Boca de lobo: Los huachicoleros no venderán epazote
Rodeado por jirones de nubes, un cerro. Sus faldas se expanden en el campo, ocre por el invierno. Ahí, ante nuestra mirada, una multitud inquieta labora. Son un ejército laborioso: suben, bajan, se agachan, incorporan, se auxilian. Observé ese video y recordé las plantaciones de la China de Mao: el esfuerzo colaborativo hecho victoria.
Pero no estaba viendo la cosecha de arroz en Xinglonggou con labradores de sombreros cónicos. Esto era México. “Acaban de romper un ducto aquí en Acambay –dice la voz del video divulgado por El Universal-. Vean nada más cuánta gente está recolectando”. Cientos: mujeres, hombres, jóvenes, cargan sus armas: bidones y cubetas que recibirán algo más valioso que arroz. Combustible.
¿Vemos en ese hervidero seres encorbatados con mancuernillas? No. Los delincuentes organizados son aquí la gente. Pueblo no tan bueno, pero pueblo al fin: señoras en pants, chavos con playeritas, un niño que escolta un repleto tambo de 200 litros. Esos mexiquenses muestran su cara, cara de pueblo, al cometer a plena luz un delito de cárcel.
Ya sabemos que Trauwitz, jefe de escoltas del presidente Peña y titular de Salvaguardia Estratégica de Pemex, pudo comandar la bacanal del crimen. Y que Hacienda congeló 15 cuentas ligadas al lavado del huachicol y persigue exfuncionarios. Para ganar fortunas los de arriba no debieron poner cacharros junto a la tubería. Pero sí necesitaron lo más bajo de la estructura, el ejército de pobres que para dejar de serlo empobrece a México. ¿De qué magnitud es ese batallón (que gana miles robando en minutos y antes por tres pesos sembraba maíz, atendía una miscelánea, vendía epazote en un mercado o ni trabajo tenía)? Existen 12,581 tomas clandestinas. ¿Cuántos trabajan en cada una? ¿10, 100, 300? Multiplicado, cualquier número es brutal. “Impresionante cómo la gente está sacando tambos”, narra el del tuit. E impresionante es la sofisticación de una industria que requiere obreros calificados, desde halcones armados hasta ingenieros gubernamentales. Pero que también requiere gente normal, reveló Diego Osorno en “Robar a Pemex es más redituable que ser zeta”, donde un ex narco que mudó al huachicoleo explica un negocio que engrana gobierno, operadores y pueblo. El pueblo, siempre: “la gente (…) nos ayuda”. “Les damos dinero a las personas que son de rancho”. “(a) las personas también les damos sus dos mil pesos a cada una (…) nos tienen informados de los movimientos”. “mucha gente los está haciendo (pozos) entre (...) ciudades y pueblos”.
“Ver dinero es muy adictivo. Compras todo", sintetiza un huachicolero entrevistado por Pablo Ferri. Como policía ganaba 2 mil 700 pesos; robando gasolina, 250 mil. Y es posible que un vengativo rincón de su inconsciente diga: robo a un gobierno que siempre me robó.
Hoy la discusión se limita a: 1) Si gana la guerra contra el huachicol, el gobierno justificará el desabasto. 2) Si no gana, no lo justificará. 3) Los efectos de la guerra son comprensibles. 4) Les falta estrategia. 5) Basta de filas en gasolineras 6) Usemos bici.
“¡Vénganse para acá!”, cierra la voz del video de Acambay: llama al pueblo a ordeñar ductos como si invitara a la fiesta patronal.
Llegó la hora de incluir el inciso 7) Si el gobierno gana la guerra y los ductos se vuelven inordeñables por tecnología y/o vigilancia, quizá cientos de miles -una buena porción de pueblo- se quedará sin trabajo y no aplicará el “¡vénganse para acá!”.
Entonces, no sería raro que busquen el abrazo del ala más terrorífica de la delincuencia organizada.
¿Qué hacer con ellos? Los huachicoleros de abajo ya no venderán epazote.