Goncharova, Olga Rozánova y Varvara Stepánova. Una generación que proclamó la visión de una época entre guerras. Su postura se vio reflejada en obras de arte, música, poesía, teatro, arquitectura, diseño industrial y publicidad. Todo al servicio de un amplio programa revolucionario y la construcción del orden socialista. La técnica, la abstracción geométrica, el suprematismo y los materiales industriales germinaron en una sola dirección: difundir y propagar los ideales rojos. Un nuevo lenguaje visual basado en cimientos socialistas y una revuelta soviética que materializó su ideología y construcción con base en la funcionalidad, el ahorro y la eficacia, en comunión con la creatividad contumaz y “la máquina para habitar”. Una arquitectura política y edilicia dispuesta para ello que aún persiste en el Club de Trabajadores Rusakov, la casa de Mélnikov, la torre de radiodifusión Shábolovka, el edifi cio de la Tsentrosoyuz o la Torre Tatlin, monumento a la Tercera Internacional.

Tanto en el futbol como en la política existen otros frentes de pateo: “Con el futbol pasa como con las dietas ricas en fibra: no todo alimenta, pero la mezcla sirve para digerir. Es mucho lo que entra al futbol y mucho lo que se elimina. Su protocolo no puede ser tan excelso como el de la ópera porque está hecho para el desfogue de excedentes emocionales, para que el chiflado que llevamos dentro protagonice la vida durante 90 minutos y quien vuelva a casa sea, si no un gran humanista, al menos alguien razonablemente común”. Si Dios es redondo, Juan Villoro vaticina la reverberación del panorama político mundial con el riesgo de prolongar la locura y eliminar el humanismo.

La tensión entre Rusia y las potencias occidentales ha marcado los últimos preparativos de la competencia, que el país anfitrión espera utilizar como trampolín mundial. Si su elección como organizador provocó controversias en 2010, tras ocho años la situación ha subido de tono por los enfrentamientos con Siria y Ucrania, además del referido espionaje, la destrucción de arsenales químicos y los escándalos de dopaje olímpico. Mientras Vladimir Putin refrenda su cuarto mandato con un avasallante 75% de preferencia electoral, el país espera ansioso el espectáculo del poder. Con un Mundial por venir, al final de su mandato (2024) Putin podrá integrarse al prodigioso dream team de gobernantes con un cuarto de siglo en el poder, aunque aún lejos de personajes como Kim Il Sung, Muamar Gadafi o Fidel Castro. El líder ruso proclama una nueva potencia con estabilidad financiera y prosperidad petrolera, además de un ambicioso plan para convertirse en una de las cinco principales economías del mundo.

Los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014 en Sochi fueron un primer ensayo —aunque bochornoso— para la ahora justa mundialista. “Nadie quería hablarnos, nadie quería escucharnos. ¡Escúchennos ahora!”, exclamó en su último gran discurso de este año. Habla y se escucha como viejo zar, nacionalista, autoritario, altivo. ¿Cómo dirigirse a un país con una población mayor que sufrió la guerra y muerte de 24 millones de soviéticos y a la vez promover la efervescencia de ciudades como Moscú y San Petersburgo? La arquitectura socialista convive con el capitalismo de las grandes ciudades cosmopolitas. La máquina mundialista se calibrará en ese impasse. Aunque, como el título del libro de Dante Panzeri, el futbol es La dinámica de lo impensado. Y la selección rusa apelará a esa dinámica, fortuita e imprevisible.

En los años 90, Enrique Krauze escribió el ensayo “México en un balón” en Tiempo contado. Mientras repasaba los nuevos males conocidos de los 60-70: el populismo estatista, el corporativismo, la inflación o el sindicalismo, refería a los “ratoncitos verdes” y un deporte centralizado, corporativo, oficioso e inflado: “Como la economía, el futbol se desinfló”. Habrá que pensar en esos dos futuros tras el Mundial: la pérdida y ganancia de aire. Quienes salgan mejor librados no forzosamente serán los que metan más goles. Mientras tanto, el partido inaugural avizora una distopía petrolera: Rusia vs. Arabia Saudita. Así como éste, esperamos el juego de tronos; el ajedrez dispuesto a las grandes potencias políticas que cada cuatro años voltean al balón por el retrovisor. EP

 

 

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Juan José Kochen es maestro en Arquitectura por la UNAM, con estudios de Periodismo en la escuela Carlos Septién García, autor de La utopía como modelo y actualmente es Gerente General de Fundación ICA.

Ximena Ríos-Zertuche es arquitecta por la Universidad Iberoamericana y la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, becaria del programa Jóvenes Creadores del Fonca.

 

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