Norteando: La investigación de Mueller
El 22 de marzo, el fiscal especial Robert Mueller entregó su reporte final sobre los contactos entre agentes rusos y la campaña de Donald Trump a Bill Barr, el Fiscal General estadounidense, así dando por terminado su investigación. Mueller no pudo constatar la existencia de una conspiración en que participó Trump, y no quiso entretener cuestiones sobre la posible obstrucción de justicia por parte del presidente. Mueller ya había acusado criminalmente a varios miembros del cirquito de Trump, pero con este reporte, ya no se sumará otro nombre a esa lista.
Un gran triunfo para el presidente. O por lo menos, un gran alivio. El reporte completo no se ha publicado, así que no se sabe nada de los detalles de las evidencias que acumuló Mueller ni las razones que tuvo para concluir que no tenía más que indagar. Y llama la atención la carta de Barr al Congreso que describe su reporte final—que es, hasta el momento, el resumen más completo que hay—omite varios detalles que perjudican al presidente.
Pero la multitud de preguntas aún sin respuesta no ha impedido que Trump y sus aliados estén festejando la noticia con toda la sutilidad y magnanimidad que les caracterizan. El día siguiente de la entrega del reporte de Mueller, tuiteó el presidente (con su uso inimitable de mayúscula): “No colusión, No obstrucción, EXONERACIÓN Completa y Total.” Y como siempre, un coro de sicofantes le siguió la corriente, atacando a los medios y los demócratas por haber dudado del mandatario.
La celebración es precipitada e inapropiada, por varias razones. Para empezar, siguen abiertas varias causas que han implicado a Trump y su familia, incluso un proceso en Nueva York en que un fiscal federal concluyó que Trump dirigió una conspiración para violar las leyes que gobiernan los gastos de campaña. Más aún, el fiscal Barr es un apoyador fielísimo de Trump, así que sus conclusiones carecen de la confianza de la ciudadanía y, según lo que se filtró la semana pasada, los investigadores del equipo de Mueller. Por más que la conclusión de Barr le ha dado un empujón a la Casa Blanca, el juicio de la historia será muy diferente, y siguen siendo contundentes las evidencias de contactos inexplicables e inapropiados entre el gobierno de Putin y el mundo de Trump.
No obstante, el fin de la investigación de Mueller sí ha proporcionado un sentido de insatisfacción, de haber llegado a una conclusión falsa. Esta sensación refleja una de las limitaciones esenciales de una investigación criminal para remediar el problema de Trump y Rusia. Los fiscales tienen una misión muy finita—les toca averiguar si hay evidencias que comprueben un acto delictivo, y nada más.
Pero no todas las transgresiones, incluso las más graves, implican el incumplimiento con una ley especifica. Esto es cierto sobre todo en un entorno del gobierno; una cualidad inherente del gobierno es el poder legal de hacer muchísimo daño a la gente. Y muchos errores bastante dañinos—véase la incompetencia alrededor de los huracanes Katrina o María, por ejemplo—no son criminales.
En el caso de Trump y los rusos, existe un sinfín de incidentes que se pueden calificar como una transgresión:
- Las negociaciones clandestinas de Trump de construir un edificio en Moscú con el apoyo del gobierno de Putin, sobre las cuales el presidente mintió una y otra vez.
- La reunión entre una agente informal del Kremlin y tres personas claves en el mundo de Trump—su yerno, su hijo, y el jefe de su campaña—en que la rusa ofreció datos incriminadores sobre Hillary.
- La transmisión de encuestas y otros datos de la campaña a un agente ruso por parte del jefe de campaña de Trump.
- La invitación de Trump a los rusos de hackear a Hillary.
- Las discusiones entre gente asociada con Trump y WikiLeaks sobre la publicación de correos hackeados de gente cerca a Hillary.
- El intento por el yerno de Trump de crear un medio de comunicación no oficial con Rusia, para que agencias de inteligencia estadounidenses no pudieran monitorearlo. Increíblemente, se proponía establecer este medio dentro de la embajada rusa en Washington.
Sobran otros ejemplos preocupantes, todo ante un contexto en que Trump adoptaba una postura mucho más blanda hacia Rusia. Igual y éstos no son crímenes (aunque varias personas involucradas han enfrentado procesos criminales), pero cruzar o no el umbral de legalidad no es el fin del asunto.
Dicho de otra manera, lo anterior si representa una violación moral sin que necesariamente sea una violación criminal, y por lo tanto, no es un tema apto para la atención de un fiscal. Así pues, la forma ideal de lidiar con el nexo de Trump con Rusia sería un comité del Congreso o una comisión especial nombrada por el Congreso (como la que investigó los atentados del 11 de septiembre). Ellos sí pueden abordar temas más amplios, inclusos los que van al grano del problema de Trump—un presidente que no demuestra lealtad ni a su país ni a los valores que ha profesado durante siglos.
Lamentablemente, las condiciones políticas de hoy—sobre todo, un bloque republicano dispuesto a todo con tal de defender a Trump—no se prestan a la creación de un cuerpo capaz de rendir un juicio honesto sobre el presidente. En su lugar, los estadounidenses tuvieron que depender de Robert Mueller, y hizo su trabajo como pudo. Gracias a ello, seguimos sin respuesta a las muchísimas dudas sobre el presidente y la integridad del gobierno que lidera.