Los senderos de Mosches
Eduardo Mosches,
Los enemigos del silencio,
Conaculta / Ediciones Sin Nombre,
México, 2014.
Col. Cuadernos de la salamandra.
La madurez de Los enemigos del silencio, libro reciente de Eduardo Mosches, parte de los mejores signos de sus títulos precedentes para crear una nueva y emotiva experiencia poética. El movimiento constante de su obra nos ofrece en sus títulos publicados a la fecha una secuencia que evidencia su constancia en la escritura y con ello un creciente dominio de su expresión. Hago por eso un recorrido sintético por sus libros anteriores, que en una decena de títulos reflejan una búsqueda poética a lo largo de treinta y cinco años y un poco más.
Mi memoria localiza a Eduardo Mosches en los primeros meses de 1976. El poeta publicó Los lentes y Marx en 1979 en las ediciones de La Máquina Eléctrica, que junto a una editorial con parentesco cercano como La Máquina de Escribir, aparecían en ese periodo con la mayor constancia que las crisis financieras de México permiten. No sabíamos que cuarenta años después habría jóvenes que preguntan por ellas y que la paciencia de haberlas conservado durante esas cuatro décadas le dan utilidad generacional a los libreros de uno.
En sus primeros poemas recogidos precisamente en Los lentes y Marx, Mosches ofrece una poesía que utiliza la adjetivación con sustantivos tan característica en la poesía argentina de los sesenta (“rugen mis oídos intestinos /// en el río catarata”) y pasa por la combinación, machimbramiento, apareamiento de palabras que intentan distintas dimensiones semánticas (“entre las hojas mustiasverdes y la savia amarillorojiza, la tristeza de los lunesviernes”) y la utilización de adverbios no habituales (“embarazadamente alegre”). Las pistas de Mosches venían de la entraña de la poesía argentina, de los precedentes de esa rica poesía continental. En el desarrollo de su obra, Mosches ha ido sumando elementos de la poesía de su entorno geográfico inmediato; es indudable que el ámbito latinoamericano le ofrece recursos que se observan con claridad en la depuración de su estilo en Los enemigos del silencio.
Su poesía social destaca los temas históricos, críticos, en una combinación con el yo lírico, como en ese largo, obstinado poema titulado “Las palabras”, que viene en Los tiempos mezquinos, de 1992, estructurado en fragmentos, donde el poeta deja un testimonio único: “[…] paseando la mirada por carteles / que ostentaban extraños jeroglíficos / cambié los domingos por los sábados //// subirse a un autobús en alguna esquina de Israel hace posible rozar, rozarse con el cordón umbilical del alambre de púas”. En ese libro, con el propositivo peso en lo testimonial, nuevos senderos comenzaron a sumarse a su poesía.
Cuando las pieles riman nos trajo desde 1994 otro momento expresivo de Mosches donde puede localizarse la búsqueda de su voz personal sumándose a la diversidad de la poesía mexicana, siempre con el contraste y referencia del ámbito continental. Ahí anota: “Los fantasmas son excelente compañía / para los momentos de tormenta”.
Viaje a través de los etcéteras, de 1998, propone diversos recorridos que no se refieren siempre a los traslados por las geografías del mundo, sino también a su propia persona rivalizando consigo. En ese conjunto Eduardo dedica poemas a quienes lee, con quienes establece conversaciones o debates, o incluso discusiones. Mantiene en su propuesta estilística su antiguo empeño por evitar los artículos y va sumando descubrimientos procedentes de otros territorios geográficos. El lector tiene nuevamente frente a sí la disputa de quien pensó el final del siglo xx como una oportunidad de renovación. Como el mar que nos habita, de 1999, está integrado principalmente por un poema extenso con estribillos que dan ritmos diferentes a la lectura y la conducen por los conceptos que Mosches pone siempre delante suyo y persigue para dilucidar.
