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Boca de lobo: Comer basura

Aníbal Santiago | 27.02.2019
Boca de lobo: Comer basura
Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Los beneficios de tener papás separados eran varios: con cada uno tejía fuertes amistades independientes, los Reyes y Santaclós pasaban por ambos hogares, las vacaciones las multiplicaba por dos. Ya en la adolescencia, si mi atormentada identidad sufría incomprensión en una casa, yo y mi acné abordábamos el Ruta 100 y nos refugiábamos en la otra casa.

Y el divorcio me favorecía con algo más: mi papá era novio de Amanda.

Sensible, dulce, intuitiva, sumaba otra virtud: ser sobrecargo de Mexicana de Aviación. Como era una madrastra nada parecida a la de Blanca Nieves, me daba boletos con asombrosos descuentos. Y no exagero: podía ir a otro punto del planeta por lo que sale un tanque de gasolina de aquí a Acapulco, o dos.

De Canadá a Sudamérica fui conociendo el continente, hasta que le dije a mi amigo Sergio: “Vamos a Venezuela”. De ese país no tenía mucha información, pero en Internet vi paisajes que me gustaban. Eso sí, sentados en el avión ya sabíamos una noticia fresca: un militar que años antes fracasó en un intento de golpe militar semanas atrás había ganado las elecciones.

Llegar a Caracas en el verano del 1999, meses después que Hugo Chávez asumiera la presidencia, fue ingresar a una tierra que parecía parida por la guerra. A viviendas y calles las hería un ruinoso abandono y cualquier cantidad de negocios habían cerrado porque nadie tenía un peso para gastar. A todo lo pintaban la humedad, la fragilidad, el olvido.

Aunque fueras turista, en Venezuela participabas de la precariedad. En la ultraviolenta capital asfixiada de homicidios gozar la noche nos estaba prohibido. Llegamos a la cascada Salto Ángel en una desvencijada avioneta Cessna que lloraba su existencia con ruidos de anciano moribundo, y a la Isla Margarita en un reciclado avión a hélice de la Segunda Guerra Mundial con sillas de cantina soldadas al piso.

En medio de la pobreza y el desamparo, la gente relataba que privilegiados y millonarios compatriotas huían en desbandada a Miami y sus islas vecinas. Por más que usaran los mejores binoculares, desde sus lujosas residencias en Florida a su penoso país ya no lo veían.

Pero existía: en Caracas montones de indigentes deambulaban, dormían, te miraban fijo. Y debían meter a su boca cualquier desperdicio para llenar la panza.

Ese era el país que el presidente Caldera legaba a Chávez.

Hoy me debato sobre esta Venezuela en desgracia. ¿La miseria obedece al bloqueo o a la ineptitud del gobierno? ¿Creo en las multitudes bolivarianas que inundan las calles exigiendo soberanía o en la marea humana que ruega un cambio? ¿Repudio la intromisión extranjera pues su interés es solo petrolero o me uno a la voz que pide el fin de un ciclo de dos décadas con más de 100 disidentes asesinados? ¿Guaidó es golpista o Maduro es dictador?

Cuesta descargar juicios sobre un país donde no vivo y que conozco por la pantalla. Pero ayer fue distinto. Vi a tres jóvenes con ansiedad lastimosa escarbar entre la inmundicia de un camión de basura. Uno saca una masa mezclada con cáscaras de huevo. Otro acomoda sobre la lengua una pasta amarillenta. El tercero amontona plastas de panes mojados. Todos hablan con propiedad y se lanzan contra el mandatario. “Tenemos hambre”, explica el más chico al periodista Jorge Ramos, que al rato mostraría las imágenes al presidente. En ese instante Maduro cortó la entrevista, tapó con su mano la tablet donde aparecían los jóvenes del camión de basura (como si así eliminara la realidad), su gente confiscó las cámaras de Univisión y encerraron dos horas al periodista y su equipo.

En 1999 vi venezolanos que comían de la basura: indigentes más o menos desconectados de la realidad. Veinte años después los venezolanos comen de la basura, pero no son indigentes. Hablan con corrección, reflexionan a su país, critican el poder, pero se alimentan con desechos. Y cuando el presidente lo constata, no responde, se levanta, censura, roba, secuestra.

“Eso –le dijo el periodista antes de ser encerrado- es lo que hacen los dictadores”.

 

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