Boca de lobo: Nuestras niñas mueren
“Por favor, regrésenmela”, pidió Miriam Cruz y cerró su ruego con “lo único que quiero es que mi hija esté conmigo”. Pero antes, en esa misma aparición pública mandó un mensaje a los secuestradores de su hija Giselle: “no voy a hacer nada”. Desgarrada por el llanto repitió el juramento: “no voy a hacer nada”. Que ellos estuvieran tranquilos: aunque con el alma mutilada, no reclamaba castigo.
De 11 años, Giselle abrió la puerta de su casa de San Lorenzo Chimalco hace 11 días, el sábado 19 de enero, para caminar a un cibercafé. Seguramente entraría a su Face, en cuya foto de perfil sonríe con una amiga. “Me encanta”, fue su frase final junto a siete corazones sobre la imagen que posteó, el dibujo de una chica de ojos claros.
Solo quería entrar a Internet, contactar amigas, reír. Pero si para eso abres la puerta de tu casa en el Estado de México, y además eres mujer y niña, puedes iniciar otro viaje. El último.
Desde el cibercafé iría a un paradero para ver a su papá, chofer de microbús, y hacer juntos la ruta. Ella no llegó. Entonces comenzó otro tormento, el Ministerio Público. Las cámaras de vigilancia de la zona no funcionaban. Y la Alerta Amber, que vuelve a la población un cuerpo improvisado de búsqueda, tardó un día más de lo establecido. Nuestra justicia es lenta y negligente; los delincuentes, veloces y sigilosos. La tortuga persigue a la liebre.
Los vecinos protestaron en calles, los postes se llenaron con la foto de la nena, en los portones se estamparon letreros: “¡Ni una niña más desaparecida! Únete a la búsqueda de Giselle Garrido Cruz”. No sirvieron esos gritos entre una población que indefensa sale a ayudarse con su única herramienta, la voluntad.
Ocho días después del rapto, el “gran” paso de la Fiscalía estatal fue informar: el cadáver de Giselle apareció en Ixtapaluca. El aviso fúnebre de “fue hallado el cadáver” es igual al del 15 de octubre, cuando Valeria Rivera, de 12 años, fue hallada muerta un día después de su secuestro mientras iba a una tiendita de El Mirador, su colonia mexiquense. Y es un aviso idéntico al de Camila, pequeña de nueve años violada y estrangulada en Chalco al comenzar enero. La justicia no puede limitarse a ser caja de resonancia de la fatalidad.
La misma semana en que Giselle desapareció, López Obrador se reunió con el gobernador del Estado de México. A la mañana siguiente del hallazgo de la menor en un baldío, durante la conferencia matutina la reportera Stephanie Ochoa cuestionó al presidente: “preguntarle si (…) hablaron sobre el tema del feminicidio (…) ayer fue encontrado el cuerpo de una niña”. “Sí –contestó-, hablamos sobre (…) seguridad en el Edomex, feminicidios (…) Tenemos una idea clara de dónde hay más homicidios”. Respuesta flaca de ideas. Ayer, el mandatario fue otra vez encarado sobre los feminicidios. Bajarán, dijo, en tanto “mejoren las condiciones de vida y de trabajo”.
Así como las campañas contra la corrupción y en favor de la lectura galopan vigorosas con población, medios, redes, opinando y debatiendo, la lucha contra los feminicidios es apenas un susurro. Y más empleo –lo que el gobierno ofrece- no suena a solución de una tragedia nacional: el hombre desprecia, lastima, ofende y ataca a la mujer hasta matarla.
Suena insólito, pero los hombres mexicanos necesitamos ser educados –en campañas intensivas en todos los niveles sociales, de norte al sur y con la doble fuerza persuasiva de la reflexión y el dogma- acerca del valor sagrado de las mujeres y sus vidas.
No esperan menos la memoria de Giselle y las nueve asesinadas cada día en México. Y tampoco las mujeres cuyos corazones hoy laten, y que mañana y siempre deben vivir.
Desde el Facebook de Giselle se puede ver a sus amiguitas, niñas como ella: sus perfiles son moños. Hay 41 moños de luto adoptados por menores de edad: ese país somos.