Cuota de género: La margarita errante
1.
Margarita se llamaba la mamá de mi mejor amiga de la infancia. Margarita no siempre se había llamado así. Tuvo otro nombre que nunca le gustó y se lo cambió en cuanto pudo, ya de grande. Me pregunto si siempre se había querido llamar así, como la flor, como esa flor.
Dicen que en Estados Unidos solo puedes cambiarte tres veces el nombre. Máximo tres. Lo supe porque una amiga lo hizo cuando decidió comprimir sus apellidos paterno y materno en uno. Solo le quedan ya dos oportunidades si se llega a arrepentir. Y de ahí esa regla: puedes tres veces por si te arrepientes y luego te des-arrepientes. Pero la tercera es la vencida. Como si cualquier regla para elegir implicara de una u otra manera el arrepentimiento.
Es mejor arrepentirse de las cosas que haces que de las que no haces. O eso dicen. Nos arrepentimos del te quiero que no dijimos a tiempo, o más bien, de no haberlo dicho; del perdón que qué nos costaba pedir, del viaje al que no fuimos.
Podemos, con todo, arrepentirnos también de lo que sí hicimos. Algo que dijimos de más. Una fiesta a la que no queríamos asistir. Personas a las que no queríamos ver.
Paul Theroux una vez dijo que el mundo está constantemente abriéndose y cerrándose. Que las oportunidades deben aprovecharse, pero que a veces tampoco sabes cuáles son o cuáles fueron, sino hasta que ves para atrás.
Ser turista en China no siempre estuvo permitido. Visitar a Corea del Norte no siempre estuvo (casi) prohibido. Entrar y salir de Cuba a voluntad siendo cubano. Turquía, Estados Unidos, México, Canadá, Egipto, Haití.
Leyes migratorias, políticas internas, destinos inhóspitos, desastres naturales abren y cierran el mundo todo el tiempo.
2.
En cada casa que he vivido, excepto quizá en la primera, pensaba que iba a estar solo de manera temporal. O más bien, cada casa ha tenido una expectativa diferente de tiempo de estancia, esperanza de vida, que nunca se ha cumplido.
Uno podría pensar que es porque en el fondo no podemos tener control sobre eso: no sabemos qué nos espera mañana. Pero yo con el tiempo noté un patrón de las casas en las que he vivido y siempre me pasa que, de esa casa donde creo que viviré un largo rato, me voy pronto.
Morelia fue mi primera casa para siempre. Había un árbol en la entrada que plantaron mis papás cuando nací, y otro que plantaron cuando nació Tomás, mi hermano. Estaba subiendo un monte y la calle se llamaba Real Camelinas. Las camelinas son las buganvilias. Un camino violeta, rosa, morado en primavera, otoño y Navidad.
De esa casa donde pensé que viviría para siempre (Morelia) terminé yéndome mucho antes de lo esperado (5 años) a una casa que podía ser permanente (la de los abuelos), pero que resultó que no (3 meses) y terminó otra vez en una que sí iba a ser definitivamente temporal (Copilco) mientras volvíamos a Morelia (nunca volvimos) y donde casi terminamos por vivir para siempre (14 años).
Ese patrón, siento yo, tiene la forma de una margarita.
Cada casa es un deshojarla sin saber bien qué te va a tocar. Pero tomando control de lo que te puede tocar: una para siempre que termina durando poco, una temporal que termina durando mucho.
La segunda era de mi vida, o de casas habitables, por lo menos, empezó cuando me fui a vivir sola a un departamento (Xola) al que no le veía fin, pero que sí lo tenía (2 años), para más tarde llegar a otro de paso (Vértiz) donde no habitaría según yo más de 6 meses, hasta que fueron pasando muchos muchos más (9 años y contando).
No sé si me da miedo irme de aquí porque quizá la siguiente casa sea casi por definición una donde no voy a durar nada. ¿Vivir todo lo que implica una mudanza para terminar llegando a un lugar donde creo que viviré para siempre, pero terminará siendo solo de paso? Porque en ese caso, me gustaría intentar saltarme ese lugar y llegar solo al que va a ser realmente para siempre.
Pero quizá ese lugar para siempre sea la tumba. Y todavía no.
(¿Aspirar al para siempre será desear un poco esa quietud de la muerte?)
3.
El mundo se abre y se cierra, como las flores, y hay oportunidades que no valoramos en toda su grandeza en el momento, otras que ya no vuelven y las que tomamos con los ojos cerrados muertos de miedo o de felicidad o de ignorancia.
Unas tienen finales felices, otras dolorosos, otras finales que se disuelven sin que notemos dónde todo empezó a terminar. No hay manera de saberlo. Da igual arrepentirse de lo que sí que de lo que no.
Todo es siempre un volado. Un desojar una margarita.
Estar vivos es tomar decisiones todos los días. Arrepentirnos lo mismo de lo que sí que de lo que no. Agradecer por las dos, porque también solo tenemos este presente. ¿Cómo habitar mundos alternos?
La margarita representa esa creencia de que podemos poner las decisiones fuera de nosotros. En manos de una flor. Pensamiento mágico o magia pura. Me quiere, no me quiere. Me voy, no me voy.
Excepto por Margarita, la mamá de mi amiga Daniela. Esa señora decidió tener su propio nombre. Estar viva. Y ser una flor.
"Camino a casa". de Santiago Solís. Su sitio web es: http://manodepapel.com