Volver a la Rusia imperial
Durante los últimos años todas las señales indican que la Rusia de Putin quiere volver a su pasado imperial y que es el máximo poder en Asia Central y Europa Oriental, además de una de las primeras referencias mundiales en la política internacional.
El ejemplo más reciente es uno de los más claros: Rusia se ha metido en el conflicto de Siria a favor de su aliado Bashar al Assad, lanzando su armamento contra los rebeldes que amenazan el futuro del dictador desde hace cuatro años.
El otro ejemplo clarísimo de sus ambiciones imperiales han sido sus actividades en Ucrania, el país vecino donde primero anexó la Península de Crimea en febrero de 2014 y luego impulsó una guerra contra el Gobierno de Kiev que sigue a trompicones desde ese momento.
Los objetivos de Rusia en los dos países son un poco vagos y quizá irrealistas. Si quisiera anexar todo Ucrania o derrumbar el Gobierno en Kiev —que es más favorable a Europa, ignorando los deseos de la población en la parte oriental del país, que habla ruso y prefiere integrarse más a la órbita de Moscú— Putin ya lo hubiera hecho. Parece que está contento desangrando a sus enemigos en Kiev poco a poco, pero eso implica un costo fuerte para Rusia, tanto en lo material como en su estatus ante el mundo. Y si hay un beneficio concreto, no se percibe.
En Siria, los rusos quieren reforzar a Assad, quien se ha tambaleado ante la oposición del Estado Islámico. Pero su sentido de timing es curioso, ya que la guerra estalló hace más que cuatro años y las posibilidades de ofrecer una ayuda fácil a Assad son mucho menores. No es una sorpresa, pues, que la ofensiva que lanzó Assad en coordinación con los ataques rusos se haya estancado y el conflicto siga en un estado brutal de tablas.
Sobre todo, parece que la motivación de Rusia es dejar en claro a Estados Unidos, a China y a todos los demás rivales reales y posibles, que van a intervenir donde les dé la gana, ya sea en su vecindario o para proteger a un aliado lejos de sus fronteras. Es decir, la prerrogativa de un imperio. Tal meta cuadra con las creencias de Putin, quien hace unos años etiquetó la caída de la Unión Soviética, la última iteración de la Rusia Imperial, como una de las catástrofes más importantes del siglo XX.
Por lo tanto, cabe esperar que mientras Putin siga en el control del país y mientras su postura tenga el apoyo del electorado ruso veremos más proyecciones del poder militar y económico de Rusia. Esto probablemente generará más complicaciones con sus rivales y sus vecinos, que verán la idea de Rusia más agresiva con nerviosismo.
Sin embargo, le vendrá bien a Putin y sus apoyadores operar con un poco de precaución. Para empezar, la economía del país, bastante vinculada al precio de petróleo, no está tan fuerte para aguantar aventuras extranjeras sin límite. Aún para un país más estable que la Rusia de hoy, la idea de demostrar el poder duro puede ser seductivo y hasta adictivo, pero los actos de imperialismo más agresivos típicamente fracasan en la actualidad, ya que generan repudio internacional o intensifican contradicciones internas que el país imperial no puede superar. (Véase, por ejemplo, la Unión Soviética en Afganistán, Estados Unidos en Irak o Vietnam y muchos otros.) Por el otro lado, uno de los ingredientes más importantes del alza de China durante las tres décadas pasadas ha sido su habilidad de limitar las expresiones de sus impulsos imperiales, y así tranquilizar a sus rivales.
Por lo pronto, Rusia va por otro cambio.
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Foto: Flickr.com/“Vladimir Putin part 1&2” by Lazopoulos George