De Molinos de fuego, publicado en 2003, escribí en su momento sobre su vuelo entre símbolos: el molino, el fuego, y entre los versos sugestivos del poeta anoto ahora: “lanzan niños por las ventanas de las guerras”. Veo que en Avatares de la memoria, de 2010 —una reunión de sus títulos publicados de 1979 a 2006—, de su puño y letra Mosches me escribe en su dedicatoria que desde su primer libro todos los demás lo “acompañan a lo largo de este camino, el mío, de integración y elaboración de la sensación del exiliado hasta su conversión en un ex”. El último de los volúmenes reunidos en ese título compilatorio, Susurros de la memoria, de 2006, advierte en la solapa: “El poeta reúne dos infancias: la propia y la de su hijo”. Tenemos así dos hilos más para la lectura de su poesía: el exilio integrado y reelaborado, y la memoria como una conciencia alerta.
A este resumen de lectura me ha llevado Los enemigos del silencio, esta nueva publicación que para mí está integrada por dos libros bajo un mismo título. En el primero Mosches trata el insomnio, desde los epígrafes de Pessoa, Borges y Gioconda Belli, a quien leíamos especialmente como poeta en los años setenta. Como es inherente en la poética de Eduardo, a sus temas personales se une muy pronto el ámbito colectivo; esta ocasión las preguntas lo mueven. Durante la acechanza del insomnio se pregunta qué sucede en otra casa, donde advierte luz encendida:
¿Qué sucede en alguna otra ventana
donde se perfila en plena noche
la luz de una lámpara?
Y no tarda en aparecer el tema colectivo: los mineros chilenos que fueron rescatados de las profundidades de la tierra. Eduardo se pregunta: “¿El insomnio habrá sido su forma de dormir?”.
Mosches duda más que antes; si en toda su poesía ha puesto siempre sus certezas a debate, ahora las preguntas cuestionan a las antiguas certidumbres. El insomnio es el cercano enemigo en una secuencia de veinticuatro poemas que en mi interpretación pueden ser como las horas de un día. Integran un poemario en sí mismo.
Siempre leemos en Eduardo Mosches un tránsito comprometido con la poesía social. Un apelo a los temas y asuntos de nuestro entorno político y comunitario. Hace tiempo se usaba y se discutía ese calificativo, social, para la poesía, cierta poesía, alguna poesía; el término sirvió como plataforma crítica, como argumento compilador, como juicio de pertinencia y a veces como advertencia utilitaria. Pasan los debates y definiciones, pero en Eduardo no es coyuntura: lo ha tenido como uno de sus asuntos poéticos permanentes.
La segunda parte, que prefiero comprender como otro libro bajo el mismo título y en el mismo volumen, inicia con un poema llamado “Un viaje de reconocimiento” que, desde mi punto de vista, confirma este derrotero que Eduardo se ha visto conminado a trazar y expresar desde su primer libro. Aquí está el viaje, el reconocimiento, la infancia, el hijo y los hijos de los demás como referencia del tiempo, el entorno social que, reitero, nunca pasa en silencio para el poeta. En su sensible lirismo destaco los bellos poemas para el padre, sobre la muerte del padre, además de los poemas dedicados a los contemporáneos, pintores, artistas plásticos como Gabriel Macotela y Guillermo Scully. Se retoman los temas, la aventura lírica y testimonial que ha emprendido desde 1979.
Le agradezco a Eduardo la oportunidad de leerlo en este bello libro Los enemigos del silencio, que ofrece nuevas emociones y permite confirmar que la escritura de los colegas con los que compartimos tiempo, a veces generación, sigue exigiéndonos una lectura integral y cuidadosa para su justa valoración y comprensión. La lectura de la obra de nuestros colegas nos permite eludir las críticas periféricas, dar la vuelta a las modas, ir por encima de las simpatías o antipatías. En el abanico formal y temático que actualmente propone la poesía que se escribe en México, en América Latina, encuentro en Los enemigos del silencio, de Eduardo Mosches, una consolidación de sus propuestas que da cuenta del trabajo de casi cuatro décadas. Sé, optimistamente, que lo que estamos escribiendo es una obra en proceso que no ha terminado su decir. Por fortuna seguimos buscando siempre, hallando a veces, proponiendo. ~
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EDUARDO LANGAGNE (Ciudad de México, 1952) es poeta y traductor. Premio Casa de las Américas y Premio de Poesía Aguascalientes. Entre sus libros más recientes se cuentan Sobre la mesa del tiempo (BUAP) y Verdad posible (FCE), ambos de 2014. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, es el director general de la Fundación para las Letras Mexicanas.