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A 70 años de Hiroshima y Nagasaki: Irán y el armamento nuclear

Patrick Corcoran | 13.08.2015
A 70 años de Hiroshima y Nagasaki: Irán y el armamento nuclear

Hace 70 años la semana pasada, el 6 de agosto de 1945, un avión estadounidense soltó una bomba atómica encima de Hiroshima, en Japón. Tres días después, otra bomba atómica, más poderosa aún, explotó en la ciudad japonesa de Nagasaki, la segunda y última vez que se ha desplegado una arma nuclear. Los dos ataques lograron su meta: la capitulación de los japoneses vino el 15 de agosto, dando el fin a la Segunda Guerra Mundial.

Existe una justificación parcial para estos dos ataques: la alternativa fue una invasión anfibia de la isla de Japón, cosa que hubiera matado un millón o más de soldados y civiles, mucho más que los 200 mil que se murieron en el evento. Sin embargo, es posible que otras medidas más pacíficas hubieran sido suficientes para traer fin a la guerra, por ejemplo, explotar solamente una bomba o soltarla sobre una zona despoblada, que finalmente habría sido suficiente para demostrar el poder que tenía a su disposición.

Y, en todo caso, sean cuales sean los argumentos a favor del uso de las bombas atómicas hace siete décadas, el arranque de la época nuclear fue un acontecimiento que ha puesto en riesgo la existencia de la civilización humana de forma permanente.

Desde ese momento, ocho países más entraron formalmente al club nuclear: Rusia, el Reino Unido, China, Francia, Corea del Norte, Pakistán, India e Israel. Es una pequeña fracción del mundo entero, pero la proliferación nuclear ha sido y sigue siendo un problema grave. Mantener la paz entre un grupo de nueve rivales es, desde luego, mucho más complicado que con un grupo más pequeño.

Por lo pronto, el mundo parece haber evitado que Irán incremente el número de países nucleares a diez, pero no es necesariamente una victoria permanente. La entrada de Irán al club nuclear provocaría una reacción en cadena de sus rivales locales, y próximamente buscará lo mismo Arabia Saudita, Egipto y quizá Turquía. Y, claro, la presencia de tantas armas nucleares y los materiales necesarios para fabricarlas también incrementa el riesgo de que un grupo terrorista obtenga uno.

En fin, aún en un mundo en que la emisión de carbono está por cambiar de forma dramática el clima global, las armas nucleares representan el riesgo más grande para la seguridad de la raza humana.

Hay quienes sostienen que la existencia de las armas nucleares tenga un efecto perversamente positivo, ya que desalienta la guerra entre los grandes poderes. Quizá es cierto por un tiempo, pero el daño que podría provocar un mal cálculo entre rivales, o terrorista nihilista, un líder fuera de sí, o un simple error es incalculable, y se multiplica a largo plazo. Efectivamente, todo el planeta está jugando la ruleta rusa mientras existan miles de armas nucleares por todo el mundo.

La motivación para los demás países de conseguir y mantener tales armas es obvia. Para los países que las tengan, representan una garantía de seguridad, una ficha de prestigio global y la fundación de la estrategia internacional. Es difícil imaginar que un gobierno estadounidense o chino o ruso contemple la eliminación de sus arsenales.

Pero las actitudes sí se están transformando. Hace 50 años, los únicos que querían prohibir la bomba eran los hippies y los locos, muy lejos del pensamiento convencional. Hace 30 años, la oferta de Reagan a Gorbachov de eliminar mutuamente sus reservas nucleares —cosa que el ruso casi aceptó— provocó alarma entre sus propios asesores, que la veían como la actuación de un presidente poco sofisticado que a veces caía en la ingenuidad.

Hoy en día, son cada vez más los líderes, hasta en países nucleares, que favorecen el desmantelamiento de los arsenales nucleares. Nada menos que Henry Kissinger, ícono de la fuerza militar y política estadounidense, se ha unido al movimiento de prohibición.

Es una evolución necesaria pero, hasta el momento, insuficiente.

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Foto: 

Flickr.com/“hiroshima peace memorial museum - bomb damage” by kmf164

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