Boca de lobo Gobernantes: acudan al silencio
Como una epidemia que al infectar la boca hace a la lengua subir y bajar compulsivamente para engendrar frases vacías, absurdas, opinamos. Las personas opinamos de lo que sabemos algo, poco o nada, ideas que en realidad son simulacros de ideas pues las dicta el apremio por rellenar el silencio con nuestra voz aunque ella sea a veces el sonido de la ignorancia.
Así es nuestra era: hablar mucho y oír lo mínimo porque necesitamos arrebatar el turno para decir, tuitear, facebookear. ¡Ya termina!, voy a comentar algo, lo que sea, que es como tomarme una selfie: qué importa el escenario donde estoy (la Torre de Tokio, el Puente de Brooklyn); solo quiero que los demás me vean y sepan que estoy ahí”. Mi felicidad es la mirada de los otros sobre mí o su atención en cualquier cosa que yo diga.
La tristeza ante el silencio que se extingue se agravó hace días, cuando vimos a John Ackerman y Sabina Berman en su programa de Canal Once. Con ellos, Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del presidente. “Súper invitada”, dice John y Sabina subraya “doctora en teoría literaria”.
-¿Tu autor favorito del siglo 20 o 21 mexicano?-, pregunta John.
-¿Reciente?-, responde Beatriz.
-Que recomiendes de lectura...
-¿Mexicano o extranjero?
-En principio, mexicano.
-Mexicano, mexicano (hace cara pensativa, sonríe nerviosa)…
-Del siglo 20 para no ponerte camisa de 11 varas-, la ayuda Sabina, que tose angustiada. Beatriz repone: “Espérate, sí estoy pensando. Te voy a decir, porque yo, como voy leyendo por el tema que estoy investigando, no estoy tan familiarizada con autores contemporáneos”.
-Claro-, la justifica Sabina.
-Tú lo sabes como investigadora: si te vas a un tema tienes que leer solo de ese tema.
-Bueno, de lo que estás estudiando ahorita-, casi la regaña John.
La escena de solo 95 segundos aún no acaba pero es suficiente. No veamos más ese brevísimo lapso asfixiante en el que Beatriz respiró agitada, miró al techo, se trabó: quería que se la tragara la tierra o que Dios se la llevara al cielo (aunque Fuentes, Paz y Rulfo la esperaran ninguneados y molestos).
Entrevistada sobre literatura (no sobre entomología, ahí hubiera sido natural el aprieto), la doctora en teoría literaria fue incapaz de nombrar un literato reciente de su país. Moraleja: no intentes hablar de lo que ignoras (aunque de ello seas doctora) por más que salir en la tele sea irresistible.
El show continuó. Aunque su marido fue elegido para gobernar a un país, en un templete el presidente prefirió dar clases de historia: “México se fundó hace más de 10 mil años”, aseguró.
¿Sí? Y pensar que en la escuela se cansaron de mentirnos con el cuento de un cura que en el campanario de un pueblito pegó en 1810 un grito con el que la existencia de la nación arrancó. Por el nuevo postulado todos reímos menos Andrés Manuel: tras regañarnos en la mañanera siguiente porque no había motivos para que nos “excitara” su declaración, “aclaró” sus dichos dándonos una clase de antropología: “Existe el hombre en América desde hace cinco o 10 mil millones de años”.
La científica Julieta Fierro dio un reglazo en la mesa: “La vida en la tierra surgió hace 3,500 millones de años, los humanos modernos evolucionaron hace 200 mil años”, lo corrigió en Twitter.
Si tú o yo decimos que la luna es de queso, no pasa nada. Pero si se promueve a la esposa del presidente en televisión abierta y ahí su ignorancia es exhibida, un diputado de Morena pide salvar a la “vaquita amarilla”, una senadora nos acusa de apología de la Conquista si nos echamos uno de buche porque “cada vez que comes tacos de carnitas estás festejando la caída de la Gran Tenochtitlan” y el presidente cuenta que en este continente había homo sapiens cuando aún faltaban 5000 millones de años para que la Tierra se formara, los políticos ultrajan al silencio, atentan contra la palabra, nos ofenden y derrumban su propia honorabilidad ante 124 millones de mexicanos. Si día tras día dicen sandeces, ¿por qué tendríamos que creer en sus actos?
Aunque estamos en la era en la que hay que opinar de todo, decir lo que sea, el poder no da derecho a que sus lenguas cometan semejantes abusos.
Gobiernen, y cuando no sepan qué decir, acudan al silencio.